95 días antes del juicio.
7 de noviembre de 2011
—Todavía me cuesta creer que tengo a los dos aquí —dijo Emiliano y sonrió desde la litera inferior en la que se encontraba.
Salvador y Sebastián correspondieron a la sonrisa de su amigo, ambos compartían el espacio reducido de la litera inferior frente a la de Emiliano, Salvador estaba recargado contra la pared y rodeaba a Sebastián con la extensión de su brazo, mientras que este utilizaba el pecho de Salvador como almohada; Abel, por su parte, dormitaba en la litera de arriba a la de Emiliano. Poco a poco, los cuatro se acostumbraron a compartir el espacio reducido de tres metros por dos en el que pasaban la mayor parte del tiempo, la celda se convirtió en su refugio.
Había cosas a las que ninguno terminaba de acostumbrarse, como el hecho de tener que hacer del baño casi frente a todos, Sebastián, por ejemplo, obligó a su organismo a realizar sus necesidades fisiológicas durante la madrugada, cuando todos en la celda estaban dormidos; sin embargo, a pesar de ese tipo de incomodidades que debían afrontar, nada les daba más tranquilidad que estar dentro de la celda, era el único lugar en el que, al menos por periodos cortos, podían bajar la guardia. Durante las madrugadas, el tiempo transcurría entre pláticas sobre la guerra, sobre los hechos que los llevaron hasta ese punto en el que se encontraban y, las que eran las charlas favoritas de los cuatro, sobre algunas anécdotas y anhelos que los ayudaban a sobrellevar el encierro y el horror de seguir en la lucha de esa guerra aun dentro de la prisión.
Desde el primer día que cada uno de los tres amigos llegaron a ese reclusorio, el entorno y personas a su alrededor les dejaron claro que serían unas presas, estaban rodeados de enemigos y eso los obligaba a siempre estar alertas y a defenderse con uñas y dientes de ser necesario. Para ello Emiliano fijó una serie de reglas que no podían romperse: cuando dos duermen, los otros dos vigilan y están alertas; bajo ninguna circunstancia ninguno puede estar solo ni fuera ni dentro de la celda; las únicas personas de entera confianza son quienes duermen dentro de la celda, nadie más; siempre hay que evitar la confrontación, pero en caso de ataque hay que defenderse hasta las últimas consecuencias; y la última y más importante, sobrevivir.
Aquel era un amanecer en el que Salvador, Sebastián y Emiliano mantenían una de esas pláticas sobre la guerra y los hechos que los llevaron hasta ahí, el día anterior había sido domingo, un día común de visitas, pero algo extraño sucedió: Sebastián era el único que solía recibir visitas y, por lo tanto, fungía como la fuente de información de lo que sucedía afuera de la prisión, sin embargo, no recibió ninguna visita y eso lo tenía preocupado, dos días antes al domingo su madre lo visitó y le aseguró que el domingo volvería, pero eso no sucedió. Salvador intentaba tranquilizarlo asegurándole que todo estaba bien, que simplemente debió ocurrir un imprevisto, no obstante, algo en el pecho de Sebastián no lo dejaba estar tranquilo, ni siquiera las palabras de Salvador le daban la calma que solían darle.
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Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos Redimidos
RomanceLa captura de Sebastián por el asesinato del embajador estadunidense, Alexander Murphy, representa una derrota importante para Rosa Blanca, la organización que Sebastián creó para luchar en la siniestra guerra en la que fue obligado a ser partícipe...