Capítulo 21

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No había vuelto a hablar con Luz desde que la dejé en mi habitación junto a su padre el otro día. Decidí cogerme unos días de asuntos propios para poder desconectar de todo lo que me había estado pasando. Aproveché para ir a Madrid para ver a alguien que tenía pendiente. Llevaba sin verle desde hace más de dos años, desde que me casé con Hugo y mi vida comenzó a basarse sólo en él. Realmente, fue la única persona que no me dio la espalda en su momento, y que me creyó completamente.

Sentí tanta impotencia después de todo lo que pasó, que saber que la tenía a ella a mi lado, al menos me reconfortaba. Siempre había estado conmigo, desde pequeña. Me había cuidado. Y, además, me había enseñado todo lo que sabía de cocina. Pasaba muchísimas horas con ella a la semana, ya que mis padres trabajaban demasiado, más de lo que me hubiera gustado. Puede que, eso hiciera que nuestra relación fuera tan distante a lo largo de mi vida. Mis padres siempre se han preocupado por mí, me han dado una buena educación, he tenido todo lo que he necesitado... pero a veces, esas cosas no son suficiente. Nunca tuve esa confianza que tenían el resto de mis amigas con sus padres, ni ese vínculo tan fuerte que las unía.

Muchas veces pensaba: ¿Es culpa mía?

Creo que nunca aprendí a querer. Mi madre nunca me dio ese beso de buenas noches antes de dormir, ni me dijo lo mucho que me quería. Yo, sabía que ella me quería, en el fondo, pero no era capaz de mostrarlo.

Luego estaba mi padre, la persona menos expresiva de la historia. Creo que nunca me he abrazado a él, al menos desde que yo lo recuerdo. Nunca ha mostrado nada positivo hacia mí, sólo desprecio.

Y todo ello, trajo un gran número de consecuencias en mí. Pocas veces he sido capaz de decirle a alguien lo mucho que le quiero, incluso con Hugo, habiéndome casado con él. Lo normal habría sido ser capaz de hacerlo, ¿no? Además, era una de las cosas que Hugo más me echaba en cara. Le molestaba tanto que fuera tan distante con él... incluso había veces, que no era capaz de darle un abrazo. Mi cabeza me decía: hazlo. Pero había algo dentro de mí, que me bloqueaba y hacía que fuera incapaz de hacerlo. Me costó mucho tiempo, y mucha terapia, pero finalmente pude encontrarle una respuesta a todas las preguntas que se me pasaban por la cabeza: mi familia.

Me dirigí hacia su casa. Aún recordaba con total facilidad la calle y el piso donde vivía, ¿cómo iba a olvidarlo, después de haber ido tantas veces de pequeña? En esa misma calle, al lado de una pequeña mercería, seguía estando aquel puesto en el que me compraba una ración de castañas cada domingo. Las mejores castañas que había probado jamás. Decidí comprar una ración para poder llevárselas a su casa y así poder alegrarle un poco, ya que estaba segura de que sería así.

Llegué al cuarto piso y llamé al timbre. Tres toques, nuestra seña secreta para saber que era yo. En seguida, escuché algunos pasos desde dentro y abrió la puerta. Estaba tal como la recordaba, con uno de esos babis que siempre se compraba en el mercadillo, y sus pantuflas con un pompón en la parte delantera. Su estilo, seguía siendo el mismo.

Cuando me vio en la escalera, pude notar su alegría cuando se quedó completamente con la boca abierta.

- Cariño... pero ¿qué haces aquí? – dijo con una sonrisa enorme en su cara y los ojos un poco aguados.

- ¿No puedo venir a ver a mi abuela?

- Eso ni se pregunta, mi vida. Anda, ¡si has traído castañas y todo! ¿Te acuerdas cuando te compraba un paquetito cada domingo?

Comencé a entrar hacia dentro de la casa, cerrando mi abuela la puerta detrás de mí.

- Pero cómo no me voy a acordar... no sabes cuánto te he echado de menos, abuela – se me comenzaron a empañar los ojos.

Éxtasis #LuznhoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora