VI

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Hombre encapuchado.

Audry.

Llegué a casa con la furia y la tristeza de la traición. Por Dios, se la devoró viva. O eso quise ver. La furia de verlos besándose... ¿Me había nublado la manera de pensar?

No. Él estaba disfrutando ese beso.

Tomé un fuerte respiro para calmarme. No quería que mis padres me vieran así, ni que se enojaran con Matt y se pusieran locos y fueran a matarlo. Porque así eran ellos: un poco bastante sobreprotectores. Y no quería lamentar lo que pasara después.

Ya con la respiración un poco más controlada saqué la llave de mi bolso y la introduje en la cerradura de la puerta, giré la manilla y abrí la puerta. Y ví a mis padres en la sala que se voltearon enseguida imnorando la televisión para mirarme a mí. Y mi cara expresó confusión.

Mis padres tenían rayas negras en las mejillas, gorras rojas con una “W” en el logo, camisas rojas que decían Washington y cervezas en la mesa.

Y eso solo me indicaba una cosa, cosa que había olvidado: hoy jugaba el equipo de Washington.

Siempre que jugaba Washington nos preparábamos para ver el juego de béisbol. Y a mí se me había olvidado. La verdad es que éramos una familia muy apasionada, así que olvidé un poco el asunto de Matt y decidí relajarme un poco viendo el partido.

Minutos después, estaba en el sillón. En medio de mis padres. Pintada y vestida como ellos. Viendo el partido y gritando todos a la vez:

—¡HOME RUN!

Mis padres y yo nos emocionamos mucho siempre que este equipo juega, así que hacíamos celebraciones como si un triunfo de este equipo decidiera el destino del mundo. Teníamos algo llamado: aficionados a otro nivel.

Le di un largo trago a mi cerveza, quería emborracharme. Mis padres me vieron con extrañeza pero no le dieron mucha vuelta al asunto y siguieron viendo el juego.

Después de haberse terminado el juego —con una gran victoria de 11-3 a favor de Washington— mis padres decidieron celebrarlo en familia.

—Pidamos una pizza—ofreció mi madre muy entusiasmada.

—Pero si hoy es el descanso de la repartidora—mencionó mi padre con humor.

Yo sonreí y mi madre echó carcajadas. Ya estábamos borrachos, eso era seguro. Y esa perspectiva me parecía agradable, la verdad. Saber que estaba disfrutando de una tarde en familia me hacía sentir bien.

Aunque sabía que cuando el alcohol hiciera efecto iba a estar llorando por el idiota de Matthew.

Minutos después, los tres comíamos pizza en el patio, viendo el sol ocultarse.

Por alguna razón, no pensaba en nada. Estaba relajada y me sentía bien estando ahí disfrutando con mis padres. Eran los amigos en los que siempre podías confiar. Y sabía que ellos no me traicionarían. Y que siempre estarían para mí.

—Oye hija, ¿Cómo te va en la universidad?—mi padre me sacó de mi relajo mental.

—Bueno, tengo el cariño especial de un profesor, dice que tengo mucho potencial y que, posiblemente, sea yo quien dé el discurso de graduación.

—La verdad no me sorprende. Te saltaron quinto grado por tu superior intelecto.

—Si hija. A tu padre y a mí nos alegra que seas tan disciplinada, responsable e inteligente—concordó mi madre—. Estamos muy orgullosos.

—Creo que debemos celebrar esto.

Mi padre y mi madre se tiraron una mirada sospechosa y, acto seguido, se levantaron de sus sillas y se acercaron a mí—que ya me había devorado mi pizza—. Mi madre me agarró por los brazos y mi padre por las piernas. Y me di cuenta de sus intenciones.

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