Capítulo 18. Cocina

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—¡Arriar las velas! ¡Levad anclas! ¡Salgamos de aquí ya! —Las órdenes del capitán enano fueron tajantes desde el instante en que pisó la cubierta de su barco.

Taun le seguía de cerca, mientras Dulcai avanzaba cansada apoyada sobre Isi, herida durante la batalla. La elfa no le quitaba el ojo de encima, con una mano siempre cerca a su hoz.

En cuanto la tripulación se puso en marcha, los tres siguieron al mecanizado enano hasta su camarote sin cruzar palabra. Cojeó hasta su enorme silla acolchada y abrió una botella de ron. Por su falta de vasos, comprendieron que no estaba dispuesto a compartir. En cuanto apuró la mitad de una sentada, golpeó la mesa con ella y, con su mano buena, sacó una pistola con la que encañonó al orco.

—El juego se ha terminado —desveló Rudolf cansado—. Te prometo que me he esforzado por enterrar todo el daño que nos hemos hecho durante tantas generaciones, y no ha sido fácil convencer a mi tripulación de ello, te lo aseguro. Sin embargo, solo me has pagado con secretos y mentiras.

—Nunca te he mentido —se defendió Taun con tono triste, pero antes de que Rudolf siguiera hablando, Dulcai posó el filo curvo de su hoz en el cuello verdoso del orco.

—Dame una maldita razón para no decapitarte. Un primo tuyo de color azul ha masacrado a todo mi pueblo sin ningún motivo...

—Mi hermano.

El enano y la elfa cruzaron miradas, ambos bajando sus armas y relajando la postura.

—¿La carta?

—Era para que le ayudara a él, no a mí. —Soltó un profundo suspiro, consciente de que había llegado el momento de contar la verdad—. En realidad, no esperaba que fuera a sobrevivir.

—¿Alguien me puede explicar qué está pasando? —preguntó Dulcai pasando la mirada de uno a otro, esperando respuestas.

Rudolf levantó la mano para pedirla silencio y, con un golpe en la botella, se la pasó a la elfa, que no dudo en darle otro largo trago.

—El orco azul es mi hermano, o era, no lo sé. Y nunca te mentí, Rudolf. Solo que no podía contarte toda la verdad.

—Esa es nueva, chico —dijo con una pequeña carcajada—. Pues creo que ha llegado el momento para que cambies eso.

Asintió varias veces mientras hacía pequeños ejercicios de relajación. Dulcai le miraba con la ceja levantada. Demasiado débil para ser un orco normal, de eso no tenía duda.

—¿Recuerdas lo que te conté de la hija del jefe del clan, mi tío? —Rudolf asintió—. La verdad es que se llevó a cabo un torneo para ver quién era el mejor, si la hija o algún otro contendiente.

—Eso no justifica que se convirtiera en un maldito monstruo azul asesino —escupió Dulcai acercando su mano a la hoz que descansaba sobre la mesa, pero el orco ni siquiera parpadeó—. ¿O sí?

—Perdió contra su prima de forma limpia y clara. Sin embargo...

—No lo aceptó —concluyó Rudolf por él, comenzando a entenderlo todo.

—Alegó una fiebre, o que no se encontraba sano. Había perdido, pero para no dejar a una mujer al mando, decidieron repetir el combate una semana después.

—¡Qué desgraciado! —Dulcai apuró lo que quedaba de botella y le robó otra a Rudolf. (He de indicar que la palabra que dijo fue muchísimo peor, implicando especies arcanas y varios cientos de generaciones.)

—Fue en ese momento cuando contactó con los gnomos. —Rudolf entrecerró los ojos y Dulcai levantó la ceja—. Por eso ya conocía su barco.

—¿La tripulación de Sigil? —La elfa intervino.

—Ex-tripulación. Ahora están todos muertos —apuntó Rudolf con un profundo suspiro, para luego señalar a Taun—. Termina, por favor.

—Hicieron un intercambio. No sé lo que le dio, creo que cientos de joyas, a cambio de una piedra que pudiera hacerle ganar el combate. —Dulcai iba a intervenir, pero se imaginó la respuesta—. Yo le espié, y advertí que era una idea muy estúpida. Todavía me arrepiento de no haberle detenido a tiempo... La piedra que le entregó, una pequeña esfera negra, como no sabía usarla, se la tragó poco antes del combate. Durante gran parte de la pelea, nuestra prima fue ganando hasta que, de pronto, su piel empezó a cambiar de color. Perdió el blanco de los ojos, y llamas azules empezaron a brotar de sus puños.

—Había cambiado de dios al beberse su sangre —explicó Dulcai en tono sepulcral.

(Pocos conocen el motivo por el que los orcos son de un color verde tan intenso. Una de sus explicaciones fue que hicieron un pacto con un demonio antiguo, casi tanto como el tiempo, que veneraba la violencia y la guerra. Ese clan bebió de su sangre, cambiando el color de su piel para venerarlo.)

—Todos los demonios antiguos están muertos —sentenció Rudolf, pero la elfa negó con la cabeza.

—Uno no. —Miró al enano, recordando a la vez el contenido de su carta.

—¿Puede ser el mismo que está arrasando las islas?

—Demasiada casualidad. —Se recostó la elfa en su asiento, acariciando la cabeza astada de una Isi tumbada en el suelo—. Justo cuando aparece un monstruo que arrasa islas, un orco hace un pacto con un nuevo demonio antiguo y ataca su gente...

—Ha asesinado a todo mi pueblo —criticó Taun en tensión.

—Y a mis hermanos. ¿O hace falta que te lo recuerde? —Agarró el mango de la hoz para darle fuerza a su amenaza, pero un sonido grave captó su atención.

—¡Algo se acerca! —gritaron desde arriba.

Los cuatro salieron a toda velocidad del camarote y se asomaron por la poa, dejando atrás la Semilla siendo devorada por llamas azules... Y una enorme masa azul nadaba a toda velocidad en su dirección, mucho más rápido que el propio barco. Sin duda, era él.

—¡Coged las armas! ¡Nos atacan!

TALETOBER 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora