Al fin llegaron al Continente, lejos de las islas por las que navegaban. Solo allí podría encontrar respuestas. Tras indicar a su tripulación que descansaran en el barco, la capitana elfa Dulcai se adentró en el ancestral bosque, guiada por las policromáticas luciérnagas. Pocos conocían ese camino, y muchos lo que la esperaba al otro lado.
Descalza, se adentró en el claro, en mitad del bosque, custodiado por cuatro grandes robles de corteza blanca como la nieve, cuyas hojas brillaban con la intensidad del mar. En cuanto pisó la hierba de aquella zona sagrada y mágica, un escalofrío recorrió su cuerpo, y sintió que la pesadez del mar desaparecía, que la sal se desprendía de su piel, dándole de nuevo la bienvenida a su hogar, por más que ella lo odiara.
Avanzó con paso respetuoso, respirando el limpio y mágico aire de aquel santuario. En el centro se encontraba una estatua de madera blanca y vetas negras, con la forma de una figura andrógina de orejas puntiagudas. La habían representado de rodillas, sosteniendo en una posición relajada un gran cuenco negro.
Con una reverencia, la capitana se situó frente a la sagrada estatua, y vertió un frasco de agua en el cuenco. La había desalinizado, dejándola tantas horas al sol como a la luna, formando la desconocida agua élfica del Equinoccio. Al principio, el líquido era transparente, pero a los pocos segundos, empezó a tomar color, hasta terminando por convertirse en un espejo.
Siempre ese era el proceso más difícil para ella. En ese lugar no era la capitana Dulcai, sino la sacerdotisa Dulcecaida Lunapuf. Retirando su sombrero de pirata para dejarlo a un lado, liberó su rubia melena de las trenzas y horquillas hasta soltar su pelo, tomando el aspecto que siempre su pueblo había deseado que tuviera. Era el pequeño sacrificio que debía hacer, o los espíritus no responderían.
Asomó por el espejo. El reflejo de una elfa de tez besada por el sol, melena platina y ojos cielo la saludó. Entonces, como si respondiera a su presencia, unas ondas nacieron del centro, agitando su imagen. Era el momento para hablar.
—Por favor, espíritus, respondedme. ¿Qué está arrasando las islas?
Poco a poco, el interior del reflejo empezó a llenarse de un humo azul oscuro. Parecía que las propias profundidades abisales se habían convertido en nube. De pronto, un relámpago nació de su interior, desvelando una figura astada, y con otro relámpago iluminó su largo cuerpo de pez, terminando en largas aletas.
Nunca antes había visto la elfa semejante. Sin embargo, de pronto, una llamarada cruzó la figura del monstruo, y la nube abisal se tornó en llamas azules. No entendía qué estaba pasando, ni la extraña silueta que había aparecido en el interior del fuego. Lo poco que podía ver se trataba de una figura grande, musculosa, y con cuatro pares de brazo.
—¿Dos seres?
Una nueva onda apareció del centro para limpiar la imagen, y ahora mostrar el mapa de todas las islas. Entonces, por la izquierda, la oscuridad empezó a devorarlo, mientras que por la derecha, el fuego azul lo iba consumiendo todo. Aterrorizada, miró Andeloin, uno de los asentamientos élficos, siendo arrasado por las llamas.
—¿Qué buscan?
La respuesta tardó en aparecer, dejando que la oscuridad y la Llama azul consumiera todo, girando una alrededor de la otra, hasta juntarse en el centro. Fue ahí donde apareció una brillante y minúscula piedra turquesa, sostenida por lo que parecían unas pequeñas y membranosas manos...
—¿Qué es eso? —Esta vez no fue ella quien lo preguntó.
La imagen se distorsionó con ondas aleatorias, devolviendo el reflejo de la elfa, y dos pequeños ojos dorados en la oscuridad a su espalda. Cuando se giró para encararse al intruso, se encontró frente al imponente capitán Harris. A pesar de su destacable figura élfica, el hombre-búho le sacaba una cabeza. Roja de ira, buscó su cimitarra, pero su vaina estaba vacía: requisito básico para entrar en el santuario.
—¿Buscas algo?
Ignoró su pregunta y dio una voltereta a un lado, tratando de ganar distancia del depredador. Todos sabían lo peligroso que era el ave a corta distancia, pero también era consciente de que, si hubiera querido, hubiera acabado con ella por la espalda.
—Koukouva —musitó entre dientes su nombre completo, buscando molestarle—, no tienes derecho a estar aquí.
—Soy un pirata —respondió inclinando la cabeza a un lado, como si esa fuera respuesta suficiente—. Al menos uno más de verdad, viendo lo presente.
Dulcai respiró hondo. No podía entrar en sus provocaciones, y menos desarmada contra un enemigo que, en igualdad de condiciones, sus garras la despedazarían.
—¿Qué quieres?
—Repuestas, al igual que tú. —Dio un paso al frente, el cual respondió la elfa con otro hacia atrás. Tenía que mantener las distancias.
—Ya sabes lo que está atacando las islas...
—Eso no me importa tanto. —Al fin lo había desvelado—. Mientras que vosotros vais a jugar a ser los héroes, yo tengo otros asuntos en mente.
Levantó su manto de plumas pardas que eran su brazo para señalar con una garra el altar a su espalda. Al momento, Dulcai comprendió por qué no había acabado con ella al momento: la necesitaba para usar su poder. Eso también significaba que, por el momento, su vida no corría peligro.
Retrocedió otro paso, siendo más consciente de la hierba que tenía a sus pies. Pero Harris también notó su cambio de actitud, erizando varias plumas de su cuerpo.
—Noto su corazón bombear más fuerte, Lunapuf. ¿Pretendes huir? —disfrutó con aquellas palabras. —Dulcai no respondió. Con un pequeño giro salió corriendo del santuario, adentrándose de un salto en la frondosa arboleda. Con una pequeña carcajada, pudo oir al búho gritar a su espalda—: ¡Cómo me gusta cuando huyen!
—Flap.
El potente aleteo de un ave de más de dos metros de altura inundó el silencioso bosque, pero Dulcai le ignoró. Conocía ese bosque como la palma de su mano. Sabía que por mucho que Koukouva le persiguiera ella era más rápida... y más elfa. Podía sentir el ave nocturna sobre su cabeza, pero también los árboles cubriéndola con su manto de hojas, y la hierba amortiguar sus pisadas. Nunca dejaría de ser una elfa, por más que se intentara alejar del bosque...
Una pluma pasó silbando, clavándose en un tronco; Harris se estaba impacientando. Ese era el momento perfecto para desaparecer. Llenando sus pulmones, soltó un profundo y potente soplo lleno de magia. Un conjuro sencillo en el que el viento simulaba que seguía corriendo, aplastando la hierba y moviendo las ramas. Ella aprovechó ese instante para apoyar su espalda en un tronco. Como si se tratara de una manta, tiró de la corteza y se cubrió con ella. Poco a poco, fue alargando sus respiraciones, consiguiendo que el corazón empezara a disminuir su frecuencia, hasta casi desaparecer.
Escuchó al búho sobrevolar su posición, aterrizar y mirar en todas direcciones con sus ojos dorados, pero sin llegar a verla. Había conseguido librarse de él, pero no sabía por cuanto tiempo...
—¡Capitán! —Uno de los subordinados de Koukouva apareció de entre la maleza, parecía tener la cabeza de una cabra.
—¡¿Qué!?! —gritó molesto.
—Hemos quemado el Filo de luna y capturado su tripulación. —El búho esperó varios segundos a responder, confiando en que Dulcai reaccionara, pero fue en vano.
—Excelente. Prepararlo todo, volvemos a las islas. Con esto, los elfos están fuera de juego.
Muy a su pesar, Dulcai sabía que tenía razón. Sin embargo, todavía queda mucho para rendirse.
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TALETOBER 2023
Fantasy31 palabras, 31 días, 31 capítulos. En eso consiste el Taletober. Sin embargo, este año voy un paso más allá, y me adentro a una historia de piratas sin igual. Si te gusta el humor y la fantasía, además de surcar los mares, quédate y descubre esta h...