IX.- Kilómetros y kilómetros/El Sol entre Nosotros

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— ¿Quieren convertirse en lobos? — preguntó Thomas el domingo siguiente a la luna llena.

Caminaban a través del bosque antes de la cena. Joe había intentado seguirlos, pero su padre le ordenó, con sus ojos rojos, que regresara a la casa, y se preguntaron cómo no lo habían notado antes. ¿Cómo podían haber ignorado lo que debió haber sido obvio? Joe se escabulló de vuelta a la casa y echó un último vistazo hacia ellos.

Esperó hasta que estuvieran lejos de la casa y que los demás no pudieran escucharlos para hacerles la pregunta. Habían aprendido sobre los lobos los últimos días: tenían el sentido del olfato y oído agudizado, podían curarse, cambiar de forma, cambiar a media forma o forma completa. Alfas, Betas y Omegas. Los Omegas eran cosas oscuras, salvajes y sin lazos, algo de que temer.

Aprendieron todo lo posible aunque Stiles estaba más adelantado en eso pero aun así había muchas cosas que seguía aprendido.

Y caminaban a través del bosque una vez más, solo él y ellos. Tocaba los árboles de vez en cuando, como siempre lo hacía. Respiraba profundamente y le preguntaron por qué.

— Es mi territorio, me pertenece. — respondió — Ha sido de mi familia por un largo tiempo.

— Tu manada.

— Si, mi manada. Nuestra manada.

¿Y eso los conmovió? Si, lo hizo.

— Estos árboles, este bosque, están llenos de magia antigua. Está en mi sangre y se sacude y retuerce dentro de mí.

— Pero te marchaste. — replicó Stiles.

— A veces, tenemos responsabilidades más grande que el hogar. A veces, tenemos que hacer lo que es necesario antes de poder hacer lo que deseamos, pero cada día que estuve lejos de aquí, sentí este lugar. Cantaba para mí, me dolía y quemaba. Mark regresaba para asegurarse de que aún estuviera en pie, porque yo no podía.

— ¿Por qué? — preguntaron ambos.

— Porque soy el Alfa. No sé si hubiera sido capaz de dejarlo otra vez. — les sonrió.

— ¿Cuán extenso es? Tu territorio. — preguntó Stiles.

— Kilómetros, y kilómetros. Y los recorro todos, con el suelo debajo de mis pies y el aire en mis pulmones. Es algo único, Ox, Mitch.

Tocaron lo más cercano de los árboles e intentaron sentir lo que él describía. Sus dedos rozaron la corteza y cerraron los ojos. Se rieron por lo bajo, estaban siendo ridículos, no eran nada parecido a ellos.

— ¿Quieren convertirse en lobo? — insistió.

Abrieron los ojos porque era una pregunta importante. Estaban esas pequeñas ataduras, como cuerdas que jalaban su mente y su corazón secreto. Aún no podían darles un nombre, porque todo era demasiado nuevo, pero estaba cerca de hacerlo.

Aunque podían nombrar la de Joe, la suya era más sencilla.

— ¿Quieres que nos convirtamos en uno? — preguntó Ox mientras tomaba la mano de su hermano de manera inconsciente.

— Tantas capas. — murmuró con una sonrisa cegadora, mientras caminaban entre medio de los árboles.

No sería como ellos, no completamente. Eso era todo lo que les habían explicado. Ningún humano convertido lo era. Había una diferencia entre nacer o ser mordido. En primer lugar, los instintos. Ellos tenían los suyos de toda la vida, ellos estarían dando tumbos como un niño.

— Habría diferencias. — pensaron en voz alta.

— Las habría.

— Pero seríamos unos Betas.

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