Parte 6

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Alargué el brazo para poder alcanzar la maldita cosa que no para de sonar. Cuando lo alcancé en vez de apretar el botón de apagado con un fuerte movimiento lo tiré al suelo. El despertador hizo un último pitido y se acabó. Ya podría darme media vuelta y dormir. Pero a los pocos minutos sonó el despertador del móvil y por mucho que me gustaría estrellarlo contra el suelo, contuve mis ganas de destrucción mañaneras. Me levanté medio dormida y me dirigí al baño de mi habitación para una ducha. Conseguí no dormirme bajo el agua y salí para envolverme en mi albornoz. Baje descalza a la cocina y me prepare un tazón de cereales mientras miraba por la ventana. Son las 6.30 y la calle estaba desierta, no hay ni una luz en ninguna casa. Qué envidia, de verdad. Añadí un poco de azúcar me senté a la mesa. Por lo menos tenía tiempo de desayunar tranquilamente.

Una vez terminado el desayuno metí el tazón en el lavavajillas y subí de dos en dos las escaleras con energía renovada. Me puse unas mayas negras de deporte, una camiseta básica amarilla y una chaqueta deportiva negra de hombre. Agarré la mochila con las llaves y todo lo necesario para pasar la mañana y me dirigí al Jeep.

Como era de esperar las calles estaban desiertas y no me fue difícil encontrar un aparcamiento enfrente de la puerta del gimnasio. Cerré el auto nada más salir. Me pese un rato con la cerradura de la entrada principal y cuando conseguí que la maldita cosa se dignase a abrir. Entre en la recepción y a pesar de llevar chaqueta un escalofrío recorrió mi cuerpo. Así que lo segundo que hice después de encender todas las luces del gimnasio, fue poner un poco la calefacción.

-Hola, jefa - me saludo El Vikingo mientras entraba.

-Buenos días - le sonreí.

Christopher, más conocido como El Vikingo, es un hombre alto, con grandes musculo y por supuesto una melena larga y rubia recogida en una coleta en la nuca. No era exactamente lo que se dice atractivo, pero tenía ese no-se-qué que lo hacía irresistible. Además, era de los pocos que no puso problemas desde el principio para que yo dirigiese el local.

Me senté un rato en la silla de Bob esperando que llegaran los boxeadores que faltaban y los entrenadores para cerrar la puerta y quien quisiese entrar tendría que llamar al intercomunicador. A los pocos minutos entraron los dos entrenadores que les tocaba trabajar hoy riéndose de algo. Se trataba de Paolo, uno de los entrenadores más jóvenes porque se tuvo que retirar de las competiciones por una lesión y por su puesto de descendencia italiana. Y su acompañante era David, un cincuentón canoso y con una barriga pronunciada. De rostro afable, pero con una mala leche acojonante. Más tarde entraron El Escurridizo y Johan, y al parecer ellos también estaban de buen humor. No sé si al escurridizo lo llamaban así por cómo era en el ring o por el pelo tan grasiento que tenía.

-¡Ey, Jefa! - se detuvo Johan, mientras se apoyaba en mostrador - ¿Hace un gran día, no crees?

-Cuando salga el sol te lo diré - dije resoplando.

- Vaya, vaya... Parece que alguien no tiene muy buen despertar - río.

Puse los ojos en blanco sin poder evitarlo. Pero La milésima de segundo que no mire apareció Poché que se nos quedó mirando fijamente. Johan se dio la vuelta para ver lo que miraba yo.

-Necesitó hablar contigo, Daniela - dijo sin apartar la mirada de mí y haciendo que me estremeciera cuando dijo mi nombre.

-Yo mejor os dejo - dijo el Johan mientras se iba, pero ninguno de los dos le hizo caso. Yo estaba embobada mirando los verde oliva de Poché y ella mis ojos.

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