—¿Los otros demonios?...
Akimitsu hizo una mueca. Ambos estaban alrededor del fuego cuando hizo la pregunta. Akimitsu movió sus collares y mostro su cuello del lado derecho, tenía un sello pegado al cuello, uno idéntico a los que vio en la tierra.
—Los otros demonios: los del campo espiritual, ustedes pelean contra los demonios físicos.
—¿Eres un cazador?
—No por voluntad propia. Esto… —Señalo su hombro donde el sello parecía parte de su piel. —Me tienen atrapado aquí junto al demonio que viste. Debo formar un lazo con él y debo morir para que desaparezca.
—¿Qué? —Shinjuro no daba crédito a lo que escuchaba, pero la expresión de Akimitsu se mantuvo imperturbable. El silencio cayó sobre sus hombros.
—Oye, está bien. —Akimitsu intento aligerar el ambiente. —Quiero decir, por eso estoy aquí y mientras siga vivo el demonio no podrá ir más lejos, no lastimara a nadie.
—¿No hay otra manera de matarlo sin que mueras?—Sí, pero me tomaría años y en caso de no lograrlo el demonio huiría y créeme, no quieres saber que hacen esos demonios.
La conversación murió ahí. En silencio Shinjuro atendió los huesos rotos de Akimitsu y en esas horas entendió que como el, al ser un cazador estaba sobre las capacidades humanas normales y Akimitsu, él era otra cosa. Los huesos se curaron en una noche, era como si el mismo sello lo obligara a estar vivo, al menos era lo que veía.
El sol salía cuando Akimitsu preparaba algo en su ola al fuego, Shinjuro queriendo distraer su mente de lo que acaba de descubrir se fijó en la estatua de las alturas.
—Ese demonio… —Comenzó a hablar. —¿Son de los que… ustedes matan?
—No. Son de los que ustedes matan. —Aclaro Akimitsu sin par de cortar vegetales y arrojarlos a la olla.
—No se parece a ninguno de los que he matado.
—Eso es porque deben diferenciarse, algo así como vestir de rojo en una multitud de blanco, ¿Me entiendes?
—Si. Pero su existencia no tiene mucho sentido.
—Quizás por eso ya no ahí de esos. ¿De verdad nunca escuchaste nada de ellos?
—No. Ni como invento.
—Bueno, te tengo una historia que me contaron las personas de aquí, y creo que están involucrados tu tipo de cazadores. —Akimitsu se aclaró la garganta con exageración y procedió a contar la historia. —Hubo un tiempo en el que los pueblos de aquí estaban plagados de muerte, cada noche había sangre por las calles y casas, no había lugar seguro y los dioses parecían no existir. Pero de entre todas las plegarias una fue escuchada, una que rogaba por un guardián. El guardián fue concedido, fue visto una noche en medio del pueblo, los pocos que logaron verlo lo hicieron desde las ventanas. Era un hombre, pero de su cabeza sobresalían las orejas de un lobo y siete colas a su espalda se movían constantemente. Temían que fuera un demonio, entonces grito: ningún demonio había emitido grito tan horrible, no era humano mucho menos el de un animal, era gutural y bestial que resonó en todo el lugar. El miedo se impregno en todo el lugar y lo poco que seguían en las ventanas vieron como un demonio aparecía por las calles en lo que parecía un intento de huir. La casa más cercana tuvo de frente el momento donde el desconocido lo alcanzo y se le tiro encima, donde de inmediato comenzó a destrozar al demonio con su boca y sus manos aun cuando este seguía vivo. La sangre del demonio se derramo más de lo que ellos habían matado a su gente. Pero no fue el único, otro demonio fue atrapado entre las calles y gritaba, “No me mates” una y otra vez mientras era desmembrado vivo, eso que no pudieron nombrar se los estaba comiendo con desesperación. Muchos pensaron que algo peor había llegado, pero nunca se acercó a las casas. La persona que rogo por un guardián, un niño se atrevió a salir de su hogar y acercarse a eso que estaba cubierto de sangre. El niño le dio las gracias por salvarlos, pero él no respondió, le dio la espalda y se alejó en la oscuridad.