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Cristina

Me desperté con sonidos de patitas correteando hacia mi habitación. Se me olvidó cerrar la puerta y la perra saltó como un canguro para llegar a la cama, yendo directa a molestar a Toto.

–¡Galleta! –susurré.

Ni caso, se subió a su espalda –tremenda, por cierto– y empezó a olisquearlo. Seguramente despertaría y en cuanto se fuese a levantar ella saldría volando.

–Galleta –la volví a llamar. Ella me mira, inclina la cabeza y vuelve a meterse en sus asuntos, esta vez yendo a por su cara. Ahí Toto se movió un poco. Está jugando con fuego. Cogí paciencia y cogí a la perra entre mis manos y la dejé en el suelo. Ella se puso a llorar, y sí, acabo despertando a Toto.

–Por dios... parece que te torturan –miró a Galleta.

–Lo siento.

–Tranquila. Total la alarma sonaba dentro de cinco minutos –dice al revisar su móvil.

–Yo aún no.

–Pues quédate tu durmiendo... –se estiró, madre-mia. Me mordí el labio disimuladamente, que guapo, que bueno esta... joder. Se vistió con la ropa de ayer y salió de la habitación sin ninguna prisa. Creo que debería seguir sus pasos, así dejaría de llegar tarde.

–Nos vemos luego entonces.

–Sí, y procura no llegar tarde esta vez, tienes más retrasos que tareas completadas.

–Eso es más mentira.

–Si no fuera por mí esa sería tu realidad...

–He llegado tarde tres veces contadas, callate.

–Tris vicis cintidis, que sííí...

–Vete antes de que te tire un cojín.

–Como si un cojín me fuera a... –y fue muy tarde para él. Me lo devolvió de la manera más agresiva y precisa que supo. Me levanté de mala hostia y le pegué, pero con mis manos, pero antes de que le diera, me sujetó fuerte de la muñeca–. Ni se te pase por la cabeza, mocosa.

Levanté la otra mano para darle, y él me acabó agarrando de la otra muñeca sin darnos cuenta que estaba contra la pared y él totalmente pegado a mi cuerpo mirándome de una manera que más que asustarme me gustó. Estaba sin escapatoria.

–¿De verdad? ¿Me estás vacilando? –acercó peligrosamente su cara a la mía.

–Suéltame.

–No me da la gana. Espero que te guste sufrir porque voy a hacer de las clases un infierno para ti.

–¿Ah sí?

Él se mantuvo firme.

–Suéltame... –acerqué mi rostro al suyo, y él dejó mis manos de una vez. Se me habían adormecido por la fuerza que ejerció al agarrarlas. Dios... me dolían. También cabe mencionar que si yo soy alta él es más grande, imponía.

–Me voy, suerte intentando entender el temario de hoy –y después de despedirse de mi perra mejor que de mí, se fue. Jo-der

Toto

Lo que me faltaba. Una alumna rebelde. Y encima, la que era mi favorita. Si ya sabía yo que no tendría que haber ido, y mucho menos haberme quedado a pasar la noche. Lo de hace un rato no tendría que haber pasado. ¿Lo peor? Qué si vuelve a pedirme ayuda, se la voy a dar. Soy muy bueno, o con ella mejor dicho.

Me compré un café antes que nada y me decidí por empezar a impartir los materiales difíciles, pero algo me impedía hacerlo, y era lo mucho que iba a sufrir ella que si ya le costaba de por sí, no quiero imaginarme si yo empiezo a explicar esto. Aunque estaría bien devolverle la jugada. Por lo que acabé decantando lo que iba a explicar ese día, lo que le dije a ella que explicaría.

enséñame lo que sabes [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora