Capítulo 8. Deidad

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No le gustaba nada, pero que nada, todo lo que estaba pasando. Desde hacía un par de días no dejaban de suceder extraños sucesos, demasiado extraños. Primero, una fragata abandonada, sin bandera ni capitán, navegaba a toda velocidad con rumbo este. Cuando la abordaron, descubrieron que la tripulación era casi medio centenar de animales, liderados por una extraña figura encapuchada.

Bajo sus órdenes, un grupo de índigos se encargaron de preparar a los animales y, tras revisar que el barco estaba en perfecta condiciones, lo aprovecharon para llevárselo al cuartel general. El destino del encapuchado era diferente. Trataron de arrestarlo, pero en cuanto agarraron el saco que le cubría, se revolvió a toda velocidad y se zafó de la presa. Otro par de soldados intentaron atraparlo, pero poseía una agilidad sobrehumana, girando, saltando sobre sus cabezas o colándose entre las piernas. Siempre usando solo una mano.

El almirante, consciente de que nunca le iban a atrapar así, utilizó una estrategia mucho más sencilla. Cogió una de las naranjas del barril más cercano y la extendió, mostrándosela al extraño. Se detuvo para mirarla, aunque estaba rodeada por cinco jadeantes y enrojecidos índigos.

—Dejadle —ordenó con su femenina voz grave.

—Señor...

—Nunca le atraparéis así. —Dio un paso al frente y la fruta en alto, asegurándose de que no la perdiera de vista—. No todo es amigo o enemigo. A veces solo tienen hambre.

Sus subordinados se echaron a los lados, haciendo un pasillo para que el almirante llegara al encapuchado. Este se agazapó, al igual que lo haría un felino, y clavó su mano libre en el suelo.

«Garras azules, al igual que la cola con final de aleta en su espalda. Es un monstruo.»

Consciente de que no iba a moverse, y de un posible ataque por la comida, dejó la naranja en el suelo y la hizo rodar hasta la figura. Con un rápido movimiento, la atrapó y la hizo desaparecer bajo su capucha, de la que solo salían gruñidos semejantes a un animal devorando a su presa.

«Navegaba rodeado de animales. Al menos no es carnívoro.»

El almirante levantó la mano hacia sus tropas, indicándoles que se apartaran y dejaran espacio.

—Si quieres más, en mi camarote tengo de más frutas. —Chascó los dedos y señaló los barriles, indicando que los llevara a su habitación—. Pero necesito que vengas conmigo...

En ese momento alzó la vista. Cielo, o mar, era lo que había dentro de esos dos puntos azules dentro de la oscuridad de su capucha. Algo en él le dijo que debía acabar con aquel monstruo, pero también sabía que no tendría nada que hacer. Caminando a un lado, con la palma de la mano no muy lejos de la empuñadura, señaló el pasillo que los índigos habían formado hasta su camarote. La figura miró a un lado y luego a otro, antes de echar a correr a cuatro patas hacia su destino. El almirante le siguió con paso seguro, tratando de mantener la calma y que su corazón no saliera de su pecho.

—Señor, es una locura.

—Lo sé —respondió entre dientes—, pero es la única forma de obtener respuestas.

Porque eso era lo que estaba buscando, respuestas: a por qué las islas estaban desapareciendo, o una llama azul había carbonizado su tripulación en el oeste, o por qué navegaba con tantos animales.

Cuando llegaron a la puerta, la figura estaba sobre el barril lleno de comida, devorando todo lo que había en su interior, siempre usando solo su mano derecha.

—Por favor, mi señora —murmuró su teniente a su puntiagudo oído—, déjeme acompañarla. —Solo le hablaba en femenino cuando estaba nervioso, y en ese momento su corazón bombeaba terror.

El almirante negó con la cabeza, sosteniendo el pomo de la puerta.

—Si lo siguiente que sale de esta habitación es un monstruo, encárgate de rebanarle la cabeza —ordenó tajante, aunque apenas pudo disimular su tono agudo de mujer.

Y cerró con llave a su espalda. La extraña figura alzó la cabeza un instante, solo para asegurarse de que nadie iba a quitarle la comida, y continuó su festín.

—Al menos, con el estómago lleno, espero que no me ataques —bromeó rodeando la habitación para situarse al otro lado de su mesa de mando, desde donde observó al extraño.

Su capucha se había caído hacia atrás, desvelando lo que temía. Su piel estaba compuesta por colores turquesa, pero que dependiendo del brillo de la luz, a veces se tornaban rojas, verdes o amarillas. Su rostro era plano, con dos orificios como nariz, y una dentadura compuesta solo de colmillos. También podía ver su mano, una garra con azuladas membranas uniendo los dedos. A pesar del zoo que podrían ser los piratas de esas zonas, nunca había visto algo así.

—¿Qué eres? —preguntó curioso, confiando en que le respondiera algo. Ni se inmutó, lo que eran malas noticias—. Mierda, ¿en serio no me entiendes? ¿Y cómo me vas a responder? —Nada, reaccionaba como si lo hiciera la pared.

Con un desesperado suspiro, caminó hasta el otro lado para abrir las cortinas de su camarote.

—Un poco de luz nos despejará... —O eso creía, pero una enorme nube negra había cubierto el sol, amenazando con tormenta—. Pero si hacía un segundo estaba despejado.

Un fogonazo azul llamó su atención. Aprovechando el reflejo del cristal, pudo ver, al lado de su cara oscura y melena blanca, una brillante e intensa luz azul. Se giró para confirmar que la extraña figura había dejado de comer y, de cuclillas sobre el barril, como si fuera a atacar, mostró al fin su mano izquierda, y la esfera que con tanto recelo custodiaba.

—¿Qué narices eres?

Un nuevo relámpago, ahora a su espalda, la avisó de la inminente llegada de la tormenta. Sin embargo, aquellas nubes no era tan simples como las de una tormenta: su color era el de las profundidades del mar. Los relámpagos en su interior, cada vez más frecuentes, mostraban la silueta de una bestia astada con cola de pez flotando en su interior. Fue ese el momento en el que el extraño invitado dijo una palabra, la misma que tanto había escuchado antes de llegar allí.

—Huye.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora