Capitulo 17 · Conciliación ·

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Capitulo 17- Conciliación.

Había tomado muchas decisiones incorrectas en los últimos  meses, pero aún no lo sabía. Ahora estaba comenzando la segunda fase del sombrío plan de los hermanos Clifton, había alejado a todos convirtiéndose en una presa sencilla. 

Ella misma se había aislado del mundo, convirtiéndolos a ellos en sus único apoyo. 

¿Cómo podría notar que estaba entrando al infierno si aun no veía las llamas?

Cuando se diese cuenta ya el fuego la estaría incinerando.

"Hablemos"

Envió el mensaje con el pulso a mil y las manos algo temblorosas, no había visto el rostro de él desde lo que se sentía como una eternidad. No pasó ni un minuto cuando ya había recibido respuesta. 

"Te espero, estoy en el departamento"

—¿Te acaba de escribir, cierto?—vio como su hermano le sonreía a una pantalla.

—Sabia que lo haría—aseguró bloqueando el móvil, sus ojos verdes se posaron sobre su «pequeño» hermanito.

—Al principio pensaba que te habías equivocado con ella, pero no lo hiciste. Ella ha superado todos los parámetros—tomó una pausa—y se preocupa más por ti que por ella misma. Eso es difícil de conseguir.

Se dirigió a la puerta, iba a irse para que su hermano resolviera todo con la chica Avilt. 

—Henxo—dijo antes de que abriera la puerta, él se detuvo—Creo que estoy enamorado...

Admitió, su hermano rió ante la estúpida declaración que había hecho. 

—François, tú y yo nos nos podemos enamorar—negó con una sonrisa divertida. Era cierto, ellos no se enamoraban. 

«El cazador no se enamora de la presa por mas linda que esta sea». 

...

Sonó el timbre y el hombre se levantó para abrir la puerta, al otro lado estaba una chica de cabello dorado con la cabeza gacha. 

Ambos estaban nerviosos y con ansias de verse.  

Con el cuerpo un poco tembloroso la mujer dio un paso hacia adelante, él se hizo a un lado en consecuencia. Al sentir el aroma de él supo que estaba condenada a caer de nuevo en sus brazos, una y otra vez, «embriagador» solamente así se podía describir el olor corporal que desprendía el mayor de los Clifton, su perfume completamente masculino , con un toque amaderado mezclado con su propia esencia era capaz de desorientar los demás sentidos de Giane. 

Su mano, en un gesto totalmente consciente pero apacible, se colocó sobre la cadera de ella. Levantó la vista mientras aún pasaba cerca del cuerpo de él, sus miradas se conectaron. 

«Extrañaba tanto sus ojos verdes» pensó aun mirándolo. Su cuerpo estaba totalmente tenso, su respiración estaba hecha un hilo mientras él estaba apacible, sin un rastro de tensión. Como sí estuviese totalmente seguro de que era inminente el perdón. Y así era. 

Él estaba seguro.

—No quería lastimarte, Giane.

Habló en un tono suave, pasivo. Había arrepentimiento en su rostro, en el brillo de sus ojos. Ella no dijo nada, se limitó a escucharle. Caminó al interior del departamento, él cerró la puerta, se escuchó perfectamente cómo tomó aire antes de volver a hablar. 

—Mis pensamientos negativos me sobrepasaron, las emociones me ganaron y perdí el control sobre mí mismo, yo...

La voz del castaño se entrecortaba, estaba genuinamente arrepentido. Había cometido un grave error. 

—Él saber que te lastimé me agobia, y me agobia aún más que no puedas lidiar conmigo, que todo se vaya a la mierda por mi descontrol, por mi escasa salud mental...—titubeó en volver a acercarse ella, Giane lo notó y esta vez ella fue quien se acercó a él, tomándole de la mano— Sé que no es justo que te pida que te quedes cuando estoy tan jodido, pero sí te vas por esa razón no podré perdonarme a mí mismo. 

No pudo evitarlo, él tenia una enorme mezcla de emociones presentes en su rostro: preocupación, tristeza, arrepentimiento, no podía simplemente pasar de las emociones que sentía el chico que ella quería, que amaba. 

A veces el amor es tan estúpido que te hace perdonar todo tipo de actos atroces, con la esperanza de que «todo mejorará».

—¿Prometes que tratáras de mejorar?

—Estoy en ello.

—¿Lo prometes?

Para ella, las promesas eran la cosa más sagrada que existía en la tierra, eran inquebrantables. 

Para él, eran solo palabras. 

—Lo prometo, Giane. 

Instintivamente la mujer de cabello dorado, con una sonrisa cálida se acercó a él. Su cabeza se recostó en el pecho de él, en ese momento logró escuchar los fuertes latidos de François, ese sonido le dio paz. 

Algo que necesitaba. 

Con sus fuertes brazos rodeó a la chica de un metro setenta y algo, en ese momento supo que todo iría acorde con lo planeado, ella había elegido su destino, o mejor dicho, había caído en ese destino por las decisiones que tomó. 

Muchas veces se reciben señales, pero muy pocos logran captarlas a tiempo. Normalmente, se entienden tarde. 

—Te extrañé—dijo en un susurro suave, apenas perceptible, él la entendió a la perfección. Una sensación cálida se instaló en su pecho al oírla... era preocupante, estaba desarrollando sentimientos genuinos por Giane Avilt, tan reales como la materia y tan posibles de retroceder  como el tiempo. 

Eso no le causaba temor al mayor de los Clifton, sino todo lo contrario. Le encantaba la sensación. 

Te amo. 

Soltó totalmente seguro de sus palabras, sin ninguna pizca de titubeo. Ella alzó la mirada encantándose con la de él, ojos miel contra verdes. Si se mezclaran sus tonalidades darían un Hazel perfecto. 

Decirle te amo en esa situación a cualquier otra chica le hubiese parecido peculiar, incluso extraño, pero la chica Avilt se vio envuelta en tantas sensaciones ante esa revelación que no puedo ni pensar en las condiciones que lo dijo. 

Esa noches sus ojos brillaron como nunca antes. A partir de ese momento, jamás volverían a brillar de tal forma. 

Ni siquiera con el reflejo de las lágrimas que se aproximaban. 

Él sabía que la tenía justo en la palma de su mano, estaba seguro de eso. Detalló con cautela cada rasgo en el rostro de su chica, los labios rosas sin un toque de maquillaje, las nariz respingada, las pestañas gruesas, y los ojos tan brillantes como un cuerpo celeste. 

«Magnifica»

En un gesto suave tomo la barbilla de su chica, acercándola a él. 

Sus labios chocaron en un beso suave y lleno de delicadeza, como si ambos tuviesen miedo de que todo fuese falso. Ella volvió a probar el veneno que intoxicaba su alma, y que al mismo tiempo la hacia sentir con vida. 

Para ella, sin aun saberlo, François era su veneno, y su antídoto. 

El veneno mas adictivo de todos los tiempos. 

—Paola M. Chaux. 


La obsesión de los Clifton ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora