Capítulo 9. Escudo

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La olvidable pérdida del Jenkins III no hizo que los ánimos de la tripulación decayera ni un ápice. De hecho, parecían acostumbrados a ese protocolo, ya que solo necesitaron un par de horas para montar el campamento en la playa. Y porque Sigil lo había visto desde el principio, pero era tan elaborado que parecía un pequeño poblado de madera. Los Bes eran perfectos como cabañas, y todos sabían con claridad qué debían hacer y cuál era su función.

—Relájate, los chicos saben lo que se hacen —indicó Ojogris con una pequeña sonrisa, vertiendo toda el agua de su bota en la arena—. Si quieres, échate un rato. Mañana ya buscaremos enemigos con los que pelear.

La gnoma no quería, pero tanta acción en un día había agotado su energía y, a pesar de todo lo que estaba pasando, podía confiar en el humano y sus hombres. En cuanto se tumbó y cerró los ojos, y un potente berrido hizo que los abriera de pronto. Los abrió asustada, observando la rumiante oveja a pocos metros de su cara, tapándola el sol.

—¡Mierda! —gritó Hernán, apareciendo en escena desde un lateral, empujando al ovino como podía, sin mucho éxito.

—¿Buenos días? ¿Qué pasa? —La gnoma seguía confusa, asimilando todavía que acababa de despertarse.

—Las ovejas —Ojogris empujaba con todo su cuerpo del lomo del animal, pero este ni se inmutaba— siempre traen problemas. Porque...

—¡SOLTADLA!

—... nunca van solas —suspiró derrotado, mirando al otro lado de la colina.

Sigil se giró, al igual que toda la tripulación, mirando a la joven pastora correr hacia ellos, armada con una vara de cabeza curva, perfecta para tirar de cuellos, tal y como comprobó el primero con el que se cruzó.

—¡Piratas! —gritó mientras asestaba bastonazos a todo aquel que osaba desafiarla.

La tripulación retrocedió, con la atención puesta en su capitán, quien mantenía las manos levantadas. No era una señal de rendición, sino pidiendo a sus subordinados que no entraran en acción. Cuanto más conocía a ese pirata, más curioso le parecía para Sigil. Todo lo que podía decir sin abrir la boca, y como parecía ir un paso por delante de todos.

—Sí, y no, señorita —indicó Ojogris con una pequeña sonrisa, apoyándose en la oveja como si fuera un mueble—. No somos piratas si no hay barco.

La pastora, a pocos metros de su posición, se quedó pensativa. Al momento, miró a un lado y a otro, buscando el navío, sin éxito. De hecho, todos se habían encargado de esconder bien el armamento, la bandera negra y los sombreros.

—Solo somos un grupo de náufragos que necesitaban un lugar donde descansar. —Sigil sospechó por la naturalidad de sus palabras que no era la primera vez que las usaba.

La pastora, con la sonrisa torcida y sin perder detalle de ninguno de los presentes, caminó hasta su tozuda oveja y la atrapó del cuello con su bastón, para luego tirar de ella.

—Bueno, sí, ya veo. —Parecía bastante confusa—. Si necesitáis cualquier cosa, el pueblo está subiendo la colina, a poco de aquí... ¡MARIPURI, YA! —Tras su rugido, se agachó para colarse entre las piernas del animal, apoyarlo sobre sus hombros, agarrar las patas y levantarla en alto.

—Gracias por la hospitalidad. Si necesitamos algo...

—¡Voy contigo! —gritó la gnoma animada, atándose las botas a toda velocidad.

Hernán abrió su ojo asustado, e intentó negar usando la cabeza con disimulo, pero Sigil le ignoró, siguiendo a la joven humana.

—Si es posible, nos gustaría acompañarte para buscar provisiones, y esas cosas. —Ojogris dudó a la vez que informaba a su tripulación, corriendo hasta colocarse junto a la gnoma, a la que gruñó en voz baja y agachado hacia su compañera—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Investigar? —respondió la gnoma indignada—. Te recuerdo que estamos investigando unos extraños sucesos.

—Nonono. Nos hemos librado del zumbado del Violinista sacrificando el barco. Me niego a pelearme con el resto de monstruos por algo que igual ni existe. —Hizo una pausa dramática—. O que también puede poner en juego mi vida. Piensa que si se matan entre ellos nos hacen un favor.

—¡Mirad! ¡No estaba lejos, como os había dicho! —La ilusión de la pastora no fue mayor a la sorpresa que los dos capitanes estaban teniendo.

—¿Y tú decías que no tenías suerte? —murmuró Ojogris según se acercaban.

—Nunca dije nada de eso —respondió la gnoma con una enorme sonrisa, observando cada detalle del asentamiento.

Con razón, la pastora no se había sorprendido con su improvisado campamento compuesto por barcas volteadas, porque la aldea era igual. Sin embargo, una gran fragata invertida ocupaba el centro del campamento, rodeada por una decena de pequeños navíos, mucho más grandes que los Bes. Todos invertidos y reconvertidos en casas, pero que, al menos a simple vista y tras un par de ajustes, estaban seguros de que podrían volver a navegar.

Sin embargo, lo que captó la atención fue el símbolo pintado en todas ellas. Al igual que su barco pirata, a veces también dibujaban su bandera en los costados, demostrando que no temían ser descubiertos. Pudo identificar el símbolo como una enorme "C", o "D" incompleta, y lo que podría ser una calavera a un lado. De hecho, una mujer que parecía joven estaba apoyada en el lateral del edificio principal.

—¡Mamá! ¡He traído visita!

—Mierda. Creo que toda nuestra suerte se ha acabado...

De pronto, Hernán se dio la vuelta dispuesto a salir huyendo, pero un grito a su espalda acompañado por el atronador sonido de un disparo le hizo permanecer quieto.

—El siguiente no será al aire, Ojogris —dijo la mujer de una forma tan seria y juguetona que podría dispararles y reír a la vez.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora