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66 días antes del juicio

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66 días antes del juicio.

6 de diciembre de 2011


Algo cambió por completo aquel día.

Elías no fue llevado a su calabozo subterráneo como de costumbre, sino que, ese amanecer, volvió a ver la luz del sol luego de ya no sabía cuánto tiempo, perdió la cuenta sin ser del todo consciente de ello. Según los cálculos mentales que hizo, lo transportaron cerca de quince minutos en un vehículo, todo el trayecto lo realizó con un saco negro sobre la cabeza que le impidió ver cuál sería su destino, al menos hasta que la camioneta en la que lo transportaron se detuvo, lo obligaron a bajar y, solo entonces, le quitaron el costal de encima.

En un principio le costó acostumbrarse a la luz, se vio obligado a entrecerrar los ojos, pero cuando su sentido de la visión logró adaptarse al cambio, Elías quedó maravillado ante los kilómetros de sembradíos frente a él: el verde claro de los largos tallos predominaba, sin embargo, era ese rojo opaco, casi guinda, en las flores que se alzaban a medio metro del suelo, lo que provocaba el magnetismo que obligaba a fijar la mirada con atención sobre la ensanchamiento de los campos.

Durante un par de minutos, Elías permaneció embobado ante la belleza natural de la que era testigo; en sus adentros se preguntó si acaso aquello era un sueño, se atrevió a pellizcarse para probar, pero pronto se dio cuenta de que se trataba de su realidad, el pellizco lo ayudó a espabilar. Fue así que comenzó a poner mayor atención en el entorno y notó a las decenas de personas que caminaban hacia los campos con unos recipientes de considerable tamaño entre las manos, una extraña combinación entre una cesta y una caja. Entonces lo entendió: «amapolas».

Las personas, de todas edades: niños, jóvenes, mujeres y hombres caminaron por la extensión de los campos hasta que se perdieron entre su inmensidad. De pronto, uno de los chiquillos miembro de los mudos se puso frente a Elías, llevaba un pasamontañas que le cubría el rostro, ropa militar y un rifle que sostenía con ambas manos con firmeza.

—Ustedes dos —les gritó el chiquillo a dos hombres de mediana edad—, van a enseñar a trabajar a este.

Con un empujón, el chiquillo obligó a Elías a caminar hacia los campos, sintió la punta del rifle en su espalda hasta que se adentró en la inmensidad del plantío. Sin comprender del todo lo que ocurría, Elías siguió a los dos hombres entre las amapolas, el estar cerca de ellos le permitió ver que las cestas que cargaban estaban llenas de latas de mediano tamaño. Uno de los hombres sacó de su bolsillo una especie de navaja de madera que parecía haber sido fabricada por él mismo, luego se acercó a las amapolas y analizó a detalle los frutos en los que nacerían los pétalos, miró con suma atención hasta que encontró los indicados y, con la navaja, comenzó a hacerle hendiduras alrededor, un líquido blanco y cremoso salió entonces del fruto de la flor, el otro hombre se aproximó, tomó una de las latas de la cesta y la acercó a la amapola para que el líquido opioide cayera sobre esta.

Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos RedimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora