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«Kion ha despertado».

Salió despavorida del lugar rumbo al Árbol de Rafiki. Sentía las piernas temblorosas y el corazón acelerado, pero no supo si era por la noticia o la falta de comida que le estaba pasando factura. Fuere como fuere, corrió a toda velocidad hacia donde él se encontraba, ignorando por completo las voces de sus amigos llamándola.

Sentía que por fin una chispa de esperanza crecía en su interior, luego de casi ahogarse en la miseria de sus acciones. Quizás su mejor amigo aún vivía, aún tenía posibilidades de volver a ser quien una vez fue. Ella no lo mató, no...

Se detuvo.

¿En serio sus pensamientos iban por ese rumbo? No, ella sí fue la causante de una muerte. Kion quizás no, pero...

Ma Tembo sí lo fue.

La elefante líder de la manada falleció en el descuido cuando ella bajó hasta el cuerpo inerte de Kion. Janja y sus hienas no podían irse sin dejar un rastro de miseria. Y eso era culpa suya.

Porque... ¡pudo haberlo evitado! Si no hubiera salido corriendo hasta Kion, no hubiera distraído a todos los animales y Janja no hubiera tenido ocasión de regresar y acabar con una vida inocente. Una vida que nunca debió luchar en esa batalla. Una vida que quedaría como otra marca en el corazón de Fuli.

Una vida que ella había arrebatado por un descuido.

Se sentía impotente y tonta. Nunca debió de haber bajado hasta el cadáver de Kion. Nunca. Pero... ¿pero eso hubiera supuesto la muerte del león? Haber bajado significó que se percatara que aún respiraba, leve, casi como si no lo hiciera... pero sí lo hacía. Le quedaba el último aliento de vida y junto a los demás pudieron llevarlo al Árbol de Rafiki dónde lo atendieron. Y solo quedaba esperar y rogarle a los Reyes del Pasado que Kion despertara, porque si no...

Pero lo hizo.

Despertó. Aún vivía. Quedaba la última gota de esperanza. Y Fuli se regañó mentalmente por estar debatiéndose las cosas que pudo o no pudo haber hecho. ¿De qué servía? Eso ya quedó en el pasado, no podía volver atrás.

Y Ma Tembo... Esa era una pérdida que a todos le dolía. El rey Simba no podía dejar de pensar en lo que pasó. En cómo esa hiena pudo hacer algo así.

Bueno. Tampoco era como si siguiera viviendo. No después de haber asesinado a Ma Tembo. Así que no venía al caso pensar en Janja.

Sus patas se detuvieron frente al árbol de baobab. El corazón martillando en sus oídos. Respiró hondo, contuvo el aire hasta que le salieron lágrimas de alivio y lo soltó. Entró veloz como un rayo y se quedó pasmada cuando sus ojos se encontraron.

Allí, acostado sobre unas hojas, con la cabeza erguida a duras penas y con unos manchurrones de debajo de sus ojos, estaba Kion. Vivo. A salvo. Dedicándole una leve sonrisa que...

No lo pensó dos veces. Ni siquiera una vez. Cruzó el espacio que los separaba y estampó su cuerpo con el de él. Nariz con nariz. Labios contra labios.

Ni siquiera fue consciente que El rey estaba allí junto a la familia real. Ni de que Rafiki se plantó a medio paso con unos cuencos con alguna medicina en las manos. Mucho menos de que Makini y sus amigos habían llegado tras ella.

No le importó que el maldito mundo entero los viera. Ella no perdería más el tiempo. No pospondría nada que quizás nunca pudiera cumplir.

Solo importaba el hoy. El ahora. Y el calor que su boca desprendía sobre la suya. Fue un beso un poco torpe, principiante, pero precioso. Se permitió embriagarse de todo su sabor, su dolor y su textura. Poco le importó que supiera a remedio.

USELD | Un secreto entre los dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora