capítulo 20

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El ruido era casi igual de horrible allí fuera.
Se abrieron puertas por toda la calle y la gente salía corriendo de las casas tapándose los oídos.
—¿Debemos dejarlo solo en ese estado? —tembló Hyunjin.
—Sí —dijo Seungmin—. Y si cree que es culpa tuya, sin duda.
Recorrieron a toda prisa la ciudad, perseguidos por gritos espeluznantes. Toda una multitud iba con ellos. Pese a que la niebla se había convertido en una llovizna típica de la costa, todos se dirigieron a la bahía o la playa, donde el ruido parecía más fácil de soportar. La inmensidad gris del mar mitigaba un poco aquel estruendo. La gente estaba de pie en grupitos mojados, mirando a la blanca niebla sobre el horizonte y las gotas que caían de los amarres de los barcos mientras el ruido se convertía en un llanto gigantesco y desolador. Sophie se dio cuenta de que estaba viendo el mar por primera vez en su vida. Era una pena que no pudiera disfrutarlo más.
Los llantos fueron dando paso a tristísimos suspiros y por fin al silencio.
La gente se puso en camino hacia sus casas con mucho cuidado. Algunos se acercaron tímidamente a Hyunjin.
—¿Le ocurre algo al pobre hechicero, señor Brujo?
—Hoy está un poco triste —respondió Seungmin—. Vamos. Creo que ya podemos arriesgarnos a volver.
Mientras avanzaban por el malecón, varios marineros los llamaron con preocupación desde sus barcos amarrados, para preguntarles si aquel ruido significaba tormentas o mala suerte.
—Claro que no —dijo Hyunjin—. Ya ha pasado todo. Pero no era verdad. Regresaron a la casa del mago, que era un edificio torcido y
ordinario por fuera que Hyunjin no habría reconocido si Seungmin no hubiera estado
con él. Michael abrió la puerta destartalada con mucho cuidado. Dentro, Lee Know seguía sentado en la banqueta. Tenía una actitud de desesperación absoluta. Y estaba cubierto de pies a cabeza con una gruesa capa de lodo verde. Había una cantidad horrible, tremenda y violenta de aquella sustancia viscosa, montañas enteras. Cubrían a Lee Know completamente. Tenía la cabeza y los hombros bañados con gruesos pegotes de lodo que se amontonaba en las rodillas y le
resbalaba por las piernas en gruesos goterones y caía de la banqueta en hebras pegajosas. Unos dedos largos y verdes habían llegado hasta el hogar. Olía fatal.
—¡Salvadme! —gritó Calcifer con un susurro ronco. Solo quedaban dos llamitas
desesperadas—. ¡Esta cosa me va a apagar! Hyunjin se levantó la el pantalón y se acercó a Lee Know tanto como pudo, que no fue
mucho.—¡Ya está bien! —dijo—. ¡Para ahora mismo! ¡Te estás comportando como un crío!
Lee Know no se movió ni contestó. Su rostro miraba desde detrás de una capa de
pringue, pálido, trágico y con los ojos muy abiertos.
—¿Qué podemos hacer? ¿Está muerto? —preguntó Seungmin, temblando junto a
la puerta. Hyunjin pensó que Seungmin era un buen chaval, pero un poco inútil en momentos
de crisis.
—No, claro que no —dijo—. ¡Y si no fuera por Calcifer, me importaría un bledo
que se comportara como una anguila gelatinosa el día entero! Abre la puerta del cuarto de baño.
Mientras Seungmin se abría paso entre charcos de lodo en dirección al baño, Hyunjin tiró su delantal sobre el hogar para impedir que el fango verde siguiera avanzando hacia Calcifer y cogió la pala. Levantó paletadas de ceniza y las fue echando sobre los charcos más grandes. El limo siseó violentamente. El cuarto se llenó de vapor y olía peor que nunca. Hyunjin se arremangó, inclinó la espalda para
agarrar bien las rodillas resbaladizas del mago, y empujó a Lee Know hacia el baño, con taburete y todo. Los pies resbalaban y patinaban sobre el lodo, lo que hacía más fácil mover la silla. Seungmin se acercó y tiró de las mangas. Entre los dos lo metieron
en el cuarto de baño. Allí, como Lee Know seguía negándose a moverse, lo colocaron en
la ducha.
—¡Agua caliente, Calcifer! —jadeó Hyunjin decidido—. Muy caliente.
Necesitaron una hora para quitarle el fango verde a Howl. Y Seungmin tardó otra hora en convencerle de que se levantara del taburete y se pusiera ropa limpia.
Afortunadamente, el traje gris y escarlata que Hyunjin acababa de remendar estaba
colgado sobre el respaldo de la silla, fuera del alcance del líquido viscoso. El traje azul y plateado había quedado destrozado. Hyunjin le dijo a Seungmin que lo pusiera a remojo en la bañera. Mientras tanto, murmurando y gruñendo, cogió más agua caliente. Giró el pomo con el verde hacia abajo y barrió todo el limo verde hacia las colinas. El castillo fue dejando sobre el brezo un rastro como el de un caracol, pero era la forma más fácil de deshacerse de aquello. Vivir en un castillo volante tenía sus ventajas, pensó Hyunjin mientras fregaba el suelo. Se preguntó si los ruidos de Lee Know también se habrían oído allí fuera. Si así había sido, se apiadó de los habitantes de Market Chipping.
Para entonces Hyunjin estaba cansado y enfadado. Sabía que el fango verde había
sido la venganza de Lee Know contra ella, y cuando Seungmin por fin consiguió sacar al
brujo del baño, vestido de gris y escarlata, y lo sentó tiernamente en la silla junto a la
chimenea, no estuvo dispuesta a mostrarse comprensiva.
—¡Ha sido una total estupidez! —protestó Calcifer—. ¿Es que querías deshacerte
de la mejor parte de tu magia o qué?
Lee Know no le hizo caso. Seguía sentado sin decir nada, con aspecto trágico y tembloroso.
—¡No consigo que hable! —suspiró Seungmin tristemente.—Es solo una rabieta —dijo Hyunjin. Jeongin y Felix también eran unas expertos
en berrinches. Sabía cómo lidiar con ellos. Por otra parte, darle un cachete a un mago
que se había puesto histérico por su pelo también tenía sus riesgos. De todas formas,
Hyunjin sabía por experiencia que las pataletas casi nunca se producen por la razón que aparentan. Obligó a Calcifer a moverse para colocar un cazo de leche entre los
troncos. Cuando estuvo caliente, le puso un tazón a Lee Know entre las manos—.
Bébetelo —le dijo—. ¿A qué ha venido todo ese escándalo? ¿Es esa jovencita a la que visitas tanto?
Lee Know dio un sorbito desconsolado.
—Sí —dijo—. Dejé de visitarla unos días para ver si eso la hacía recordarme con cariño, pero no ha sido así. No estaba segura, ni siquiera la última vez que la vi. Y ahora me dice que hay otro hombre.
Sonaba tan apesadumbrado que Hyunjin sintió lástima. Ahora que se había secado el pelo, descubrió con una punzada de culpabilidad que era verdad que estaba casi rosa.
—Es la chica más hermosa que he visto nunca por aquí —continuó Lee Know
lastimeramente—. La adoro, pero ella se burla de mi honda devoción y se preocupa por otro. ¿Cómo es posible que le guste otro tipo después de toda la atención que le he prestado? Normalmente se deshacen de los demás en cuanto aparezco yo.
La lástima de Hyunjin disminuyó rápidamente. Se le ocurrió que si Lee Know era capaz de cubrirse de fango verde con tanta facilidad, le resultaría igual de sencillo ponerse el pelo del color adecuado.
—¿Entonces por qué no le das una poción amorosa y terminas de una vez?
—le preguntó.
—Ah, no —respondió Lee Know—. Así no se juega. Eso estropearía toda la diversión.
La tristeza de Hyunjin volvió a disminuir. ¿Así que era un juego?
—¿Es que nunca piensas un poco en la pobre muchacha? —replicó.
Lee Know se terminó la leche y miró al fondo del tazón con una sonrisa sentimental.
—Pienso en ella todo el tiempo —dijo—. Mi hermoso, hermosísimo Felix Hatter.
Toda la lástima de Hyunjin desapareció de golpe. Y fue sustituida por una gran
ansiedad. «¡Ay, Jeongin!», pensó. «¡Mira que has estado ocupada! ¡Así que no te
referías a ninguno de los aprendices de Cesari!».


“En el que un espantapájaros impide a Sophie salir del Castillo”


LO QUE IMPIDIÓ QUE HYUNJIN SALIERA hacia Market Chipping aquella misma tarde fue
un ataque intensísimo de dolores y achaques. La llovizna de Porthaven la había calado hasta los huesos. Se tumbó en su cubículo con sus dolores y se dedicó a preocuparse por Jeongin. A lo mejor no era tan malo, pensó. Solo tenía que decirle a Jeongin que el mago Lee Know era el pretendiente del que no estaba segura. Aquello la asustaría. Y le contaría que la mejor manera de alejar a Lee Know de su lado era
confesarle que estaba enamorado de él, y tal vez amenazarlo con alguna tía.
A Hyunjin le seguían crujiendo todos los huesos cuando se levantó a la mañana siguiente.
—¡Maldita Bruja del Páramo! —le murmuró a su bastón cuando lo sacó, listo para marcharse. Oyó a Lee Know cantando en el baño como si no hubiera tenido una pataleta en toda su vida.
Se acercó a la puerta de puntillas, tan deprisa como pudo.
Naturalmente, Lee Know salió del cuarto de baño antes de que llegara. Hyunjin lo miró
irritado. Estaba todo elegante y deslumbrante, ligeramente perfumado con flores de
manzano. El sol de la mañana hacía brillar su traje gris y escarlata y le daba a su pelo un halo ligeramente rosado.
—Creo que este color me favorece bastante —dijo.
—¿Ah, sí? —gruñó Hyunjin.
—Le va bien al traje —dijo Lee Know—. Eres muy hábil con la aguja, ¿verdad? De alguna manera le has dado al traje más estilo.
—¡Ja! —dijo Hyunjin.
Lee Know se detuvo en la puerta con la mano sobre el taco de madera.
—¿Tienes algún dolor o achaque? —preguntó—. ¿O es que te ha molestado algo?
—¿Molestado? —preguntó Hyunjin —. ¿Y por qué me iba a molestar? Alguien
acaba de llenar el castillo con un pringue asqueroso, ha dejado sordos a todos los
habitantes de Porthaven y ha reducido a Calcifer a cenizas, y además ha roto unos
cuantos cientos de corazones. ¿Por qué me iba a molestar?
Lee Know se rió.
—Lo siento —dijo, girando el pomo hacia el rojo—. El Rey quiere verme hoy.
Probablemente me haga esperar en Palacio hasta la noche, pero cuando vuelva me
encargaré de tu reuma. Y no se te olvide decirle a Seungmin que le he dejado el conjuro sobre la mesa.

El castillo ambulante - MinjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora