El barco enano navegó entre los restos de la fragata Índiga, pero no había rastro de supervivientes. Lo poco que quedaba a flote era consumido por la Llama azul. Rudolf podía sentir que la magia había sido la causante, pero no entendía cómo. Y mucho menos qué tenía que ver la Joya del mar en todo esto. Estaba seguro de que su capitana, Sigil, no estaba a bordo. ¿Entonces? ¿Podían tener algo que ver ellos con todo lo que estaba pasando?
—¡Capitán, fragata pirata por estribor!
Lo habían encontrado.
—¡Virad! —ordenó Rudolf, centrando su atención en el navío, y en Taun a su lado, que no perdía ojo de lo que estaba pensando.
Sabía que no le había contado la verdad, pero confiaba en que los gnomos le pudieran desvelar algo... Esa esperanza se fue desvaneciendo según se aproximaban al navío. Realizaron varios gritos de aviso, pero ninguno fue respondido. Algo iba muy mal. Seguía en movimiento, pero sin rumbo claro, tambaleándose de un lado a otro.
—¡Sigil! ¡O cualquiera, no importa! ¡Dad señales o tendremos que abordaros! —Intentó una última vez el capitán enano, cada vez más cerca.
—Señor. —Se acercó su contramaestre, no sin antes sentenciar con la mirada al orco—. No responden... Parece que está abandonado.
«O muerto.»
—Preparad un arpón y cinco localizavidas. Cuatro vendrán conmigo. ¿Taun? —El orco asintió, informando que subiría al barco con él.
En cuanto tuvieron la Joya del mar a tiro, dispararon un pesado arpón a las costillas de madera. Rudolf quería provocar el menor daño posible al navío de su amiga, pero no le estaban poniendo las cosas fáciles.
—¡Plegad sus velas y echad el ancla! ¡Detengamos su viaje!
Los cuatro enanos, un grupo de ágiles guerreros sin armaduras, espesas barbas, creta mohicana e imponentes tatuajes tribales, corrieron por la cadena del arpón para llegar a la cubierta del otro barco. Dos de ellos treparon hasta las velas para plegarlas, mientras el resto echaban el ancla.
Rudolf abordó mucho más tranquilo, estudiando cada rincón del barco. No había rastro de nadie, ni de nada. Esperaba al menos marcas de sangre, o cualquier cosa que pudiera indicar que habían peleado, pero estaba vacío y limpio. Taun caminó a su lado, con el localizavidas flotando sobre su cabeza y atado como una improvisada mochila. Para su sorpresa, se sentía más liviano con la runa tirando de él.
—No huelo nada —informó Taun olfateando la zona.
—¿Nada? ¿Ni siquiera a los gnomos?
El orco negó con la cabeza. Le había pasado lo mismo antes, con el índigo carbonizado. A pesar de lo atroz de su cadáver, no emitía olor alguno.
—¡Despejado! —gritó uno de sus exploradores desde lo alto.
—¿Puede quedar alguien? —El orco estaba nervioso, mucho más que el enano, quien solo quería acabar con tanto misterio.
—Si no han reaccionado con nuestros gritos, dudo que sigan con vida. ¡Conmigo!
El grupo se volvió a reunir con el capitán y, sosteniendo en alto sus enormes hachas de doble cabeza, entraron por una de las entradas abiertas. Rudolf y Taun permanecieron en silencio, esperando algún aviso.
—¡Despejado!
—¿Qué narices está pasando? —maldijo el capitán, mirando al orco por encima del hombro. Este siguió callado, demasiado para una situación así—. Si sabes algo, me gustaría que...
—No atacó la cubierta —dijo al fin.
Rudolf le miró confundido, pero un aviso de sus exploradores hicieron que se adentraran dentro del barco. La primera entrada daba a una sala diáfana, con varias mesas en los laterales, rodeadas por barriles. Rudolf se acercó a uno de ellos y extrajo con su mano de carne un puñado de piedras preciosas.
(A pesar de la poca diferencia de altura que puede haber entre un gnomo y un enano, haciendo que los más incultos y/o borrachos sean incapaces de diferenciarlos, son muy distintos. Para empezar, los enanos están casi fundidos con la piedra. Aman la montaña, y odian todo lo que habita en ella. Por su parte, los gnomos son mucho más versátiles que ellos, además de menos musculosos en la mayoría de los casos. No les importa dónde vivir, y suelen ser tolerantes con el resto de razas, a pesar de su fama de ser un poco demasiado agitadores. Sin embargo, otra de las más destacables características, y diferencias, es su afinidad con la magia. La dureza y resistencia de los enanos les hace casi nulos para su manipulación, aunque pueden grabar runas, como los localizavidas. En ese sentido, los gnomos son mucho más afines, llegando a graduarse en las escuelas de magia. Ambas razas son buenas tasadoras, pero los gnomos, como Sigil, buscan algo más que el valor de la propia piedra: buscan su vínculo mágico.)
—Nada tan valioso para merecer morir... —desestimó el capitán con una sonrisa torcida—. Ni quiera tocaron las herramientas de bronce.
(Se trata de un invento gnomo. El bronce se trata de un metal tan débil como para no rayar el metal de calidad, pero sí de descartar las aleaciones o los metales menos valiosos. Por ese motivo, los gnomos trabajaban con martillos o punzones de bronce para sus tasaciones.)
—No estaba buscando las joyas ni el bronce. —Taun negó, olfateando de nuevo el ambiente.
Esta vez fue él quien lideró la marcha. Los enanos le siguieron hasta uno de los laterales y, con uno de los martillos de bronce, reventó la pared con un impacto certero. La inesperada luz les hizo entrecerrar los ojos por unos instantes, hasta que su vista se adaptó de la penumbra a la luz natural.
—Les hemos encontrado —indicó Rudolf con tono triste, mirando las masas carbonizadas incrustadas en la pared, todas rodeando un enorme agujero en la costilla de la Joya del mar, por donde entraba la luz natural—. ¿Qué estaba buscando?
Taun se acercó a uno de los laterales, donde había más barriles, esta vez todos vacíos... Entonces lo vio. Retrocedió un par de pasos, y todos le imitaron, para ver mejor la marca en la pared. Estaba hecha con lo que parecía sangre que habían quemado: un alargado rombo cubría todo lo alto de la pared, y tres esferas rodeaban la punta superior, dejando una dentro y las otras dos fuera a los lados, y las tres tachadas por una línea horizontal, y desde su centro partía otra atravesaba todo el rombo.
—¿Orcos? —preguntó Rudolf, mirando a su compañero piel verde. Este negó con la cabeza.
—Demonios. Vinieron por el agua, carbonizaron a los gnomos todavía confusos y devoraron todas las piedras mágicas que había... —Se giró para mirar por el enorme agujero que había creado—. Y estoy seguro de que todavía quieren más.
Rudolf lo comprendió. Cambió su brazo metálico para sacar el telescopio, y entonces lo vio: el enorme árbol, signo de los elfos, y siguiente destino de aquel monstruo.
—¡Mierda! ¡Todos, volvemos al barco! ¡Rumbo a Galadrim!
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TALETOBER 2023
Fantasy31 palabras, 31 días, 31 capítulos. En eso consiste el Taletober. Sin embargo, este año voy un paso más allá, y me adentro a una historia de piratas sin igual. Si te gusta el humor y la fantasía, además de surcar los mares, quédate y descubre esta h...