VIII.- Luna

204 36 32
                                    

— Ox. Mitch.

— Vete. — exclamaron al mismo tiempo.

— Ox. Mitch, maldición, ¡despierten!

Abrieron los ojos. Aún era de noche, la única luz venía de la luna llena alta y radiante en el cielo.

Había alguien en la habitación del mayor sacudiéndolos.

— ¿Qué demonios? — dijo Stiles somnoliento.

— Vístanse.

— ¿Gordo? — ambos preguntaron al ver al mayor.

— Qué demonios está...

— Necesitan venir conmigo. — dio un paso atrás sus ojos se entrecerraron.

— Mamá... — sus corazones estaban en el medio de sus gargantas.

— Ella esta bien, niños. Está dormida y no oirá nada. Esta a salvo.

Ambos se vistieron lo más rápido que pudieron mientras los esperaba en el marco de la puerta. Lo siguieron hacia el recibidor y las escaleras, la puerta de su madre estaba medio abierta y pudieron verla mientras dormía. Gordo tiró de sus brazos.

Estaban fuera antes de que los menores pudieran hablar. El aire nocturno era cálido contra su piel, todo se sentía demasiado fuerte.

— Hay cosas. — por el aturdimiento del sueño, los menores se tropezaban con las palabras y no podía procesarlas — Cosas que verán esta noche, que jamás habían visto antes. Necesito que confíen en mí, no dejaré que nada les lastime, ni dejaré que nada les ocurra. Están a salvo, Ox, Mitch, necesito que lo recuerden.

— ¿Qué está pasando, Gordo? — se atrevió a preguntar Stiles.

— No quería que lo descubrieran de esta forma. Pensé que tendríamos más tiempo si alguna vez tenían que saberlo todo. — su voz se quebró.

— ¿¡Saber qué?! — exclamaron ambos.

Un aullido se elevó desde la profundidad del bosque u sintieron que se les enfriaban hasta los huesos. Era una canción que ya habían escuchado antes, pero esta vez se oía desesperada.

— Mierda. Tenemos que apurarnos. — murmuró Gordo.

La casa al final del camino estaba a oscuras.

La luna estaba llena y blanca por encima de ellos.

Había estrellas, muchas estrellas. Demasiadas. Nunca se había sentido tan pequeños en sus vidas.

Entraron al bosque con paso rápido.

Estaban escuchando a medias a Gordo y esquivando las raíces de los árboles para no tropezar. Escupía sus palabras, falsos comienzos y silabas que se deshacían antes de combinarse en alfo más. Estaba nervioso, aterrado y eso afectaba lo que decía.

Y entonces ya no estuvo tan oscuro. Incluso con la luna.

— Es como... Verán, hay cosas.

— ¿Gordo? — lo interrumpieron.

— ¿Qué?

— Tus tatuajes están brillando. — dijeron de nuevo al unísono.

Estaban brillando. El cuervo, las líneas, los remolinos y espirales. En ambos brazos, todo brillaba de arriba abajo con luz tenue y se movía como su estuviera vivo.

— Sí, esta es una de las cosas. — dijo.

— Bien. — respondieron.

— Soy un brujo.

Mi CanciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora