Capítulo 29. Cascabel

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Sintió cómo el siguiente rayo destructor que disparó el demonio astado se desvió, pero no podía girar la cabeza para ver si Alastair seguía con vida. Alzó las manos al frente, apuntando a ambos barcos piratas, a apenas unas leguas de su posición.

—¡Todos al Sangre oscura! —La voz femenina de Chanda se mezcló con la masculina de Wiznkrew, pero su teniente se limitó a replicarla.

Las tripulaciones piratas también le escucharon. Los licántropos abandonaron su navío convertido en un cañón, con los vampiros ocultos en sus sombras. Los índigos, bastantes tensos por el inminente encuentro con sus enemigos jurados, esperaron con los puños apretados y la mirada fija en los monstruos.

Una vez que estaba vacío el Aullido dorado, Chanda empezó a mover los dedos. De pronto, los tablones oscuros en la costilla del Sangre oscura comenzaron a temblar y, uno a uno, se fueron estirando y abriendo, formando una boca con dientes de madera. Chanda juntó ambas manos y entrelazó sus dedos, señal para que la Sangre oscura devorara el Aullido dorado.

La primera dentada se llevó la mitad del barco. Los tablones que acababa de devorar rotaron por el interior del navío hasta incorporarse de nuevo. Creciendo de tamaño, la boca se fue haciendo más grande, permitiéndole asestar otra bocanada más profunda. Ya solo quedaba el enorme cañón, mecido por el vaivén de las olas y tapado por la sombra del enorme galeón que crecía a su lado.

Una dentada definitiva engulló el cañón y todas las anclas. El Sangre oscura no dejaba de temblar, incorporando lo devorado en sus piezas. En su zona central ascendía otro mástil de color de oro, al igual que los tablones que motear su estructura original. La base de la barandilla se vistió de cadenas, formado con las anclas del aullido, y su enorme cañón, en ese momento escondido, descansaba en su interior.

—¡Preparaos para el abordaje! —gritó Chanda situándose en uno de los costados de su navío—. ¡Todos al Sangre oscura!

Los índigos se situaron a su lado. El medio centenar de marinos desarmados miraban preocupados el galeón en el que se había convertido ante sus ojos el Sangre oscura. Los piratas no esperaron a que se aproximaran más y empezaron a lanzar cuerdas de agarre. Las cogieron dubitativos, confiando en su inminente masacre, pero se dieron cuenta de que ningún licántropo iba armado, sino que tenían sus peludas manos, ofreciéndoles ayuda.

—Gracias —saludó Chanda por iniciativa propia con una leve inclinación de cabeza—. ¡Vamos, vamos! —insistió sin perder de vista a la niña, que cruzó rápida para reunirse con el resto de monstruos.

Su tripulación empezó a saltar por las cuerdas, e improvisadas pasarelas de madera unieron ambos navíos. Chanda esperó a que sus índigos pasaran, con la mano apoyada en el mango de su sable. Apenas podía escuchar al vampiro en su interior.

—Mi señor, ya hemos evacuado el barco —anunció el teniente a su lado.

Se limitó a asentir, siguiendo con paso lento a su subordinado. En cuanto pisó la cubierta del Sangre oscura, lo que quedaba de su galeón se hundió en un instante, rompiendo las cuerdas que los unía y tirando las pasarelas que no habían retirado. Chanda sintió que todos le observaban, tanto piratas como índigos, en esa extraña paz que nadie quería romper.

Un aleteo cercano captó su atención, segundos antes de que una plumosa figura parda aterrizó en su cubierta. Chanda sintió que un corazón se había acelerado, pero no era el suyo. De hecho, ni siquiera se movió cuando Koukoua se apartó para sentarse en el suelo, jadeante, dejando al descubierto al capitán Alastair. No parecía magullado, seguro que por su poder de regeneración, pero no sería el primer licántropo que muere con su aspecto en perfecto estado. Y, a pesar de todo, no se movió.

—Tú también estás agotado —musitó Chanda a su mitad vampira.

«Dime que está vivo», susurró una voz lejana en su cabeza, confirmando las sospechas de Chanda.

El almirante iba a dar un paso al frente, pero la contramaestre del capitán licántropo ya se había situado a su lado, comprobando las constantes vitales. Por su sonrisa y suspiro de alivio pudo imaginarse la respuesta.

—Te debemos una, búho —indicó la muchacha sin poder ocultar las lágrimas en sus ojos.

Koukouva soltó una risotada y levantó una de sus garras, apuntando al colosal demonio en el cielo, que parecía mucho más enfadado que antes.

—Ya me la pagaréis cuando salgamos de esta...

«Desenfunda», fue la orden del vampiro. Chanda dudó unos instantes, pero obedeció al vampiro. Por su vaga voz y sentimiento de estar más despierto, sabía que le quedaba poco tiempo. «Proa».

Espada en mano, se situó dónde le había indicado, apoyando un pie en el mascarón del demonio. Poco a poco, las vetas blancas que cubrían su cuerpo emanaron como un río, descendiendo a la espada hasta teñirla de negro. Sentía que la magia escapaba su cuerpo hacia su arma.

«Corta el camino a nuestra libertad»

Ni siquiera dudó. Apuntó con su sable el infinito mar ante ellos y lo cortó. Un chirrido agudo, semejante a miles de campanas sonando a la vez, les ensordeció cuando un tajo perfecto y vertical apareció entre ellos. El aire empezó a soplar con fuerza, empujándoles al interior del oscuro portal que les llevaba al plano nocturno del vampiro.

—¿Cuál es el plan?

«Corred. Nos sigue»

Se adentraron por la abertura sin esfuerzo, pero el tajo fue elevándose poco a poco hasta que, minutos más tarde, la enorme bestia en el cielo también accedió a aquella dimensión.

—Deberíamos encerrarle aquí.

«Esto no es más que una sombra. No serviría de nada», explicó el vampiro, con una voz cada vez más lejana. «Otro corte y llegaremos a casa». Chanda apretó una vez más su empuñadura, apuntando con el firmamento del color del vino ante ellos. Sin embargo, cuando iba a blandirla, su brazo no reaccionó. «Prométeme que no nos traicionarás».

—Creo que ya he hecho suficiente para demostrar nuestra alianza.

«¡PROMÉTELO!», el grito arañó el interior de su cerebro, recordándole el pacto que había grabado en su mente.

—Lo prometo —musitó entre dientes, agarrando su arma ahora con las dos manos, dispuesto a romper el enlace con su fuerza.

«Entonces, protégenos, almirante Chanda Ridge»

La tensión desapareció, permitiéndole terminar de blandir su espada. Un sencillo tintineo, semejante al de un cascabel, fue el preámbulo al enorme tajo que rasgó el firmamento. El cielo azul volvió a aparecer al otro lado, junto a algo que no esperaba Chanda ver nunca: Reino, la fortaleza flotante en la que se reunían todos los piratas. Miles de campanas empezaron a sonar en cuanto aparecieron en ese plano, y las órdenes a gritos junto a los cañones girando en su dirección fueron la sinfonía de ese momento. Por eso le obligó a prometerlo.

Quiso decir algo, pero sintió su cuerpo suyo otra vez. El pálido cuerpo de Wiznkrew apareció en su sombra, inconsciente. Al momento, otro grupo de licántropos corrieron por él antes de que su cuerpo se quemara bajo el sol. Se giró para mirar a Koukouva, todavía descansando a un lado, y Alastair tumbado a su lado, custodiado por su tripulación. Miró a su teniente, esperando la orden para acabar con todo. Y ese pensamiento cruzó por su cabeza, cuando algo apretó su mano.

La niña le sostenía con fuerza, señalándole con la brillante esfera. Entonces Chanda se percató que en su otra mano sostenía el ojo hermano, y la luz roja que unía a ambos ahora señalaban la ciudadela sobre el mar. Fue cuando lo comprendió: era el momento de acabar con todo.

—¡PREPARÁOS! —gritó a pleno pulmón, levantando la brillante piedra—. ¡YA VIENE!

Y un rugido, como el impacto de cientos de truenos a la vez, ensordeció su grito. Todos pudieron ver los cuernos del demonio atravesando el portal. Había llegado el momento del final.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora