Capítulo 3. Martillo

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—Esto es una pérdida de tiempo —gruñó la capitana gnoma de pie sobre su asiento, agarrando con sus dos manos la jarra de cerveza que, en comparación con su cuerpo, parecía gigante.

—Relájate, Sigil. No tengas prisa para conocer las malas noticias —dijo el capitán humano reclinándose más sobre su asiento, dispuesto a poner sus botas sobre la enorme mesa.

—Como coloques una pezuña en la madera sobre la que comes, te echo a los cerdos. —Las palabras de Rey, el tabernero y jefe del local, fueron tan eficaces que al momento bajo los pies.

(Tras la Fiebre Azul y que las razas se lanzaran al mar, apenas se formaron reinos en las islas, ya que no había dinastías en las islas recién colonizadas. Sin embargo, un ex-mercenario, puede que ex-asesino y ex-cazador, nadie se ha atrevido a preguntarle, construyó una enorme taberna/posada, capaz de albergar dos tripulaciones enteras, y sin necesidad de compartir habitación. Todos los capitanes, e incluso los Índigos, le confieren respeto por tal hazaña, dándole el título y nombre de aquel que en su tierra natal ostentaba el mayor título. Todos le llamaban Rey, y su palabra era la ley, o te expulsarían del lugar más importante de todos los mares, El Reino.)

—Rey, ¡¿se puede saber a quién estamos esperando?! —rugió Sigil de nuevo, mirando por encima de la jarra al tabernero.

Rey se estiró todo lo largo que era. Era un humano de dos metros, ataviado con una gabardina que lo hacía más delgado de lo que era (contaban los rumores que ganó a un pulso a uno de los dragones). Con su afilada barba, mirada roja de cazador, siempre sonrisa en los labios y pelo cortado a capas, observaba a los capitanes en la Sala del mapa: una espaciosa sala con una mesa en el centro, en el que habían tallado el mapa conocido de los mares.

—La capitana Dulcai mandó un mensaje para los capitanes, —un sonoro resoplo trató de distraerle, pero no lo consiguió—, con la orden expresa de leerlo cuando os hayáis reunido.

—¿Esa elfa estirada? ¿Qué narices querrá ahora? —Esta vez no fue la gnoma quien se quejó, sino un enorme armario de ojos como el cielo y el pelo como la paja empapada—. Todos sabemos que está aliada con los Índigos...

—Muerte —interrumpió con voz fantasmal un esqueleto todavía en el cuerpo de un humano. El licántropo gruñó, y la gnoma no pudo evitar un escalofrío. Incluso el humano levantó el ala de su sombrero para mirar con su único ojo al extraño capitán de piel marmórea—. Huele a muerte esa carta, y a magia.

—Puede que sea así. No se organiza un Concilio de capitanes para una fiesta de cumpleaños —aseguró el humano, bajando de nuevo el ala de su sombrero.

—No es la única que solicitó Concilio —afirmó Rey con una pícara sonrisa, sacando una tuerca de hierro brillante de su gabardina y dejándola sobre la mesa.

Todos la identificaron al instante, pero solo la gnoma se atrevió a hablar.

—¿El enano? ¿Dos reuniones a la vez? Nunca antes había pasado...

—Y por eso estamos aquí. —Una voz tan profunda como la noche resonó sobre sus cabezas.

Ninguno sabía que un quinto capitán estaba allí.

—Harris —gruñó entre dientes el licántropo, mientras que Sigil se estremeció mirando al techo.

En la oscuridad de la planta superior encontró los dos puntos ambarinos y afilados, que no le quitaban ojo.

—Capitán Kouva para ti. —Inclinó la cabeza a un lado hasta poner los ojos en una línea vertical, tal y como haría un ave—. No temas, gnoma, ya he cenado. Y tú, Ojogris, te recomendaría que soltaras el cuchillo que guardas bajo el sombrero.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora