Capítulo 27. Obras

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Con simples movimientos de mano, las placas de hierro que protegía los costados del galeón índigo se desplomaron, aumentando su velocidad de huida. Ya habían terminado de tirar todos los cañones y demás material prescindible, y esperaban órdenes de su almirante, en ese momento vampirizado.

—No es suficiente —susurró Chanda con tono calmado, a pesar de la tormenta que se estaba formando sobre sus cabezas—. Preparaos.

Acarició uno de los mástiles secundarios. La madera se astilló con su tacto, cayendo sobre la cubierta tras arrancar los cabos que la sujetaban. Su tripulación la miró sorprendida, pero fue directa al otro mástil, dejando el principal intacto.

—Mi señor. —El teniente se esforzó por decir el género masculino—. Creo que solo conseguirás que nos maten.

La drow se giró y clavó sus oscuros ojos carmesí bajo el antifaz de murciélago. Aquello le provocó un escalofrío a su subordinado, que miraba con atención cualquier posible movimiento.

—Ya estamos muertos. La única diferencia es si será en las próximas horas o no. —Palpó el otro mástil, que lo hizo caer directo al mar. Después miró al licántropo y al búho, que no les quitaban los ojos de encima—. Necesito que le distraigáis.

—¡JA! —gritó Koukouva al instante—. Será una broma. —Al ver que no sonreía, sino que se acercaba al hombre-lobo de piel dorada—. ¿Lo dices en serio?

No respondió, centrado en acariciar el alargado hocico de su compañero.

—Alastair, sabes que no te lo pediría si pudiera evitarlo, pero te necesito.

El licántropo cerró los ojos y ladeó la cabeza, buscando todo el contacto que podía.

—Si esto se va a la mierda, nos vamos juntos —susurró con humor.

—Nos vamos juntos.

Hizo remolinos en el mofle con su pulgar hasta que cruzaron miradas. Se podía ver en sus rostros el respeto y la ternura, a pesar de que no era la cara de Wiznkrew, sino de Chanda. En ese momento, la piel dorada empezó a tomar brillos rojizos. Se expandió desde su cara al resto del cuerpo como una telaraña. Esta vez no eran hilos negros, sino líneas de fuego que incendiaban su piel.

—Dadnos todo el tiempo que podáis, por favor...

—A la orden, mi capitán —bromeó el licántropo, notando como su cuerpo rugía de energía.

—Y vuelve entero, mi sol.

Sus palabras le petrificaron varios segundos. No se lo esperaba para nada, y aquello le hizo que su corazón latiera muchísimo más fuerte, y que un fulgor naciera en sus ojos, más allá del provocado por la magia. Al instante, el almirante chascó los dedos, y un montón de tablones de la cubierta empezaron a temblar y a separarse. Alastair comprendió lo que estaba pensando hacer.

—¡Búho, conmigo! —Agarró el mástil que todavía seguía en la cubierta y lo arrastró, forzando que todos los marines que se alejaran de popa, pero haciendo que el búho retrocediera con él.

—¿Qué estás pensando, chucho?

—Nada, que nos vamos...

Apenas terminó la frase cuando todos los tablones a sus pies se levantaron, separando aquella parte del barco de la principal. Koukouva abrió los ojos sorprendido, y trató de dar un salto para alzar el vuelo, pero Alastair le empujó con el mástil y lo colocó encima de él.

—¡¿Has perdido la cabeza?! —gritó el búho arañando la madera con sus garras. Trató de moverla, pero pesaba demasiado para él.

—Sí, pero eso no es nuevo. —El licántropo ladeó la cabeza para mirar el resto del galeón, que seguía navegando gracias a la magia de Wiznkrew a pesar de haber perdido un tercio de su tamaño. En cubierta pudo ver a Chanda, y a su amado en sus ojos, antes de girar para continuar su huida—. Necesitan tiempo, y nosotros se lo daremos.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora