29. La heredera

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Evelyn Zamora.

Viernes.

Mi madre se encontraba de visita en la casa; quería despedirse. Hace una semana renunció a su trabajo como cocinera de la familia. Quería cumplir los sueños que en su juventud se quedaron pendientes. Todavía había tiempo.

Nunca fuimos cercanas, pero me alegró que tomara esa decisión para su vida. A pesar de lo que hizo, merece lo mejor. Dalila se ha esforzado para llegar hasta donde se encuentra ahora.

—Evelyn, me gustaría que habláramos sobre tú padre. —Me sacó de mis pensamientos. Esperó mi respuesta.

Analicé sus palabras. Desde pequeña sentía curiosidad por el hombre que me engendró; lo único que hacían era mentirme, diciendo que solo había sido un encuentro de una noche. Llegó el día dónde recibiría la información que estuve esperando.

Se embarazó siendo una adolescente. No tenía cabeza para convertirse en madre de tres bebés; solo pensaba en salir a fiestas. Un día decidió irse con mi padre y con ella se llevó a mi gemela, a nosotros dos nos dejó en manos de nuestros abuelos.

—Te escucho.

—Los dos estábamos enamorados y no imaginas lo felices que fuimos, pero eso terminó hace seis meses. Lamentablemente él falleció. —Unas lágrimas amenazaron con caer, pero se contuvo—. Ha dejado un testamento. La última voluntad fue que te encargarás.

Las preguntas comenzaron a invadirme. Cuando mi mente parecía calmarse surgían más y me frustraba no poder darles la respuesta que merecían. Se detuvieron hasta que logré hundirlas.

—¿Mis hermanos lo saben?

—Sí, pero como ya te imaginarás, no tienen interés en el testamento. —Me entregó un sobre blanco—. Todo lo que necesitas se encuentra ahí. —La observé detenidamente, pensando si debería hablar, pero ella se adelantó—. Evelyn, no quiero la mitad de esa misteriosa herencia.

Hablamos unos minutos. Se despidió con un abrazo cálido y subió al auto que la llevaría al aeropuerto. Me senté en el sillón para sacar el contenido del sobre. Mi madre pensó en todo.

Los gemelos bajaban las escaleras con una sonrisa curiosa. Sabía que habían escuchado la conversación; son almas que viven del chisme.

—¿Debemos ir al cementerio? ¿Quieres sacarlo de su tumba? —Denisse sugirió. Una sonrisa adornaba sus labios.

—No. Hay que dejar que descanse en paz; seguramente lo merece. —Me observaron detenidamente, esperando mis próximas palabras. Diego observaba el papel, donde encontraban dos direcciones—. Vamos. Me gustaría conocer su testamento.

—Seguramente heredaste una casa en la playa —Diego bromeó.

Salimos de casa. Diego conducía hacía la primera dirección. Me sentía nerviosa por lo que podría encontrar en esos lugares y para distraerme comencé a mirar por la ventana.

—¿Cuándo se van a casar? —Denisse rompió el silencio, haciendo que nos sobresaltáramos.

Habíamos olvidado que se encontraba en los asientos traseros, mientras jugaba en su celular. Denisse es mi cuñada, pero también la niña pequeña que adoptamos.

—Nena, no hagas esas preguntas.

Denisse cruzó los brazos; era un reproche. Diego le mostró la lengua a través del espejo. Los dos compartieron unas risas. Me encantaba lo infantiles que podían llegar a ser; eso es parte de su conexión como gemelos.

Llegamos a una casa. Mi madre agregó una llave para poder entrar. Los tres comenzamos a recorrer el lugar. Dos minutos después nos encontrábamos en el despacho.

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