Final

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Poché

''No está muerta. Todavía respira'' esas han sido las mejores palabras que he escuchado en mi vida.

Nunca pensé que ocurriría esto cuando me dejó en el hospital. Todavía se me para el corazón al pensar en lo que podía haber pasado. Y aun sabiendo que se va a recuperar, y que la primera bala sólo le rozó el pulmón, que no se le perforó de milagro; que la segunda bala tampoco le hizo graves daños internos debería estar aliviado. Pero no puedo. Verla así, tumbada en la cama, con miles de tubos y cables no hacía nada para calmarme.

Por suerte el destino no fue un hijo puto completo. Mi madre despertó para decirnos todo lo que Lindsey le había contado muy afectada. Y todo para que llegase justo a tiempo de evitar la tercera bala que estaba apuntada hacia la cabeza de mi pequeña. Todavía siento el desgarro en el pecho al ver a Daniela tendida en el suelo, rodeada de un charco de sangre mientras que la jodida psicópata se agachaba para rematarla. No me lo pensé dos veces y me tiré sobre ella. Mi peso hizo que su cuerpo cayese más duro contra el suelo. Y si por mi fuera el golpe la hubiese llevado directamente al infierno.

En nada llegó la policía y una ambulancia, la cual llevó a Daniela al hospital urgentemente. Ahí es cuando escuché esas dos frases que permitieron a mi corazón volver a latir.

Y aquí me encuentro, mirando como mi pequeña duerme sin notar nada de dolor. Acerqué más la silla a la cama con cuidado de no tocar ningún cable o tubo. La agarré la mano, que estaba un poco destemplada a causa de la gran pérdida de sangre, con las mías. Y entonces pedí a quien se ocupase de la vida o lo que fuese que nos guiaba en nuestro camino, que se recuperase del todo, que no empeorara. Que a partir de aquí yo me encargaré de que estuviese a salvo el resto de su vida. Que sería yo quien la mimase y aguantase sus enfados. Que haré cualquier cosa por verla sonreír. Porque soy tan suyo que sin ella mi vida carece de sentido.

Las horas pasaron y ella no empeoró. La transfusión de sangre estaba consiguiendo que recuperase color y calor corporal. Yo no me separé en ningún momento de su lado. Al igual que German. Nunca le había visto así, tan pálido y agotado. Y sobre todo nunca le había visto llorar. Al principio nos miramos los dos sin saber que decirnos mientras estábamos en la sala de espera. Pero al final acabamos abrazados llorando, como quien sabe que ha estado a punto de perderlo todo, pero que la suerte ha jugado a su favor. Al principio lloramos de impotencia y dolor, después de con algo de alegría y esperanza; porque ella seguía viva. Creo que ese suceso no lo voy a olvidar. Pero tampoco lo voy a ir diciendo por ahí. En fin, ambos tenemos una reputación de personas duros que mantener.

Apoyadas en la puerta de la habitación se encontraban sus amigas. No pasaban porque prohibían a más de dos personas en la habitación. Pero ellas querían estar allí. Porque nada más saber a través de German lo ocurrido, no se lo pensaron dos veces y movieron sus hilos de contactos para conseguir el primer vuelo o un jet privado para llegar lo antes posibles. Y ambas se veían tan mal como nosotros dos.

Las horas seguían pasando y las enfermeras salían y entraban tomando notas de todo y mirando los aparatos que pitaban a nuestro alrededor.

Ya sería pasada la medianoche cuando sentí un leve movimiento en mi mano. Y miré allí. Sí, los dedos de Daniela se estaban moviendo suavemente.

-¡Está moviendo la mano! - dije demasiado alto.

German se acercó rápidamente a la cama justo cuando Ella empezaba a mover los labios. Pero al momento se volvió a quedar dormida. Nosotros igualmente decidimos llamar a una enfermera.

-Poché... Poché... - escuché un susurro y abrí de repente los ojos cuando me di cuenta de que era Daniela. Me enderecé en la silla junto a la cama.

-Estoy aquí, pequeña - dije incorporándome del todo para que pudiese ver bien mi cara sin problemas.

- Poché - dijo con poca voz, pero más fuerza.

-No hace falta que hables, tienes que guardar fuerzas - dije acariciándola la mejilla.

-Poché - volvió a llamarme y se paró para coger aire -Tienes razón -volvió a respirar fuertemente - soy tuya.

-Yo también soy tuya, pequeña - dije sin evitar que una lágrima me recorriese la mejilla - Ahora duerme - dije dándole un beso en la frente - mañana va a ser un día duro y tienes que dormir.

-No me dejes - dijo mientras volvía a cerrar los ojos.

-Eso nunca.

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