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50 días antes del juicio

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50 días antes del juicio.

22 de diciembre de 2011


Por primera vez en mucho tiempo, Andrea no se sentía segura de lo que estaba por hacer, sin embargo, se dejó guiar por los impulsos de su cuerpo, se permitió ser imprudente e ignorar la voz dentro de sus pensamientos que, de forma constante, le decía que no lo hiciera, que iba a arrepentirse. Decidió que ya después se encargaría de enfrentar las consecuencias, iba a hacer todo lo que estuviera en sus manos para que fuesen mínimas.

La visita clandestina que haría a Manuel en el reclusorio le costó veinticinco mil pesos, eso y el quemar algunos cartuchos con un par de contactos que tenía. A través de la parte frontal de la camioneta, Andrea logró divisar las instalaciones del reclusorio, a pesar de que todavía se encontraban a una distancia considerable, ya podían escucharse los gritos de las personas que protestaban a las puertas de la entrada principal de la prisión, por el incendio ocurrido en una celda y que puso en riesgo la vida de cuatro reclusos, entre ellos Sebastián y Salvador; la crónica publicada en el blog del narco había revolucionado las masas. Durante algunos segundos, Andrea estuvo a punto de decirle al chofer que se detuviera y se diese la vuelta, si lo hacía la única consecuencia por afrontar sería el haber perdido veinticinco mil pesos de su cuenta bancaria, prácticamente nada para ella y sus ingresos mensuales. No obstante, sintió una vez más ese extraño cosquilleo en la sangre que ocasionaba que su respiración aumentara y los latidos de su corazón se aceleraran. Las órdenes para que el chofer se detuviera y cambiara de ruta se quedaron atoradas en su garganta, se tomó un respiro lento y profundo con el que obligó a que cualquier ápice de duda se esfumara de su ser.

Fue en una esquina de la parte trasera del reclusorio que la camioneta se estacionó, Andrea ingresaría a la prisión por la puerta por la que los celadores hacían arribo para iniciar su jornada laboral, el soborno que Andrea dio se repartió entre varias personas, uno de los principales fue el jefe de celadores. Aunque no tenía idea de cómo funcionaba, la ex primera dama y ahora pre candidata presidencial, era consciente de que ese tipo de visitas clandestinas se llevaban a cabo en el reclusorio con bastante frecuencia, el soborno cubría el que no quedara ni un solo rastro de su visita.

Durante algunos minutos que se sintieron como horas, permanecieron arriba de la camioneta sin hacer nada, esa fue la instrucción. En el instante en el que el silencio dominaba el interior del vehículo, el celular del copiloto, hombre de seguridad y de mayor confianza de Andrea, sonó: «Sí», «claro», «no», «entendido», fueron las cuatro palabras que salieron de la boca del guardaespaldas hasta que un minuto después finalizó la llamada.

—Está todo listo para que ingreses al reclusorio, Andrea —le dijo al tiempo que se giraba para mirarla a la cara—. Estamos arriesgando demasiado, hice hasta lo imposible para que me permitieran entrar contigo, pero no lo conseguí, tienes que cuidarte.

—Lo haré Gilberto, no te preocupes. —Andrea se llevó las manos al vientre y volvió a tomar un respiro para llenarse de la entereza que la caracterizaba, solo hasta que los latidos de su corazón se regularizaron, abrió la puerta y se bajó. Gilberto la acompañó hasta donde le fue posible. Ella, con la intención de tranquilizarlo, se giró para dedicarle una sonrisa.

Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos RedimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora