capítulo 52

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“En el que ocurre muchísima magia”


PASARON VARIAS HORAS. El perro-hombre volvió a tener hambre y Seungmin y Hyunjin decidieron almorzar también. Hyunjin se acercó a Calcifer con la sartén.
—¿Por qué no coméis pan con queso para variar? —protestó Calcifer.
Pese a todo, inclinó la cabeza. Hyunjin estaba poniendo la sartén sobre las rizadas llamas verdes cuando se oyó la ronca voz de Lee Know salida de la nada.
—¡Prepárate, Calcifer! ¡Me ha encontrado!
Calcifer se irguió inmediatamente. La sartén cayó sobre las rodillas de Hyunjin.
—¡Tendrás que esperar! —rugió Calcifer, alzándose con llamas cegadoras por el
hueco de la chimenea. Casi al mismo tiempo, se desmembró en una docena de caras
azules más pequeñas, como si lo estuvieran sacudiendo violentamente, y ardió con
un ruido fiero y ronco.
—Eso significa que están luchando —susurró Seungmin.
Hyunjin se chupó un dedo que se le había quemado un poco mientras que con la
otra mano recogía lonchas de beicon de su falda, mirando con malas pulgas a
Calcifer, que se sacudía de un lado a otro de la chimenea. Sus caras borrosas
flameaban con un azul marino a azul cielo y luego casi blancas. En un instante tenía
muchos ojos anaranjados y al siguiente, hileras de ojos plateados. Hyunjin nunca había imaginado una cosa igual.
Algo pasó volando por encima con un golpe y una explosión que sacudió todos
los objetos de la habitación, otra lo siguió con un rugido largo y agudo. Calcifer ardía
de negro y a Hyunjin se le puso la piel de gallina al sentir el estruendo de la magia. Seungmin corrió a la ventana.
—¡Están muy cerca!
Hyunjin se acercó cojeando. La tormenta de magia parecía haber afectado a la mitad de las cosas de la habitación. A la calavera le temblequeaba la mandíbula con tanta fuerza que la hacía moverse en círculos. Los paquetes saltaban. Dentro de los tarros, los polvos bullían. Un libro se cayó pesadamente de una de las estanterías y se quedó abierto en el suelo, con las hojas abanicándose solas de atrás a adelante. De un rincón de la habitación salió un vapor aromático del baño; en el otro, la guitarra de Lee Know produjo unas notas desafinadas. Y Calcifer se agitaba con más intensidad que
nunca.
Seungmin puso la calavera en el fregadero para que no se cayera al suelo con tanto
tembleque mientras abría la ventana y se asomaba. Y comprobó exasperado que la
pelea quedaba fuera de su vista. La gente de las casas de enfrente se asomaba a las
puertas y ventanas, señalando con el dedo hacia algo que estaba más o menos sobre
sus cabezas. Hyunjin y Seungmin corrieron hacia el armario de las escobas, cogieron
cada uno una capa de terciopelo y se la echaron por encima de los hombros. Hyunjin había cogido la que convertía a su portador en el hombre barbudo. Y entonces supo por qué se había reído tanto Calcifer cuando él se puso la otra. Seungmin era un caballo. Pero no había tiempo para risas. Hyunjin abrió la puerta y salió a la calle, seguida por el perro-hombre, que, sorprendentemente, parecía muy tranquilo pese a todo. Seungmin trotó tras ella con un repiqueteo de cascos inexistentes, dejando a
Calcifer ardiendo entre el blanco y el azul a su espalda. La calle estaba llena de gente que miraba hacia arriba. Nadie tuvo tiempo de
fijarse en un caballo que salía de una casa. Hyunjin y Seungmin también miraron y
descubrieron una inmensa nube que ardía y se retorcía justo sobre los tejados. Era negra y giraba sobre sí misma violentamente. A través de su negrura brillaban relámpagos blancos que no eran realmente de luz. Pero casi en cuanto llegaron Seungmin y Hyunjin, el nudo de magia tomó la forma de una masa borrosa de
serpientes enzarzadas en una lucha. Luego se separó en dos con un ruido parecido al
de una enorme pelea entre gatos. Una parte se alejó maullando por los tejados hacia
el mar y la segunda la persiguió gritando.
Algunos espectadores se retiraron al interior de sus casas. Hyunjin y Seungmin se unieron al grupo de los más valientes que se dirigían cuesta abajo hacia el puerto. La gente se arremolinaba a lo largo de la curva del malecón, para verlo mejor. Hyunjin se acercó cojeando para colocarse allí también, pero no le hizo falta pasar de la caseta del contramaestre del puerto. Se veían dos nubes suspendidas en el aire, mar
adentro, al otro lado del malecón; eran las únicas dos nubes en el tranquilo cielo azul.
Se las distinguía muy bien. También se veía perfectamente la mancha negra de la
tormenta que sacudía el mar bajo las nubes, levantando enormes olas con crestas
blancas. Un barco desafortunado estaba atrapado en la tempestad. Sus mástiles se
sacudían de un lado a otro mientras enormes chorros de agua se estrellaban contra
sus costados. La tripulación luchaba desesperadamente por arriar las velas, pero al
menos una se había desgarrado y volaba al viento hecha jirones.
—¡Es que no les importa lo que le pase al barco! —exclamó alguien indignado.
En ese momento el viento y las olas de la tormenta alcanzaron el malecón. El
agua espumosa saltó por encima y los valientes espectadores volvieron corriendo
hacia el puerto, donde los barcos allí atracados rozaban unos con otro y se
balanceaban contra sus amarres. En medio de todo aquello, se oyeron unas voces
cantarinas que gritaban. Hyunjin asomó la cabeza por el otro lado de la caseta en
dirección a las voces y descubrió que la tormenta de magia no solo había perturbado
al mar y al barco: un grupo de señoras mojadas y de aspecto resbaladizo con melenas
de pelo verdoso se arrastraba por el muro del malecón, gritando y echándole los
brazos largos y húmedos a otras señoras que oscilaban entre las olas. Todas tenían
una cola de pescado en lugar de piernas.
—¡Madre mía! —se asombró Hyunjin—. ¡Las sirenas de la maldición!
Aquello significaba que solo faltaban dos cosas imposibles por cumplirse.
Levantó la vista a las dos nubes. Lee Know estaba de rodillas sobre la nube de la
derecha, que era mucho más grande y estaba más cerca de lo parecía. Seguía vestido
de negro. Y, como era propio de él, estaba mirando por encima del hombro a las frenéticas sirenas, como dándose cuenta de que eran parte de la maldición.

El castillo ambulante - MinjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora