Capítulo 11

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Choi San

La motocicleta dejaba una estela de polvo a su paso y era más escandalosa que rápida, pero le ayudó a llegar antes de lo esperado. A un par de calles de la casa de su padre, había un local de comida que atendía una anciana muy bajita y delgada, de cabello corto y canoso, muy amable. Siempre atendía a San con mucho cariño, a diferencia de los demás locales en donde solo parecían tenerle miedo u odiarlo.

Estacionó en el callejón junto al pequeño restaurante y entró sin perder mucho tiempo, no quería ser visto por demasiada gente, y tristemente ese local rara vez se llenaba. No entendía porqué, después de todo la comida era muy rica. Eso le hizo pensar en que algún día le gustaría llevar a Wooyoung a comer allí y que seguramente a él también le gustaría la comida de esa ancianita.

── ¡Oh! ¡Sanie! ¡Volviste! ── Su alegría era tan genuina que San sonrió ampliamente y dejó que la señora lo abrazara. ── ¿Ya comiste algo? Te traeré un plato, siéntate, siéntate.

── No, no, abuelita. Muchas gracias, pero no puedo quedarme. Debo ir pronto con mi padre. ──Le explicó. Mencionar a su padre bastó para que la señora no insistiera, solo asintió, pero de todas formas le hizo seña para que esperará. Desapareció detrás de una cortina, hacia la cocina seguramente, y regresó después con una bolsita en las manos.

── Llévatelo para el camino, ¿bueno? ── La mujer apretó sus manos con cariño, dejando una dulce caricia en ellas. ── Vete rápido. Anda.

── Antes de eso... Quiero pedirle un favor. ── La señora se detuvo entonces, curiosa, pero dispuesta a ayudarle con cualquier cosa. ── Dejé una motocicleta estacionada en el callejón. ¿Puede cuidarla por mí? Si no regreso por ella en un mes, busque a esta persona por mí, por favor. ¿Sí? ── Con manos temblorosas le entregó a la mujer un pedacito de papel arrugado donde había escrito el nombre y la dirección del Halazia, y el de Yunho como referencia.

── ¿Estás... En problemas? ── preguntó la mujer. Pero San negó con la cabeza, volvió a sonreírle y le besó las manos.

── La veré pronto, abuelita. Cuídese mucho y... Gracias. ──La mujer no le hizo más preguntas y él sabía que podía confiar en ella.

Abandonó el local, miró hacía ambos lados de la calle y echó a andar hacia la casa de su padre. A medida que se acercaba se iba poniendo más nervioso, y cada vez veía más rostros de gente que trabajaba para su papá. Algunos empezaron a reconocerlo, y se le pegaron como sanguijuelas, pero no dijeron nada ni intentaron detenerlo. Parecían curiosos más bien, aunque San no se confiaba de ninguno de ellos.

Siguieron sus pasos hasta que llegó frente a las enormes puertas de la casa de su padre. La construcción era antigua, una clásica casa con arquitectura tradicional de la antigua dinastía Joseon, con una que otra remodelación. A Choi San le gustaba mucho la casa, pero no los recuerdos que de ella tenía. Al verlo llegar acompañado de siete de los hombres de su padre, los que cuidaban la puerta le dejaron entrar. Todos se le quedaban viendo, lo que ponía más nervioso a San. Se le hacía extraño que ninguno hubiese ido a buscar a su padre enseguida, ni que le hubiesen dicho nada, por lo que no bajó la guardia en ningún momento. Él tal vez no era mejor peleador que Mingi, pero sí era mejor que todos allí, sin embargo, le superaban en número y en armas. Estaba preparándose para la peor de las situaciones, cuando vio a la mano derecha de su padre acercarse por uno de los pasillos del patio principal.

San le saludó con una reverencia y el mayor le correspondió.

── Su padre creía que estaba muerto. ── Le dijo aquel hombre canoso, pero de aspecto duro y peligroso. Entre él y su padre no sabía cuál era peor.

𝙎𝙩𝙧𝙚𝙚𝙩 𝙁𝙞𝙜𝙝𝙩𝙚𝙧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora