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No pensó en absolutamente nada que no fuera llegar hasta la cueva donde tenían retenido a Kion.

Un chacal se apareció por un costado y Fuli le clavó las garras en las patas mientras lo giraba a un lado y lo lanzaba hacia una hiena. Ambos felinos impactaron contra una roca y resollaron. No se dio el tiempo a pensar en sus heridas de gravedad cuando se percató que un par de cocodrilos acorralaban a Bunga. Se impulsó en sus patas traseras y le clavó las garras a uno de ellos. Bunga no se quedó atrás y cabalgó al cocodrilo, exclamando y tomándolo de su larga mandíbula para hacerlo girar.

—¡Yujuu! —gritó justo en el momento en que el cocodrilo se columpió a un lado y lanzó a Bunga por los aires, aterrizando en unos cuantos escincos. Fuli lo miró—. Estoy bien, de hecho, quiero repetirlo.

Ella rodó los ojos y se bajó del cocodrilo justo cuando Beshte llegaba a toda marcha y lo empujaba con toda su fuerza contra el otro forastero. Fuli le agradeció con la mirada y este asintió. Ambos corrieron hasta el mismísimo corazón de las Lejanías con Bunga siguiéndoles detrás según el plan diseñado. Por el rabillo de su ojo distinguió a Simba arañar a una hiena y a Nala abalanzarse sobre un chacal.

Saltó por encima de una hiena caída y se obligó a no pensar en ella. Un destello en el cielo le hizo girarse para ver a Ono picotear a unos cuantos buitres. Frunció el ceño al ver que estos eran más que él y ella no tenía cómo ayudarle. Pero en ese momento apareció Zazu y volando en picada se deshizo de unos cuantos buitres.

—¡Fuli, creo que ahí lo veo! —gritó Bunga al frente de ella. Su corazón se aceleró y sus patas siguieron su ejemplo, pasando como una exhalación entre el mar de gruñidos y garras.

Se concentró en la enorme piedra que tapaba la entrada a una cueva justo a unos centímetros del enorme volcán. Por fin, pensó Fuli. Tendría a su mejor amigo de regreso.

A su compañero.

A su líder.

A su amor.

Se sonrojó un poco, aún acostumbrándose a esa idea. Pero su pecho se caldeó y no creyó ni por un segundo que el frío de las Lejanías lo apagaría.

Unas hienas se interpusieron en su camino, pero la determinación salada de Fuli podía más que cualquier arañazo que le proporcionasen. Se lanzó al ataque y tumbó a una de ellas, rodando por el suelo árido y gris. Le gruñó y sin importarle nada más que recuperar a Kion, le zarpó las garras en todo el ojo. La hiena resolló y el sonido se escuchó por todo el maldito lugar. Aprovechó el dolor que estaba sintiendo para girar sus cuerpos y quedar debajo de la hiena, se dio impulso y la lanzó lo más lejos que pudo. Beshte y Bunga habían acabado con las restantes y ya se posicionaban a su lado.

—¿Estás bien, Fuli? —preguntó el hipopótamo. Ella asintió y retomó el camino hasta la cueva. Se detuvieron justo al frente de la inmensa roca y Fuli miró a su amigo—. No es problema para mí —le dieron su espacio y Beshte retrocedió lo suficiente para luego embestir contra la piedra—. ¡Twende Kiboko!

El retumbar grave de la roca moviéndose solo sirvió para aumentar la ansiedad de Fuli por ver a Kion. La piedra cedió un poco y Beshte repitió el movimiento hasta abrir una abertura lo suficientemente grande para caber él mismo. Fuli no perdió ni un minuto y entró en la húmeda y oscura cueva.

Sus músculos se tensaron cuando observó el demacrado cuerpo de su mejor amigo. Demacrado era quedarse corto. Tenía la piel de un color desvivido, opaco y casi sin vida. Su mechón rojo estaba cubierto de tierra y mugre. Tenía cortes y rasguños en todos lados y no había ni un ápice de pelaje dorado que no estuviera cubierto de sangre. Sintió como su corazón se detuvo en el mismo momento en que él abrió sus ojos y la calidez de su mirada ámbar no estaba ahí. La observó y no dijo nada, aun cuando abrió la boca para hacerlo y un asomo de sonrisa se desplegaba por sus labios resecos y agrietados.

USELD | Un secreto entre los dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora