Capítulo 26. Pétreo

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—¡Es una locura! —gritó por enésima vez Hernández, persiguiendo a su cuñada de un lado a otro.

Ella ya había dejado de discutir y estaba concentrada en las órdenes para los aldeanos, parte de su antigua tripulación y de la de su difunto esposo. Solo necesitó unas cuantas palabras para convencerles de abandonar el exilio y volver a surcar los mares. Sin embargo, y por orden del capitán Ojogris, su tripulación permanecía al margen, estudiando la insólita escena familiar. Sigil se sentía en medio, sin comprender muy bien que hacer, más allá de acompañar a una somnolienta Audry, tumbada sobre una de sus ovejas.

—Lo sé, pero no me voy a quedar de brazos cruzados. —Nora continuó afianzando cabos y ayudando a sus hombres a empujar troncos.

Cansado de que sus palabras no valieran de nada, Hernández corrió hasta ella y tirón de sus hombros. Logró que se detuviera un instante, y que centrara su odio en él.

—Si no vas a ayudar, apártate —desafió ella, deshaciéndose de su agarre de un manotazo—. Tengo una misión que hacer.

—¡No tienes nada que hacer! —gritó Ojogris desesperado—. ¡ESTA BATALLA NO ES NUESTRA!

Sin que tuviera tiempo para reaccionar, Nora le arrancó el parche al capitán. Iba a quejarse, pero ya tenía el rifle de la índiga apuntando a su ojo maldito.

—El amor de mi vida, el padre de mi hija, tu hermano, murieron por culpa de ese puñetero ojo. —Le dedicó una sonrisa, señal de que no iba a dudar en disparar si era necesario—. Ahora que sé la verdad, no pienso esperar más.

—¿Y Audra? ¿Piensas llevarla contigo a enfrentar un demonio?

La ex-almirante esperó varios segundos en silencio, sopesando sus palabras. Sin bajar el arma, desvió la mirada a su hija, todavía somnolienta y sin saber qué estaba pasando. La venganza la había cegado durante unos instantes. Ahora no estaba sola, sino que tenía la responsabilidad de cuidar aquello que más amaba. Ojogris comprendió su mirada, y apartó el cañón del rifle con cuidado, mientras le cogía el parche de la mano y volvió a atarlo en su cabeza.

—Yo también quiero luchar y acabar con esto, pero no puedo. —Dio un paso para acercarse a su cuñada y poner sus manos sobre las de ella—. Ya no podemos luchar. Esta guerra...

Nora iba a dar la orden de pararlo todo cuando, de pronto, el graznido de una gaviota le hizo guardar silencio. No por lo extraño del sonido, sino porque Nora levantó la mirada veloz. Ignorando al resto de los presentes, corrió hasta el ave, que no dejaba de clamar con agudos gritos su atención. Ojogris se acercó a ella extrañado, y Sigil les alcanzó llena de curiosidad.

Desató la nota de la pata del ave y movió sus ojos rápido, leyendo la nota de alguien a quien ya había olvidado. Repitió el proceso varias veces, asimilando lo que había en la misiva. Después lo dobló y centró la atención en sus hombres.

—¡Vamos! ¡Acelerad! ¡No hace falta cargar los cañones ni las provisiones, el viaje será corto!

—¡¿Qué?! ¡Nonono! —Ojogris corrió hasta ella para intentar interponerse en su camino, pero en cuanto trató de bloquearla, le golpeó el pecho con la nota que había recibido. Extrañado, la cogió para revisarla rápido.

—Las tres piedras, demonios abisales, —leyó en diagonal con su único ojo bueno—, el enano ha conseguido una, y el vampiro está con el almirante Chanda con las otras dos. El demonio les persigue, lucharemos en Reino. ¡Reino! ¡¿Conoces a Rey?!

—Hace mucho de eso —explicó Nora, con la atención puesta en su tripulación. El mensaje había hecho que todo cambiara.

—Aun así, sigue siendo una locura... —Ojogris seguía manteniendo sus argumentos, pero Nora se giró para dedicarle una pequeña sonrisa de victoria.

—¿Sabes? Si ese demonio llega a esta isla no hay nada que podamos hacer. No hay nada que pueda hacer para proteger a Audra. —La señaló con la mano—. Sin embargo, si Rey me ha convocado, es que todavía cree que tenemos una posibilidad para pelear. Y, siendo sincera, no creo que haya ahora mismo lugar más seguro en los siete mares que Reino.

Ojogris quiso llevarle la contraria, pero, muy a su pesar, Nora tenía razón. Fue en ese momento que se giró a su tripulación y les dio la orden para partir de inmediato. Y Sigil, entre tanto movimiento de humanos, se sintió pequeña. Una extraña. Se giró para ocultar su pesar en forma de lágrimas, acariciando el pelo de una Audry medio dormida.

—Eh, Sigil. —La voz de Nora en su oído la hizo dar un pequeño salto del susto, y se giró apurada—. Hay una cosa que debes leer.

La ex-almirante le entregó la nota antes de volver con su tropa. Extrañada, la gnoma abrió de nuevo el papel, leyó por encima todo lo que había dicho antes Ojogris, y encontró una anotación más al final. Estaba hecha de líneas unidas entre ellas, atravesando círculos de diferentes tamaños. Ese era su idioma natal.

—Para Sigil Zeil. Lamento el fatídico destino de tu tripulación, más por el barco que por lo que aquellos desgraciados te hicieron. Sé que deseas recuperar tu honor, tu prestigio, y volver a ser la capitana de antes. Lo siento, pero nunca has dejado de serlo. Por eso, si algún momento has dudado de ti, o si incluso lo sigues haciendo, es hora de que lances esos pensamientos al mar para que se hundan, y nos ayudes a detener este demonio. Necesitamos tu capacidad de ver la realidad que ocultan las joyas, y tu infalible puntería... Te necesitamos. Un cordial saludo, una admiradora.

Sigil tuvo que limpiarse las lágrimas y sorber los mocos varias veces mientras se la leía. Al principio, por la pérdida de aquellos que fueron sus hermanos, pero que también la traicionaron, y al final por las palabras de apoyo para que se uniera a la batalla. Con nueva determinación, se ajustó el cinto de las pistolas y corrió hasta Nora.

—¡Por favor, déjame ayudar!

La mujer no pudo disimular una sonrisa y, sin un instante de duda, empezó a consultar la logística. Había mucho que hacer y demasiado poco tiempo.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora