—Esto es una pérdida de tiempo —gruñó el capitán enano revisando por enésima vez el mapa sobre su metálica mesa, y los rombos imantados que flotaban verticales, señalando los puntos que ya habían visitado.
Con paso cojo, rodeó el mapa hasta un lateral y agarró con el gancho mecánico que tenía por mano de nuevo la carta. A pesar de su nefasta caligrafía y agresivos caracteres, se había esforzado en escribir un mensaje para él en su lenguaje:
Ayúdale
«¿A quién? ¿Por qué le había escrito el jefe de los orcos una carta a él, y encima en enano?». Hacía ya una generación desde que habían enterrado el hacha de guerra, de forma literal, y desde entonces no se habían vuelto a cruzar. Él se dedicó a surcar los mares, mientras que su homónimo de piel guisante lideraba su tribu, buscando entre las islas un sitio en el que afianzar su tribu. Y, por habladurías y rumores, sabe que lo consiguió cerca de unas islas al oeste, no muy lejos de su posición. Pero ninguna de las islas que ya había, marcadas por sus rombos metálicos flotantes, le habían dado alguna pista de su paradero. «¿Podrían haberse marchado? ¿Pero pedía ayuda...?»
—¡Capitán!
Un potente y grave grito le sacó de sus pensamientos. Parpadeó varias veces, clavando su mirada a la roca flotante que había frente a él, hasta que identificó que se trataba de uno de sus localizavidas (piedras talladas con la runa arcana de levitación. Debido a que los enanos presentan una altura inferior a la media del resto de razas, desarrollaron una forma de aplicar su tecnología naval para evitar que esta pequeña y tosca raza se perdiera durante las colonizaciones. Por este motivo, toda la tripulación de las fragatas metalizadas llevan un localizavidas flotando sobre sus cabezas, y un casco para evitar que, en caso de fallo y/o tormenta mágica, se les caiga en la cabeza).
Con paso pesado, y no solo a causa de que en su cuerpo había más metal que hueso, se asomó por la barandilla que daba a su camarote.
—¡¿Qué sucede?! —gritó malhumorado, esperando otra negativa de su tripulación. Sin embargo, ninguno se atrevió a responder—. ¿Qué pasa? ¿Os ha comido la lengua un roc?
Repasó con la mirada a sus enanos, agachando la mirada, bastante pálidos bajo su espesa barba y pesada armadura. De pronto, todos los localizavidas se empezaron a mover a los lados, dejando paso a uno de sus superiores. El contramaestre se hizo paso entre los enanos, y asomó su pelirroja barba para hablar con el capitán.
—Hemos encontrado algo, señor.
Volvió el silencio, uno que le estaba sacando al capitán de sus casillas.
—¡Por las barbas de mi tercera esposa, ¿qué narices está pasando?!
Todos los enanos se hicieron a un lado, formando un pasillo para que el contramaestre pelirrojo acompañara a su superior hasta estribor. Dando un golpe con su mano buena al gancho, este se ocultó en su antebrazo de hierro para dar lugar a un tubo alargado, que lo llevó directo a su ojo.
—Señor...
Fuego azul. Un escalofrío erizó el poco pelo que le quedaba en su cuerpo, e hizo que toda su barba se tensara. Un nudo se agrupó en su garganta.
—¿Preparamos los cañones, señor?
—Quién o qué haya hecho esto, ya se ha ido muy lejos —afirmó el capitán, tratando de disimular el nudo en su garganta.
Bajó el telescopio. No lo necesitaba para ver aquella atrocidad. Magia rúnica, poderosa, o abisal. Pocas eran las especies que sabían usarlo, pero los pocos que la habían visto y viven para contarlo saben que nada la apagará. Si la tribu orca estaba en esa isla...
—¡Capitán! —Un grito desde la cofa llamó la atención de todos—. ¡A nueve mil oeste!
Con otro golpe de catalejo, el capitán miró en la dirección que le habían indicado. Estaba bastante lejos, pero pudo ver una masa verde sobre lo que quedaba de un trozo de madera. El contramaestre no dudó en adelantarse a las órdenes de su capitán.
—¡Preparad los cañones!
—¡NO! —tronó su superior, deteniendo el movimiento y cortando la respiración de su tripulación. Sabía que podía acarrearle problemas con sus hombres, pero la carta, y ahora eso no era casualidad.
—Señor, capitán. —El contramaestre bajó el tono según se acercaba, tanto que casi sus localizavidas chocaron—. Es un orco, y los índigos todavía no han llegado. Esos pieles de hierba asesinaron a...
—Suficiente. —Clavó su ojo como el carbón en su subordinado—. La guerra se terminó, y ambos perdimos mucho. Le recuerdo que también asesinaron a mi hijo. —El contramaestre apretó la mandíbula tras el doloroso recordatorio—. Las cosas han cambiado, y ya deberías saberlo. ¡Y esto va por todos! —Repasó con la mirada a su avergonzada tripulación, hasta que terminó en la mirada azulada de su comodoro—. Pero no necesito que nadie haga las cosas por mí.
«¿Era esa la respuesta de la carta?»
Enfurecido, cojeó hasta uno de los cañones y le dio una patada con el palo metálico que hacía de pie. Sin dudarlo, ató una cuerda a una bala de cañón, lo unió a su localizavida y lo metió en el interior del arma. Tras unos segundos para apuntar, disparó contra el orco. El proyectil impactó a escasos metros de su posición, provocando tal salpicadura de agua que despertó al piel guisante. En condiciones normales la bala se habría unido, pero el localizavida elevó la bola de hielo, flotando bien alto en el aire.
—Señor...
—Me gusta la idea tanto como a usted, pero tampoco creo en las casualidades. Si alguien tiene la Llama azul, significa que las cosas se pueden poner muy feas.
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TALETOBER 2023
Fantasy31 palabras, 31 días, 31 capítulos. En eso consiste el Taletober. Sin embargo, este año voy un paso más allá, y me adentro a una historia de piratas sin igual. Si te gusta el humor y la fantasía, además de surcar los mares, quédate y descubre esta h...