Capítulo 10. Pentágono maldito

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Crucé el puente rumbo a la entrada del castillo negro

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Crucé el puente rumbo a la entrada del castillo negro. Recorrer cada parte de este lugar me traía los recuerdos más desagradables que me juré nunca revivir. Legder bajaba las escaleras del ala este del castillo, su sonrisa se distinguía por ser irritantemente molesta para mí, pero para sus víctimas era escalofriante y siniestra, algo maligno con lo que nunca quisieras cruzarte.

—¿Tan mal te ha ido con mi cuñada?

—¿Tú no ibas a casarte?

Frunció el ceño.

—Iba —miró su mano con una tranquilidad que ya conocía, su plan se fue de sus garras como de costumbre—. Pero fui demasiado rudo al alimentarme de ella. Después Warren se puso en contacto conmigo y bueno, el resto ya lo conoces.

Rodé los ojos y crucé mis brazos sobre mi pecho.

—Warren te utiliza porque no puede solo.

Ledger arqueó una ceja y me dedicó una mirada desdeñosa.

—¿Y quién dice que lo no estoy utilizando también? Por si no te habías dado cuenta todos tenemos diferentes versiones de como reinar Valfart. Yo voy a llevarlos a la guerra para que de una vez se enteren esas malditas asesinas que nosotros somos superiores.

Alcé mi mirada e hice una mueca que reflejaba mi desinterés.

—Tradicional.

—Pero funcional.

—Te detienes porque Maddy es mi esposa.

Sus ojos azules como el mar ocultando las cosas más temibles me miraron con rencor.

—Debo reconocer que fue excelente tu jugada, pero Warren se encargó de que eso ya no sea así y pronto desataré las ganas de una guerra más.

Ladeé la cabeza, cabreado.

—Warren no puede romper el contrato de protección que le hice firmar a Maddy.

—No, hermano, pero no debería de sorprenderte que eso al vampiro de la muerte no le importa. Te recomiendo ir con cuidado porque en cualquier momento él jalará tu cuerda.

—Me haría un favor, y dudo que tenga esa benevolencia.

—Tú lo provocaste, tú eres el culpable.

—Vaya, vaya.

Los dos dirigimos la mirada al techo para encontrar a Barnaby caminando de cabeza con un libro en sus manos. Tenía años de no saber nada de él, le perdí la pista cuando nos encontramos en Canadá y de eso ya hace treinta años.

—Creí que el encuentro de los hermanos Le Revna sería en un siglo o... nunca.

Ese relajante y sedoso tono de voz no cambiaba en él. Bajó por la pared hasta que se reunió en el piso con nosotros.

2° El amo de la destrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora