Capítulo 20 parte IV

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Buscar a un león desaliñado y piojoso fue más difícil de lo que Nadia pensó que sería ¡las praderas son enormes! Podría estar en cualquier parte, incluso en las lejanías.

Otra cosa que Nadia no se explica era la poca o nula seguridad entre las fronteras de las praderas y las lejanías. Literalmente Zazu son los ojos del rey en el cielo, tiene a sus pequeños topos espías con sus noticias subterráneas y nada que avisan sobre algunos leones extraños en sus tierras.

Ni Ono, el amigo de Kion, ha reportado a los forasteros siendo que él tiene una vista prodigiosa.

Claro, no es que piense que Kion y su grupo improvisado de vigilantes no sean útiles, pero esos fallos dejan mucho que desear.

Nadia se detiene en medio del pastizal ante esa obvia posibilidad de que Nuka esté en las lejanías. Maldiciéndose por estar caminando como alma en pena (probablemente) en círculos por la pradera buscando al provocador de incendios. Nadia arruga la nariz ante eso.

¿Tan difícil le es pensar en lo que hará antes de hacerlo? ¿Es eso?

El chasquido de una rama la paralizo, Nadia miró a su alrededor el pastizal moviéndose con la suave brisa, silencioso, demasiado para su gusto. Se sentía observada.

A unos cuantos metros de distancia Nuka observaba a Nadia con nostalgia, hace mucho que no la veía y le agradaba poder hacerlo así sea en la distancia. Cuando su madre regreso a la manada con las garras manchadas en sangre y un olor que no le fue difícil identificar, apenas si pudo disimular su miedo y dolor ante esa posible perdida.

Lo recordaba bien, como si fuera ayer.

Su madre había regresado con una sonrisa llena de triunfo pese a haber mencionado que se le había escapado Kopa por, sus palabras textuales, esa escoria humana. Se tuvo que alejar porque no soporto escuchar otra palabra más. Esa tarde y noche lloro como si hubiese perdido a un familiar cercano, y no fue hasta que se armó de valor y emprendió en plena madrugada su camino hasta donde su padre se quedaba; así sea para confirmar sus temores y peor pesadilla. Al llegar se encontró con algunos miembros de la manada dormidos, pero su padre estaba despierto, lo supo porque había entrado movido por la curiosidad al tronco donde Rafiki, el chamán real, atendía a los heridos.

Grande fue su alivio al ver a su padre y, sobretodo, a Nadia con vida; lastimada pero con vida.

Esa fue la última vez (para él) que la vio luego de alejarse al ver la marca que llevaría grabada en la piel por siempre. Por culpa de su madre y, pese a saber que no tuvo nada que ver, se sentía culpable.

– ¿Ugh? –Nuka se asoma saliendo finalmente entre los pastizales al perderla de vista. Parpadeo, confundido, hace un segundo estaba frente a él. ¿Se habrá perdido tanto en su mente, que no se dio cuenta de que ella se había marchado?

– ¡Con que aquí estás, jovencito! –exclamó una voz a su espalda provocando que saltara como a un metro de altura, gritando agudamente y luego aterrizar sobre su trasero en un golpe seco. Al abrir los ojos estos enfocaron a Nadia mirándolo con los ojos marrones entrecerrados, molestos. Los brazos en pose de jarra y golpeteando su pie contra la tierra repetitivamente. Trago en seco, no sabía cómo explicarlo, pero era una mirada que le recordaba a su madre –. ¿Algo que decir en tu defensa, Nuka, hijo de Scar y Zira?

Verla enojada de ese modo, con su zapato en mano, le hizo reaccionar en automático.

– ¿Madre?

...

A algunos kilómetros de distancia donde un león cuya melena es oscura y una cicatriz surca en su verdoso ojo; deja de reñir a los jóvenes leones frente a él de abruptamente, seguido de un escalofrió desagradable. Pocas veces ha tenido esa desagradable sensación excepto cuando Nadia en verdad se molestaba.

Scar's of redemptionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora