Capítulo 18

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AURA

—Me asusté —repito por décima vez en menos de quince minutos—. Los «memes» llegaron más rápido que la información, Eric, ¡nadie respondía mis llamadas!

Eric inhala hondo y se pasa la mano por la cara. Se ve alarmantemente pálido, ojeroso y, aun así, demasiado guapo para ser real. Es uno de esos momentos que demuestran que la baja autoestima no es algo que se supere de la noche a la mañana, porque me descubro preguntándome si en verdad estoy casada con ese hombre y tenemos una hermosa familia.

—Los asusté a todos, disculpa... El estrés me ha afectado, ya sabes que mi presión suele bajarse y, pues, no supe reconocer los síntomas antes de subir al escenario, lo lamento mucho...

Asiento.

—No tienes que disculparte, no es que te bajaras la presión a propósito.

Eric desvía la mirada unos segundos y relame sus labios, pero de inmediato vuelve a mirarme y, con su mejor sonrisa, dice:

—Imposible, Aura, prometo que tendré más cuidado y no subiré al escenario si me siento... indispuesto.

Si no fuera imposible que se bajara la presión de forma intencional, diría que está mintiendo.

Eric es un excelente mentiroso, aunque suele decir lo contrario, pero esa forma de enmascarar sus sentimientos también la puede usar con maestría para esconder la verdad. No obstante, no tiene lógica que mienta sobre algo como eso.

»¿Y cómo te fue con los niños en la playa?

Y ahora desvía la conversación...

Abrazo la almohada en la silleta en el balcón y echo un vistazo por la puerta de cristal de la habitación; los mellizos siguen durmiendo y no saben que su padre ahora tiene otro «meme» famoso por caerse del escenario.

—Bien, aman la playa.

Y la plática se centra en ellos, como siempre, pero no es lo mismo porque Eric tiene esa mirada adormilada y noto que le cuesta concentrarse en mis palabras.

Esto no es fácil. No es cómodo sólo limitarme a una videollamada para saber cómo se encuentra la persona que amo cuando quiero estar ahí para abrazarlo. Sé que no está bien, no sé cómo, pero lo sé; tal vez nuestra excesiva dependencia nos ha permitido sentir lo que el otro. No lo sé.

—Aura, no llores... —musita—. Por favor...

—Creo que no estás bien, Eric —sollozo y aparto las lágrimas de mi rostro—. Voy a ser egoísta, lo necesito, ¿puedes escucharme en mis cinco minutos de egoísmo?

—Sí...

Eric baja de su cama, creo, porque parece que camina por la habitación del hotel. Unos segundos después escucho que se sirve algo, luego bebe de un vaso corto, probablemente whisky.

—A veces me gustaría que fuéramos una pareja normal, ¿sabes? Con trabajos aburridos de oficina, pero con un horario y que podamos volver a casa y desconectar de todo; nada de redes sociales, nada de admiradores tratando de adivinar la dirección de la casa, nada de chismes de farándula ni giras, viajes, sólo nosotros y que los únicos viajes sean familiares.

Eric se recarga en la pared y permite que su espalda resbale hasta el suelo.

»Fines de semana para ir al cine o ir a comer a algún restaurante sin tener que interrumpir las comidas por quince fotografías con admiradores mientras tratamos de resguardar la privacidad de nuestros hijos...

La melodía de AuricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora