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32 días antes del juicio

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32 días antes del juicio.

10 de enero de 2012


Había pasado casi un mes desde la noche en que intentaron quemarlos vivos dentro de la celda.

A Emiliano le sorprendía la ironía de que aquello que estuvo a punto de arrebatarles la vida, terminó siendo el suceso que les dio una tregua.

Gracias a los informantes a los que les pagaba, al boca a boca dentro del reclusorio y a lo que logró escuchar de los gritos al otro lado de las paredes de la prisión, Emiliano supo que, afuera de su cautiverio, las personas protestaron para exigir que sus vidas fueran aseguradas. En realidad era Sebastián el que movía las masas, sin embargo, el que ellos fuesen sus protectores, los fortalecía tanto como a él.

No fue necesario que nadie se lo digiera, Emiliano sabía que las protestas nacieron de una chispa que Karla soltó; sonrió porque se la imaginó sentada frente al computador, con esa mirada seria que ponía cuando redactaba las crónicas que solían revolucionar los hechos, en su mente fue capaz de imaginar las palabras que utilizó y las metáforas empleadas para avivar la furia de aquellos que creían en Sebastián y su causa. Sonrió con mayor intensidad ante la satisfacción que le provocó la imagen de la periodista en sus pensamientos.

Algo que sí sabía a ciencia cierta era que los padres de Sebastián se apersonaron ante el director del reclusorio, acompañados del abogado que llevaba el caso de su hijo, que hasta donde estaba al tanto se trataba del padre de Elías, y un abogado más de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Aquella no había sido una visita cordial, exigieron sin vacilaciones que la vida de Sebastián y sus compañeros de celda fueran aseguradas. Fue así que los cuatro fueron trasladados a una de las celdas que se ubicaba en una sección distinta a esa donde se situaban la mayoría de las celdas; se trataba de una bloque que solía estar vacío, dedicado a ubicar a presos de los que se sabía su vida estaba en riesgo inminente, dicha sección no solía utilizarse para el fin que fue creada, pocos reclusos tenían el estatus del que Sebastián gozaba como para llegar hasta ese lugar, los reclusos que habitaban algunas de las celdas era porque a través de sobornos consiguieron llegar hasta ahí. Respecto a ellos, después del incendio y ante la presión social y mediática, el director no tuvo argumentos para negar el cambio de celda, la tarde siguiente a la noche del siniestro fueron trasladados.

La nueva celda era mucho más espaciosa y esbozada para gozar de mayor privacidad, pero a pesar de las comodidades que aquello implicaba, lo que los cuatro agradecieron era que estaba diseñada para que ingresar fuese mucho más complicado que a una celda común de barrotes; se trataba de una puerta metálica que solo tenía una pequeña ventana por la que los guardias notificaban cualquier situación o indicación, sumado a que era una sección a la que ningún recluso podía acceder sin autorización. Por supuesto que ellos no eran tontos, sabían a la perfección que un soborno o un acuerdo podía hacer que cualquier celador se hiciera de la vista gorda y se olvidase de todos los protocolos. Emiliano lo confirmó cuando salió del escusado y se encontró con Manuel Arriaga frente a frente.

Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos RedimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora