Capítulo 4. Encanto

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Algo dentro de mí hervía con potencia, mis entrañas eran desgarradas a paso lento y era difícil control mi furia a cada intento cuando era superado por el anterior, como si quitarme a Maddy no fuera suficiente

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Algo dentro de mí hervía con potencia, mis entrañas eran desgarradas a paso lento y era difícil control mi furia a cada intento cuando era superado por el anterior, como si quitarme a Maddy no fuera suficiente.

Me quedé al acecho, en las ramas de los árboles para observar de cerca El Valle de las Draconias. Albergaban a las mujeres con ansias de matar y sed de venganza. Ahí se encontraba mi Maddy, envuelta en una telaraña de juegos mentales que posiblemente Warren logró perfeccionar para que no se diera cuenta.

Activó el instinto de Maddy como asesina, eso suponía un peligro para acercarme sin que me identificara como un vampiro. El Valle consistía en un número ilimitado de chozas donde se resguardaban las Draconias y extensos campos para practicar sus peleas y defensas; tenían luz solar suficientemente potente para que los vampiros no tuviéramos oportunidad de acercarnos.

Localicé a Maddy a la orilla de un arroyo del cual intentaba sacar agua, pero estaba teniendo problemas para que el líquido cristalino cayera de la cascada, posiblemente con algún tronco impidiendo el paso.

Maddy trataba con mucho esfuerzo de quitar el enorme tronco que retenía el flujo de agua. Puse los ojos en blanco y solo troné mis dedos para hacer que el tronco se moviera cuando ella hizo otro intento por quitarlo.

Festejó "su triunfo" y se regresó por los recipientes para seguir llenándolos. Una de mis tantas habilidades como un Le Revna era esparcir un humo de mi cuerpo para paralizar a mis víctimas y hacerles sentir el peor de los temores. Otro, era el encanto de seducción que lograba con el instinto de la excitación de cualquier ser. Y otro, el cual compartía con Warren y Barnaby—por ser los mayores—era el camuflaje de mi aspecto vampírico, mi energía, mi olor y mi aspecto se modifican ante los ojos de los demás para hacerme pasar por un humano común y corriente.

Esa habilidad era la que usaría para acercarme a Maddy, de lo contrario no podría, ellas descubrirían mi identidad y no tendrían piedad para acabar conmigo. Aunque, viéndolo por ese lado, las que no tendrían ninguna oportunidad serían ellas; no soy un vampiro cualquiera como los que han cazado con anterioridad.

Los Le Revna tenemos pocos enemigos de gran categoría, pero no del mismo nivel de letalidad. Las Draconia sin duda eran asesinas expertas, pero no lo suficientemente hábiles para matar tan rápido como mi chasquido, seguían siendo humanas nauseabundas y testarudas.

Yo no necesitaba acercarme para hacer daño, ellas sí.

Empecé con mi encanto de camuflaje, pasé mi mano por mi rostro y todas mis extremidades para infundirme en los hilos transparentes que despedían de mi cuerpo. Me coloqué la capucha para cubrirme del sol. Estar bajo este encanto me daba por lo menos treinta minutos bajo los intensos rayos solares sin ningún daño, una vez pasando ese tiempo podría correr el riego de quemarme más rápido de lo normal.

No tenía otra jodida opción por el momento.

Me lancé del árbol y caminé rumbo al arroyo donde Maddy aún seguía llenando los recipientes. Joder, llevaba un precioso vestido azul marino con listones blancos que ajustaban su pecho, y sobre ese precioso vestido la capa morada que distinguía a las Draconias.

2° El amo de la destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora