II.- Convertor Catalítico/Soñando Despierto

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Stiles vio como su hermano hablaba con Gordo, él decía ser un hombre y ahora tenía que hacerse cargo de los gastos. El pequeño de diez años no entendía mucho, pero entendía lo suficiente para saber lo que estaba haciendo su hermano mayor.

— ¡Yo también trabajaré para Gordo! — exclamó Stiles sorprendiendo a Ox y a Gordo, quien lo alcanzó a escuchar por la línea.

— Lo harán cuando sea su momento.

Días más tarde Gordo apareció en la casa y le dio a su madre dinero para poder pagar la hipoteca.

Su madre lloró. Se negó, pero luego se dio cuenta de que no podía decir que no, entonces lloró y le dijo que sí.

Los niños sabían que Gordo no estaba interesado en su madre, no porque fuera menor que ella, sino porque unos años atrás lo habían visto con otro tipo del brazo mientras entraban al cine. Gordo reía a carcajadas y tenía estrellas en sus ojos. Nunca volvieron a ver al hombre que iba con él, ni a Gordo con alguien más. Querían preguntarle al respecto, pero de repente tenía cierta tensión alrededor de sus ojos que antes no estaba allí, así que jamás lo hicieron. A las personas no les gusta recordar cosas tristes.

Solo les tomó seis meses devolverle el dinero que Gordo les habían prestado, o eso fue lo que él dijo.

Después de eso no vieron más dinero. Gordo abrió dos cuentas bancarias en donde se acumularían intereses. No sabían que significaba eso, pero confiaban en Gordo.

— Para los días lluviosos. — dijo.

A Ox no le gustaba cuando llovía. Stiles amaba cuando llovía.

*

Ox:

Las cosas eran como siempre, solo nosotros tres y el pequeño Mica siempre estaba detrás de mí así que estaba bien.

Aunque tuve un amigo, una vez. Se llamaba Jeremy y usaba lentes, siempre sonreía con nerviosismo. Teníamos nueve años, le gustaban los cómics y dibujar. Un día me dio un dibujo que hizo de mí como un superhéroe, tenía capa y todo. Creo que era lo más bonito que había visto. Luego Jeremy se mudó a Florida y, cuando mi mamá y yo buscamos en el mapa, notamos que quedaba al otro lado del país desde Oregon, en donde vivíamos.

— Lejos. Lejos. — no paraba de decir Mica. Era un niño con bastante curiosidad por todo.

— La gente no se queda en Green Creek. No hay nada aquí.

Yo tocaba las calles del mapa con mis dedos. Lejos. Lejos.

— Nosotros nos quedamos. — respondí.

Ella miró hacia un costado.

Estaba equivocada, la gente sí se quedaba, No todos, pero algunos lo hacían. Ella lo hizo, yo lo hice, Gordo también. Las personas con las que iba a la escuela, aunque podrían irse al final. Green Creek estaba muriendo, pero aún no estaba muerto. Teníamos una tienda de comestibles, el restaurante donde ella trabajaba, un McDonald's, un cine que proyectaba películas de los setenta, una licorería con barras en las ventanas y cortinas rojas, negras y amarillas; el taller de Gordo, una gasolinera, dos semáforos y una escuela para todos los niveles. Todo en el medio de un bosque en el centro de las montañas de las Cascada.

No entendía por qué la gente quería marcharse. Para mí era mi hogar.

*

La pequeña familia vivía rodeados de árboles cerca de final de un camino de tierra, la casa era azul y las molduras blancas. La pintura se había descarado pero no le importaba. En el verano olía a hierba, lilas, tomillo y piñas. En otoño las hojas crujían bajo los pies de los menores; en invierno el humo escalaba por la chimenea mezclándose con la nieve. Durante la primavera, los pájaros cantaban desde los árboles y, por las noches, un búho ululaba hasta temprano en las mañanas.

Mi CanciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora