Capítulo 21. Corona

4 1 0
                                    

El océano surcaba el cielo del atardecer. Los relámpagos iluminaban a fogonazos la silueta del monstruo cornudo nadando sobre sus cabezas. Aquello se había convertido en una imagen habitual durante la jornada que llevaban huyendo del monstruo. No conseguía alcanzarles, pero tampoco lograban perderle de vista.

—¡Almirante, esto es una locura!

Si a Chanda le dieran un doblón por cada vez que escuchaba esa frase, ahora mismo podría retirarse del todo.

—¿Tiene una idea mejor, teniente? —respondió apretando los dientes, sosteniendo con fuerza el timón para mantener el rumbo constante.

No dijo nada. Le bastó bajar la mirada a la agazapada niña con rostro de pez, quien sostenía firme una extraña y brillante joya contra su pecho.

—Es la clave de lo que está pasando. —Chanda estaba cansado de repetir la misma frase en cada discusión.

—O el origen de nuestro problema. —El teniente se llevó con discreción la mano al mango de su cimitarra, sin apartar la mirada de su almirante.

—No voy a tolerar...

—¡Un barco pirata! —El grito desde la cofa hizo que ambos levantaran la vista al cielo—. ¡No, son dos! ¡Por estribor!

Al momento, toda la tripulación índiga se giró hacia la derecha. A varias millas aparecieron de pronto dos grandes navíos: uno dorado brillante como el sol, y el otro carmesí oscuro, semejante a la una noche aterciopelada. En cuanto identificó al vampiro, el almirante no se sorprendió al verles aparecer de la nada, y no era raro verles juntos. Sin embargo, ¿qué hacían allí, navegando directos hacia el monstruo destruye-islas.

—¡Preparad los cañones! —ordenó el teniente al instante, pero la voz femenina de Chanda se impuso a la suya.

—¡Mantened la posición!

El teniente se giró furioso, y la niña le enseñó las agujas que tenía como dientes.

—Mi señora, ¿qué haces?

Chanda le fulminó con la mirada y tensó su pronunciada. Si no fuera por su tez oscura de drow, ahora mismo estaría roja de ira.

—La próxima vez que vuelvas a llamarme así te cortaré la lengua. —Volvió su vista al frente, ignorando las dos fragatas que acababan de aparecer—. Y estamos demasiado ocupados huyendo del monstruo como para enfrentarnos a los piratas...

—¿Y si pretenden cortarnos el paso? ¿O el monstruo ese, y este, es un plan para acabar con nuestro galeón?

Chanda sopesó esa posibilidad antes de que las hubiera planteado. Pero la trayectoria de los navíos no era para interceptarles, sino que iban en su dirección. Y no tendría sentido invocar a un demonio para destruirlo todo. Además, la niña... El almirante miró a la pequeña, agazapada, mirando al frente y hacia atrás una y otra vez. Ella no olía a magia, de eso el drow no tenía dudas. Entonces, ¿qué demonios es esa piedra?

—¡Están virando! —Ante el aviso dirigió de nuevo su mirada a los piratas—. ¡Están cambiando de rumbo!

—¡Pretenden interceptarnos! —gritó el teniente preparado para dar la orden, pero Chanda pudo ver que desde la cubierta dorada les estaban intentando comunicar algo con un espejo.

—No... Quieren que les sigamos. ¡Todo a estribor! —La orden hizo que los ojos de su teniente casi se desorbitaran, pero se centró en hacer girar el timón para virar en su dirección. En cuanto tomó el rumbo, agarró la mano del teniente y la puso sobre un palo de la rueda—. Mantén el rumbo, o lo hará tu cadáver.

Quería negarse, pero seguía siendo su superior, así que masculló un "A la orden" sin muchas ganas. El almirante bajó a cubierta, seguido de cerca por la niña. Desenvainó su cimitarra y, sin previo aviso, empezó a cortar los amarres de los cañones, y a darles una patada tras liberarlos, lanzándolos al mar.

—¡Tirad los cañones al agua, y todo el peso innecesario! ¡Necesitamos velocidad...!

—¡Vienen!

El almirante caminó hasta estribor para ver el instante en que, de pronto, unas alas de murciélago gigante se abrieron en el barco de la noche, justo detrás de una enorme figura dorada. Con un potente aleteo alzó el vuelo, directo a por ellos. El almirante se hizo a un lado, apoyando la muñeca en su sable.

Los índigos desenvainaron sus espadas y apuntaron con sus rifles a la dorada figura de alas de murciélago aterrizando en el centro de la cubierta. Un silencio tenso les arropó, ahogando el sonido de las armas listas para la batalla. El almirante ni se inmutó ante la enorme figura del licántropo transformado y lleno de pelo dorado, ni de las vetas negras que nacían desde las sombras y ascendían como vetas por todo su cuerpo, oscureciendo sus garras y terminando en una máscara con forma de murciélago, con dos pequeños ojos brillantes sobre los del lobo.

—No sé si daros la enhorabuena por vuestra unión, o dejarnos de pantomimas y cortaros la cabeza —sentenció el almirante de piel oscura para ponerse frente al licántropo, necesitando levantar la mirada para ver sus cuatro ojos—. En otras circunstancias no hubiera dudad, pero no estamos en una situación normal. ¿Qué demonios hacéis en mi galeón, capitán Alastair, capitán Wiznkrew?

—Salvar vuestro azulado culo —rugió Alastair inclinándose sobre el almirante, enseñando rabioso sus diente.

—Pero, sobre todo, el suyo. —La voz de Wiznkrew sonaba lejana, y el ala de la máscara apuntó hacia la niña, que apenas se había movido ante su presencia.

—¿Qué sabéis de ella?

—Que eso la quiere. —Señaló con la mirada al cielo el licántropo—. Y parece que no va a esperar más.

Los relámpagos se hicieron cada vez más continuos, impactando contra el gigantesco y alargado cuerpo del monstruo. A lo largo de su pecho empezó a iluminarse grandes óvalos de luz, y toda su energía fue acumulándose en los largos cuernos de su cabeza, como si se trataran de una imponente corona de energía.

—Va a destruiros, almirante —susurró el vampiro, consciente de su posición de poder—. Nosotros podemos salir de aquí. La pregunta es, ¿aceptas nuestra ayuda?

Alastair alargó su garra al frente, y la sombra que la vestía se revolvió hasta formar otra pequeña mano en comparación. El almirante estudió las manos y, sin perder la soberbia, aceptó el pacto.

—Salgamos de aquí. ¡Virad a estribor! —gritó a pleno pulmón corriendo a por uno de los amarres. Varios de sus hombres se situaron a su lado y empezó a tirar, haciendo girar una de las gigantescas velas.

El licántropo se situó junto a otra y enredó su mano en la cuerda. Tensando sus enormes músculos, igual a la fuerza de una decena de soldados, consiguió lo mismo que el almirante. Logrando forzar el giro, miraron hacia atrás para ver al enorme monstruo con su rayo de energía. Necesitaban hacer virar la vela mayor.

El licántropo dorado corrió a cuatro patas hasta los últimos cabos, y los agarró todos con ambos brazos. Las vetas negras aprovecharon a tejer un hilo para mantener la fuerza, aunque no era suficiente... El almirante se quitó la chaqueta y atrapó más cabos sueltos con ellos. Su silueta femenina, aquella con la que había nacido, estaba más a la vista en su ajustado uniforme, pero se sentía hombre, y aquello no le iba a hacer dudar.

—¡Aguantad! —gritó con su voz de mujer, incapaz de forzarla más en esa situación—. ¡Aguantad! —Miró al lobo y al vampiro, ambos sonriendo con su liberación. Después posó su mirada en el teniente, y luego en la corona de luz que estaba sobre el toro. Un creciente destello en su boca fue la señal—. ¡TIRAD! ¡VAMOSVAMOSVAMOS!

El fogonazo de luz les cegó unos instantes, y el rayo fue directo a su posición. El haz pasó rozando al navío, que logró virar en el último segundo. Jadeante, el almirante revisó que apenas había daños, salvo algún roce en el costado. Orgulloso, se acercó a los piratas y, con una sonrisa, se ató su blanco pelo en una cola de caballo.

—¿Y ahora?

—Debemos volver al Sangre oscura —informó el vampiro—. Debemos preparar el contraataque.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora