Capítulo 10. Flamenco

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Sentía como si una decena de ojos le miraban, perturbando su sueño. ¿Sueño? De pronto, abrió los ojos, incorporándose lo más rápido que pudo. Su repentino movimiento provocó un pequeño grito de susto en los presentes, manteniendo un respetuoso silencio al recién despertado.

—¿Qué narices está pasando? —preguntó Alastair llevándose la mano a la nuca. Un agudo y pulsante dolor se iba haciendo cada vez más intenso.

Nadie se atrevió a responder. Ninguna de las todavía borrosas y rosadas figuras que parecían no quitarle ojo. Frunció el ceño y entrecerró los ojos, tratando de recuperar sus sentidos, pero le bastó llenar sus pulmones para identificarlas: vampiresas.

—Niñas, ¿dónde estoy? —preguntó el licántropo confundido, mirando a las tres pequeñas.

—Niñas dice el perro este —respondió una ofendida.

—Seguro que tenemos más años que él.

—Y que su sangre sabe rancia.

Tras el repaso de las tres, Alastair podía ver con mayor claridad. Tres niñas le observaban de cuclillas, sin perder detalle de sus movimientos, una con el pelo liso como la noche, la otra con hondas de color madera imposible de peinar, y la tercera con un pelo dorado cortado hasta los hombros. Las tres con los ojos rojos, dos grandes colmillos asomando por su boca al hablar y con camisón rosa pálido. A pesar de su aspecto infantil, sabía que se trataban de unas pobres huérfanas a las que Wiznkrew les dio otra oportunidad.

—Chicas, ¿qué ha pasado? —Según iba recuperando los sentidos, el cuerpo le dolía más.

—Nada.

—Nada de nada.

Ambas estaban mintiendo, pero Alastair miró a la tercera. Al principio se mordió el labio, arrugó el camisón y trazó círculos en el suelo con su pie. Por supuesto, no pudo aguantar mucho más en silencio.

—Nuestro hermano mayor quería hablar contigo...

—¡Sofía!

—¡Era secreto!

Las dos saltaron a por ella tratando de taparle la boca, pero ella forcejeó para seguir hablando.

—Y te llevaba buscando varias noches. Nos dijo que algo malo estaba pasando, y que si no conseguía hablar contigo por las buenas, lo harímmm... —Consiguieron taparle la boca, ya demasiado tarde.

Al momento, una puerta al fondo se abrió, llamando la atención de las trillizas rosadas.

—¡¿Qué es este jaleo?! —La voz de una mujer adulta entró en la habitación, pero no lo hizo sola. Junto a ella estaba el capitán vampiro, con su porte altivo y mirada carmesí.

—Hermana mayor, nosotras...

—¡Fuera! —Las tres miraron al licántropo tratando de dar pena, pero un nuevo aviso las hizo salir corriendo—. ¡Espero que no hayáis hablado más de la cuenta, pequeñas cotillas! —Una vez fuera, la enorme mujer, que apenas entraba por la puerta, dirigió su atención al capitán—. Señor, me retiro.

—Gracias, Carmila.

La mujer se retiró con una leve inclinación de cabeza, y cerró la puerta tras ella, dejando a los dos capitanes solos. Alastair no necesitó ver mucho más que se trataba del camarote del vampiro; lo había visitado una veintena de veces. Sin embargo, a pesar de todo, le echaba de menos.

—Gabi... —murmuró el licántropo, tratando de llamar al vampiro, pero este se mantuvo sereno, con la atención puesta en un lateral.

—Su tripulación se encuentra bien, capitán Alastair. —Ni un cruce de miradas, solo su soberbia—. Tras el abordaje, no pusieron resistencia.

—Al fin y al cabo, ya nos conocemos...

Sus palabras provocaron que el vampiro apretara los puños y tensara la mandíbula.

—Demasiado para vos, no lo suficiente para mí. —Clavó sus ojos como la sangre en los dorados del licántropo—. ¿Verdad?

Todavía recuerda sus palabras de una despedida definitiva:

«—A nadie le importa lo que hacemos o dejamos de hacer.

—A mí sí. Yo... No sé qué estoy haciendo.

—Muy sencillo. Conocernos, amarnos. Ser libres en la inmensidad del mar. Disfrutar de esta segunda oportunidad...»

—Mi decisión...

—Ese es el problema. Fue tu decisión, no nuestra —atajó molesto el vampiro, pero en cuanto se dio cuenta del rumbo de la conversación, respiró hondo para calmar sus nervios—. No está aquí para discutir eso.

El retorno a la formalidad le dolió más de lo que le hubiera gustado al licántropo, pero no parecía que fuera ese el motivo por el que le había atacado y raptado.

—¿Entonces? ¿Qué hago aquí?

El vampiro nunca admitiría que le echaba de menos, y que había cometido todas esas estupideces para saber que estaba bien, que ese monstruo no le había alcanzado, que él también le echaba de menos...

—Me encontré con la elfa Dulcecaida en cuanto descubrimos la destrucción de las islas exteriores. Le convencí de que mandara la carta y os convocara, mientras yo iba a tratar de descubrir más acerca de qué estaba pasando.

Alastaris permaneció en silencio, observando cómo se acercaba a un lateral, donde descansaba una estantería llena de curiosidades. La de veces que lo habían golpeado besándose con pasión, y que ninguna pieza llegara a caer.

—Estoy casi seguro que algo muy antiguo ha despertado. —Se agachó para coger un pequeño cofre, cerrado con varios candados, los cuales abrió acariciando con su mano—. Algo casi tan antiguo como nosotros.

Alastair apretó los dientes y se puso en pie. Sin perder detalle del cofre, Gavni lo giró para apuntarle con la abertura. Tras una pequeña olfateada, el licántropo comprendió que tenia razón, y que aquello era peligroso: no olía a nada.

—¿Qué es?

Entonces lo abrió, desvelando una pequeña esfera tan oscura como la noche. No, tan oscura como la profundidad abisal.

—No lo sé bien. —El licántropo alzó la mirada para ver los ojos del vampiro, cosa la cual llevaba años sin hacer. Si había algo que él no sabía significaba que era un problema muy gordo—. Creo que pertenece a aquello que está destruyendo las islas.

Alastair quiso preguntar más, o cómo había conseguido aquella reliquia... Mentiría, porque estaba pensando en cómo estaba él, en cómo se sentía, o si también le echaba de menos. Sin embargo, quien rompió el silencio fue Gavni, cerrando de nuevo el cofre.

—Te necesito. Por eso estás aquí. —Ocultó que era la primera vez que tenía miedo, y que no quería que se marchara otra vez—. Ayúdame. Por favor.

Con energías renovadas, Alastair soltó un humano rugido, y tiró de su cabeza a los lados para hacer crujir el cuello.

—¿Por dónde empezamos?

El vampiro sonrió, de nuevo, tras tanto tiempo. Aunque no podía amarle, tenerle cerca le hacía feliz.

—Tengo un plan. Una locura, pero es un plan.

—Te escucho.

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora