Capítulo 4

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AURA

No olvidaré este momento jamás. Interpol en el estéreo del Mustang, el tráfico de la avenida, el cielo comenzando a nublarse y el nudo tenso en la garganta que amenaza con estrangularme.

Eric ya debe estar lejos, tal vez hasta por aterrizar. Demoré demasiado rato en el estacionamiento del aeropuerto sin saber qué hacer. Reaccioné por una fotografía que me envió mi madre donde los mellizos asomaban listos para cenar en casa de mi hermana. Ella me decía que podía cuidarlos un rato más, creo que su sexto sentido de madre le ha dicho que necesito un momento a solas.

Me detengo en un semáforo en rojo. Una mujer embarazada camina frente a mí, sobre el paso peatonal. Su vientre abultado indica unos siete u ocho meses y se ve tan feliz, con el mismo brillo que posee Sofía. Instintivamente me miro en el espejo retrovisor. No poseo ese brillo. Estoy pálida, con ojeras y como si me hubiera caído de la cama.

Y no tengo un solo síntoma. Con Luna no fue así, estaba agotada gran parte del tiempo y tenía náuseas, aunque no recuerdo con exactitud cuándo iniciaron los malestares.

Maldición, ¿cómo no noté que llevaba demasiado tiempo sin la menstruación? Es decir, suelo tener atrasos, pero no de tres semanas.

Y... si estuviera embarazada, probablemente lo perdería. Hemos pasado tantos años sin tomar precauciones que tal vez mi vientre es un sitio árido para albergar vida, ¿cuál otra explicación existe?

Me sobresalta el sonido del claxon el auto de atrás. El semáforo se ha puesto verde.

Tengo que salir de dudas.

Piso el acelerador. El automóvil de Eric incrementa la velocidad sin siquiera notarse.

Conduzco en piloto automático hasta casa, entrego las llaves al chico de seguridad y me precipito en el interior de mi hogar.

Subo de dos en dos las escaleras e irrumpo en nuestra habitación. Mi vista cae en el sitio donde, si todavía viviéramos en nuestra casa anterior, se hubiera situado la cuna de Luna. Por mucho tiempo la mantuvimos desarmada contra la pared, hasta que nos mudamos y no sé en dónde ha quedado. Ignoro si Eric la guardó, regaló o vendió, nunca tuve valor de preguntar.

Necesito una prueba de embarazo, pero me basta con entrar al baño para recordar que no tengo ninguna. No volví a usarlas desde que nos reconciliamos luego de casi divorciarnos. Las tiré al basurero y lo único que conservo de ellas son las notas que me dejó Eric adentro de las cajas. En ese tiempo no teníamos a los mellizos y Eric había decidido que me elegía por sobre todas las cosas, incluso por arriba de ser padre. Yo era su prioridad y se encargó de hacérmelo recordar con cada nota cursi que conservo en mi alhajero.

Me encantaría que Sofía estuviera aquí.

Retrocedo hasta la habitación y me detengo frente al enorme ropero que ocupa casi una pared completa. Basta con abrirlo para comprobar que Eric tiene más ropa que yo y que casi toda es de color negro. Sin embargo, en el último cajón guardamos la ropa que compramos para Luna y que nunca pudo usar. No solemos mirarla, a veces lo descubro observando el cajón, pero se recompone de inmediato y trata de fingir que está bien; me sucede igual.

No compramos mucha. La perdimos muy pequeña como para estar seguros de que sería niña, pero mi instinto de madre me dijo que era así. Los colores no son rosas o azules en específico, sino que hasta tenemos ropas de color negro con logos de bandas de rock como AC/DC o Korn; nos pareció encantador. Es imposible controlar la sonrisa mientras, arrodillada frente al cajón, desdobló las ropas.

La melodía de AuricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora