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Toto

Quería ver a mis hijos. Llevaba desde que me fui de casa sin verlos, y estoy convencido de que me echaban de menos. Los conocía, y eran niños de papi, de siempre. Me fui organizando con mi abogado, quién habló con el de mi mujer para poder llegar a un acuerdo, pero ella empezaba a rechazar la idea de la custodia compartida. Bien, pues si no es a las buenas, es a las malas. Aunque bueno, estaba acostumbrado a no ver a los dos mayores, pero al pequeño...

Iba a clase amargado, les contestaba mal a mis alumnos y sabía que ellos no tenían la culpa. La única que conocía mis razones era Cristina, y aún así, estaba en desacuerdo. Porque no es justificable este trato, hasta yo lo veo. Pero me sale solo, soy así hasta con ella. Y me estaba empezando a coger mucha manía. Es lo último que necesito. La única persona en la que confío en contarle mis problemas porque sé que no me va a juzgar. Y ahora ella estaba enfadada conmigo, porque la última vez que nos vimos le grité de mala manera cuando ella solo quería ayudarme. Más razones para amargarme.

Mi solución no era el alcohol, ya que el abogado de mi ex tendría muchas más razones para no darme la compartida, y yo así me muero.

Fui a clase con una cara de culo y sin ganas de dar clase. Simplemente abrí el libro, dicté un par de ejercicios y dejé a la clase trabajar en silencio. Primero mi divorcio, luego mis pilotos, ahora mis hijos... ¡¿Qué más queréis de mí?! Estaba hasta los huevos. Ella ya no se iba la última, se apresuraba en no encontrarse sola conmigo, y me sabía muy mal. Me había cogido hasta miedo. Y la verdad, no tiene razones para hacerlo. Bueno, sí las tiene... por ahora. En cuanto empiece a arreglar un par de cosas, me arreglaré yo. Necesitaba paz. Paz conmigo mismo y con todo el alrededor.

Cristina

No sé qué le había pasado. Todo había cambiado. Él, su metodología, sus clases... ya no era el profesor que conocí el primer día de curso. Ahora era un amargado, no hacía de las clases divertidas, te hablaba mal... era una tortura. Hasta que un lunes, no vino. La clase celebró, aunque a mí me pareció realmente raro. No dejaba de preocuparme, sabía que él no estaba bien. Quería ayudarlo. Quería escribirle, preguntar por qué pasaba, pero a lo mejor lo molestaría.

Hola...

–Hola –fue casi instantáneo.

–¿Estás bien?

–Relativamente... estoy luchando por el divorcio definitivo y la custodia de mis hijos. Estaré unos días sin venir.

–Suerte entonces.

–Gracias, reina.

–Ya sabes que las puertas de mi casa las tenéis abiertas. Los tres.

–Eres un cielo.

🫶🏻🫶🏻.

Se acabó desconectando. Estaba mal, y por eso estaba así. Él no era un hombre malo. Quería verlo. Supongo que si lo llamaba me diría dónde está.

Quiero verte.

–¿A mí?

–No, al vecino.

–Yo qué sé... puedes venir. Cuando acabes, claro.

–Hecho.

–;).

Volví a centrarme en las clases, aunque solo podía pensar en irme de allí para poder comprobar que él estaba bien. Las clases se me hacían eternas, hasta que por fin salto el timbre de la salida y yo salí pitando hacia mí moto. La arranqué y fui para su casa. Toqué el timbre y esperé a que me abriera, y me encontré con él. Con una cara de cansancio increíble.

enséñame lo que sabes [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora