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Cristina

Estaba en mi penúltimo año de universidad. Acababa de cumplir los veinticinco, y estaba contentísima con lo que había conseguido hasta ahora. Pero ahora tenía una asignatura nueva, que había conocido como la asignatura por la que todos dejan la carrera. Yo no quería ser así y abandonar mi sueño de poder hacer la carrera en Harvard. Ya había hecho casi todos los años y aunque la vida me lo ha querido poner difícil, sigo aquí.

Entré en el aula, había un hombre apoyado sobre la mesa de oficina del profesor, mientras iban entrando alumnos. Guau. Es que... guau. Conque profesor nuevo...

-Buenos días, soy Toto Wolff, y os impartiré durante los tres primeros días de la semana la asignatura de ecuaciones diferenciales.

Y en cuanto empezó a explicar, empecé a darme cuenta de que: uno, estaba buenisimo. Y dos, que no iba a entender una mierda de lo que había aquí. Y más con este pedazo de hombre distrayendome. Creo que esto de estudiar ingeniería industrial me va a pasar factura. Por dios... ¿Por qué me ponen esto sabiendo lo jodida que va a ser la clase? Hacen las cosas difíciles. Y lo peor es que no soy la única que se lo está comiendo con los ojos.

-Que hombre...

-¿Ha dicho alguien algo? -toda su atención fue a la fila de mesas en la que estaba yo. Para qué hablo...-. ¿Usted, señorita...?

-Lopez -aclaré-. No, no he dicho nada.

La vergüenza me pudo en ese momento. Además de que intimidaba. Nos explicó cómo iban a ser sus clases. Íbamos a usar tanto cuaderno, como ordenador. Eso sí, era muy restrictivo según las normas que nos había dado de sus clases. Fue lo único que entendí a la primera de esa clase. Mates, puros cálculos. Dios... voy a sufrir. Se me dan relativamente bien, pero los odio. En fin, que sea lo que dios quiera.

Cuando salimos del aula, dos de mis amigas vinieron a por mí, directas.

-Está que te cagas. Me he enterado más del botón a medio desabrochar de su camisa que de lo que decía.

-Por dios, Anna.

-No me jodas, tú has dicho que era un pedazo de hombre y se ha enterado.

-Porque es un tiarron.

-¿Qué si es un tiarron? Madre mía... ¿pero sabes lo malo? Su anular tiene dueñaaa -y que esperas, un hombre como ese no pasa dos veces en la vida.

-No me extraña.

-Ya. Ojalá que un día venga sin anillo -habla la otra, Lana.

-Yo me lo follaba.

-Permiso -pasó justo entre nosotras, a paso apresurado en línea recta hacia otro pasillo.

-Adiós... imagínate que nos ha oído -la cara de Anna se convirtió en una de horror.

-No, cállate, calla.

-Buffff... tiene toda la pinta.

Suspiré. Con lo que había dicho, joder. Decidí no pensar en ello para no perturbarme.

Tras un largo día, volví a mi querida casa, donde me esperaba mi perrita. Desde que me dejó -destrozada- mi novio, por otra, como no, solo la tenía a ella. Fue un regalo de él, de hecho. Pero que se joda. Esta perra es mía. Una salchicha preciosa.

-Galleta, mi vidaaa.

Ella ladraba y daba vueltas de alegría cada vez que me veía. Tenía un año, aún era una cachorrita.

-¿Vamos a la calle, princesa?

Y se volvió loca. Le encantaba salir a pasear. Y más cuando todo el mundo en el parque le hacía caso. Era un perro que todo el mundo quería tocar y ella encantada lo hacía. No sabía ella ni nada. Era más lista... Nos fuimos a la calle, y directamente al parque. La solté para que pudiera correr, y ella se fue revolucionada a dar una vuelta por todo, y luego volver a correr por delante de mí, para que la viera. Como si intentase recordarme lo mucho que sabía correr. Y como siempre, acababa manchada. Pero no un poco, no. Por tooodas partes.

enséñame lo que sabes [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora