105 días antes del juicio.
28 de octubre de 2011
Las miradas que se fijaron en él en cuanto puso un pie en el patio le dejaron claro que dentro de esa prisión se luchaba la misma guerra que afuera arrebataba vidas y marcaba destinos.
Salvador decidió caminar hacia el espacio libre en la pared a su izquierda para recargarse y desde ahí analizar el panorama, estar expuesto al centro del patio le causaba inseguridad, como si en cualquier momento alguien fuese a apuñalarlo a traición. Y no se equivocaba, apenas y dio un par de pasos un hombre se atravesó en su camino: era más bajo que él por al menos quince centímetros, rapado, moreno, delgado, de aspecto debilucho, sin embargo, la forma en la que los ojos del hombre se fijaron en los suyos le dejó bien claro que el aspecto enclenque que el sujeto aparentaba no definía en absoluto aquello de lo que era capaz de hacer; lo que sucedió a continuación confirmó la hipótesis de Salvador.
—¡Ay, papito, tú sabes que la traición se paga con la muerte! —le gritó el hombre a la cara y se relamió los labios—, y tú, cabrón hijo de puta, traicionaste a tu padre y nos mandaste a la verga a todos. Yo y muchos de mis compas estamos refundidos aquí por tu maldita culpa, pero hoy yo mero voy a encargarme de que nos la pagues bien pagadita. ¡Viva el cartel del norte! ¡Viva el Chepe Arriaga!
Los buenos reflejos y la intuición de Salvador lo ayudaron a esquivar el primer navajazo que el hombre le lanzó al estómago con la cuchilla que, en cuestión de segundos, sacó de entre su ropa; un segundo navajazo vino al instante, la complexión del sujeto le daba agilidad para moverse con rapidez. Salvador reculó con la mirada fija en el arma punzocortante, esquivó cinco ataques más y, en cuanto tuvo la oportunidad, concentró la fuerza en sus piernas, mantuvo el equilibrio en la izquierda y con la derecha contraatacó con una patada en la rodilla de su atacante. La contundencia del golpe hizo al sujeto trastabillar, Salvador aprovechó para dar otra contundente patada en la extremidad intacta del hombre, eso lo hizo caer de rodillas, pero aún en el suelo siguió lanzando navajazos al aire.
Salvador dio un par de pasos hacia atrás para tomar impulso y darle al hombre una patada en la cabeza y noquearlo, tal vez iba a llevarse un navajazo en la pierna, pero era un riesgo que debía tomar. No obstante, cuando su pierna se elevó por el aire, dos de los hombres que estaban a espaldas del primer atacante se abalanzaron sobre Salvador, haciéndolo caer de espaldas; de inmediato le colocaron un par de navajas en el cuello. El primer atacante se puso de pie y con furia empuñó la navaja para penetrar el pecho de Salvador. Por instinto, cerró los ojos y apretó los dientes, sin embargo, la navaja nunca hizo contacto con su piel.
Confundido, abrió los ojos y se dio cuenta de que otro hombre detenía con fuerza la mano de su atacante. Deprisa, Salvador enderezó la mirada y se encontró con un rostro que conocía a la perfección: el rostro de su hermano Manuel.
—¡Dame esa navaja ahora mismo, pelón, o te juro que voy a rebanarte el cuello! —ordenó Manuel al hombre que planeaba terminar con la vida de Salvador.
ESTÁS LEYENDO
Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos Redimidos
RomanceLa captura de Sebastián por el asesinato del embajador estadunidense, Alexander Murphy, representa una derrota importante para Rosa Blanca, la organización que Sebastián creó para luchar en la siniestra guerra en la que fue obligado a ser partícipe...