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Luego de que Fuli se calmara y se quedara dormida, el resto de la familia real y la Guardia del León llegaron a visitarla, pero ella aún estaba dormida, con Simba a su lado. Rafiki les informó el diagnóstico al que había llegado y el tiempo en que tardaría su recuperación.

Se sintieron mal por la chita, sabían que a ella no le gustaría estar acostada sin hacer nada durante las próximas dos semanas, pero la buena noticia era que había despertado, y para alivio de los animales, que su memoria siguiera intacta.

Simba se alejó de Fuli posteriormente para resolver asuntos reales, la Guardia continuó con sus deberes y Kiara se fue a pasar el resto de la tarde con sus amigas, dejando a Nala al cuidado de la chita.

Como reina le dolía verla así. Sabía de primera mano que ella era muy fuerte y capaz de enfrentarse a las adversidades de la vida, pero nunca imaginó que algo así la derribaría. Se veía frágil, pequeña, casi como si fuera a desvanecerse. Su instinto maternal le gritó que la protegiera, pues sabía que ella no tenía familia, además, sentía que se lo debía.

Pasaron horas en las que la felina seguía dormida, y Nala solo velaba su sueño. Atenta a cualquier detalle, señal o indicio de que algo pudiera estar mal.

En una de tantas, fue testigo de como Fuli empezaba a despertar. Se puso de pie de inmediato y se acercó.

—Fuli... querida, ¿cómo te sientes?

Ugh... me duele un poco la cabeza —parpadeó repetidas veces, intentando ahuyentar la pesadez de sus párpados. Cuando se hubo despertado, sintió como su cuerpo le respondía y le permitió incorporarse, pero un agudo dolor proviniente de sus patas le sacó un gemido.

—Tranquila, tienes fracturas en tus patas, no puedes levantarte —le susurró con suavidad—. Pero es bueno saber que la parálisis ya se fue.

Fuli miró sus patas con pesar, se sentía inútil de no poder siquiera sentarse, pero asintió. De pronto, el recuerdo de las palabras de Rafiki la invadió, sintiendo su corazón estrujarse por la lamentable situación. Iba a decir algo, pero un flashback le llegó a su mente, girando su cabeza a ambos lados, en búsqueda de su mejor amigo.

—¿Dónde... Dónde está Kion?

Nala la miró confundida. Fuli continuó.

—Vi a Kion acostado junto a mí... Él... él está aquí, ¿no? —la miró espectante, negándose a creer que había sido un sueño. Ella lo vio.

—No, Fuli —la reina carraspeó—. Quien se acostó a tu lado fue Simba, no Kion. Mi hijo aún está desaparecido.

Las palabras taladraron el corazón de la chita, sientiendo el peso de su conciencia nuevamente.

«Esto es tu culpa».

Parpadeó, no queriendo sucumbir a la tristeza ni al llanto. El único que la ha visto llorar es Kion, e iba a mantener eso así. Tenían que encontrarlo.

Nala la miró con pena, no sabía qué hacer para ayudarla y hacer que se sintiera mejor. Decidió recostarse frente a ella y mirarla con esa dulzura que la caracterizaba.

—Todo va a estar bien, Fuli, Kion es fuerte.

Fuli bufó.

—Ya sé que él es fuerte, Nala, pero... —suspiró—. ¿Cómo es posible que hayan pasado cuatro días y no sepamos nada de él? ¡Podría estar perdido! O peor... secuestrado... —tragó grueso ante la idea, intentando ocultar el caos en su mente—. Encima estoy herida, no podré ayudar a la Guardia del León a encontrarlo ni a proteger a Las Praderas. ¡Todos van a tener que cuidar de mí como una tonta lesionada! ¡¿Y por qué?! ¡Porque fui una estúpida que no pudo moverse lo suficientemente rápido para no ser lastimada por un estúpido rayo! ¡Kion está allá afuera en quién sabe dónde y yo solo puedo estar aquí lamentándome como la torpe que soy! —no se percató que estaba gritando, veía borroso a causa de las lágrimas que estaba conteniendo—. Todo esto es mi culpa...

USELD | Un secreto entre los dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora