Prólogo

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Tierra. Sólida, aburrida, inalterable (si algún geomante lee esto, que no se ofenda, porque es igual de aburrido?. Pisoteada, siempre conspirando desde abajo, esperando la oportunidad para ponerte la zancadilla. Y la peor de todas las cualidades: limitada. Este pequeño detalle empezó a convertirse en un gran problema cuando las guerras cesaron, o bueno, disminuyeron hasta terminar en pequeños conflictos resueltos tras envenenar al rey o casar a su primogénito, o ambas cosas a la vez. Entonces, todas las razas del mundo vivieron una época de paz, prosperidad, crecimiento poblacional (no es necesario que indique cómo nacen los bebes, aunque la reproducción de los sapo-dragón de piel carmesí es bastante peculiar) las llevó a todas a ocupar mucho más espacio y, por tanto, ocupar más tierra.

A pesar de que sabían que una buena guerra solucionaría todo, la comodidad y, ¿por qué no decirlo?, la vaguería, les llevó a intentar encontrar formas de como solucionarlo. Los enanos empezaron a construir no solo en sus minas, sino por el interior de toda la montaña, hasta llegar al exterior, y cubrir toda su superficie, y añadir un poco más de pisos de altura. Los elfos, por ejemplo, hicieron más árboles, sobre los árboles, y más ramas, y otro árbol, y así hasta crear unas cuantas obras grotescas que ni siquiera a ellos les gustaba, pero que no les quedaba otra más que aceptarlo... O no.

Todas las razas se pusieron manos a la obra para buscar una solución y miraron a la vez al cielo (sí, un poco de dramatización tampoco hace daño). El cielo. Muchas fueron las cabezas que empezaron a idear planeadores, aviones, enseres con alas y demás, pero pronto se dieron cuenta de una cosa: el cielo es cruel, y la tierra muy celosa y vengativa. Y que si no eres capaz de mantener una subida contante, al final terminas bajando (proverbio gnomo tras el primer cohete estrellado).

Ante esa complicación, todos miraron a su derecha (o izquierda, o arriba o abajo, da igual), donde se encontraba el mar. No era tan cómodo como caminar por la tierra, pero al menos te permitía tratarlo. Y pocas, por no decir casi ninguna raza, tenían conocimientos de qué había en realidad más allá de la frontera azul.

Motivados por un nuevo ideal, la que será conocida como La Fiebre Azul dará comienzo, y todas las razas conocidas se lanzaron al océano, en busca de colonizar todo lo que encuentren a su paso, usando cualquier cosa que flotara, como barcos, navíos, barriles, elementales de agua, nutrias y un largo y variopinto etcétera. Y lo que encontraron fue lo que, en efecto, estaban buscando: islas vacías. Espacio.

Ochenta años han pasado de aquello. Una vida humana, una adolescencia élfica o un sueño de dragón, según como decidas verlo. Tiempo que han invertido todas las razas en asentarse a lo largo de un centenar de islas, creando en algunos casos asentamientos, en otros, verdaderas fortalezas (el síndrome de la isla en blanco a algunos les inspira mucho). Surgieron rutas de comercio y movimiento de mercancías marítimos, convirtiéndose en uno de los oficios más importantes y, como era de esperar, más peligrosos. Los ladrones que asaltaban las caravanas habían cambiado, evolucionado, adaptado al nuevo medio, convirtiéndose en lo que se conocería como piratas. He de decir que muchas razas lo negarán, pero algunos de ellos son contratados para hacer eso, piratería, y fastidiar así a tu vecino y su cultivo de trigo (y de paso, quedárselo).

Ante ese inminente y molesto peligro, se creó la que sería la seguridad del mar, las Fuerzas Interisleñas Contra La Piratería, que como nadie aguanta ese nombre, les llaman los Índigos para abreviar (e identificarlos, porque sus barcos y prendas eran de ese color). Fervientes defensores de los intereses de las islas(de las que les paga bien, mejor dicho), se dedican a perseguir a los piratas para evitar sus saqueos y que toquen las narices a sus clientes, o impartiendo una justicia que, en realidad, nunca llegó a existir.

Ochenta años da para mucho, y una vez los colonos se asentaron lejos de su tierra natal, las leyendas sobre los misterios de las aguas no tardaron en aparecer. Por supuesto, lo que fue un rumor, no tardó mucho en convertirse en mitos y leyendas. Que si los primeros piratas encontraron objetos únicos y que los escondieron en una isla secreta, que si hay unos cangrejos mágicos que te dan poderes especiales, que si una hechicera es capaz de crear islas, o hay monstruos marinos capaces de arrasar con las islas, o que hay un demonio encerrado en una cárcel submarina, esperando su oportunidad para ser liberado... Todo eso son leyendas y mitos inventados por gentes asustadas, ¿o no?

¡Venga! ¡Izad las velas, prepara a tu tripulación y darle una galletita al loro, porque ha llegado la hora de lanzarse a lo desconocido!

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora