91 días antes del juicio.
11 de noviembre de 2011
A pesar de todo, Elías seguía aferrándose a la vida.
Hacía ya tiempo que había dejado de sentir temor y asco por las ratas a su alrededor, contrario al objetivo por el que lo mantenían encerrado en esa habitación llena de dichos roedores, Elías trabajó con su mente para que el miedo y la repugnancia no se apoderasen de su ser y, en su lugar, los animales junto a él, al ser los únicos seres vivos con los que estaba obligado a convivir, se convirtiesen en una grata compañía. Hizo tan buen trabajo que las ratas no se convirtieron en la tortura que sus captores esperaban, sino que gracias a ellas, Elías aún mantenía la cordura.
La última vez que el H22 entró en aquella oscura y claustrofóbica habitación, amenazó con cambiar las ratas por serpientes; Elías no dudó ni un solo instante de la amenaza del líder de los mudos, sabía que en cualquier momento, en cuanto ese cabrón se diese cuenta de que las ratas ya no representaban una tortura para él, cumpliría con su palabra y, sin inmutarse, llenaría la habitación de serpientes. Elías estaba seguro de que contra ello ya no podría luchar, entonces se rendiría, permitiría que el miedo se apoderase de él y que, por lo tanto, el H22 ganara esa batalla y la guerra misma; el sentimiento de que ese momento estaba a punto de llegar no lo dejaba estar tranquilo.
Elías estaba convencido de que los veinticuatro elementos que se quedaron a acompañarlo en las profundidades de la sierra madre occidental debían ya estar muertos, pues durante los días que llevaba en cautiverio no logró escuchar nada sobre ellos. Él seguía vivo porque ser el pupilo y hombre de mayor confianza de Ramírez había surtido efecto, el comandante y él estudiaron a los mudos a profundidad, y ambos sabían que si llegaban a caer en sus garras la única forma de sobrevivir era hablar, demostrarles a esos cabrones lo valiosos que podían ser, soltarles información real y de alto valor, dicha estrategia seguía funcionándole: Elías se mantenía vivo y en pie de lucha.
Una rata que debía medir más de quince centímetros de largo subió a su cuerpo a través de su pierna derecha, Elías ya había aprendido a lidiar con ello, sabía que mientras no se moviera, el animal se aburriría y terminaría por dejarlo tranquilo; sin necesidad de palabras, los roedores y Elías llegaron a una tregua, a un tratado de paz. Sin embargo, cuando la puerta se abrió de forma brusca, el roedor saltó asustado hacia el suelo, y el resto de ratas en torno a la habitación se alebrestaron ante el sonido y la luz incandescente que entró desde el pasillo. Por instinto, Elías se puso de pie para evitar que los roedores utilizaran su cuerpo como refugio.
Las carcajadas del H22 retumbaron en las paredes de la pequeña habitación, el cabrón entró a la mazmorra y, sin inmutarse por las ratas que corrían alrededor de sus pies, cerró la puerta y recargó su espalda contra ella, alguien desde afuera encendió una luz que, desde el techo, iluminó cada rincón; con los brazos cruzados y una sonrisa en el rostro, el líder de los mudos observó al hombre al que convirtió en su víctima. Las ratas se habían arrinconado en las esquinas y algunas intentaban subir a las paredes con desesperación, el H22 permaneció con la mirada fija en Elías.
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Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos Redimidos
RomanceLa captura de Sebastián por el asesinato del embajador estadunidense, Alexander Murphy, representa una derrota importante para Rosa Blanca, la organización que Sebastián creó para luchar en la siniestra guerra en la que fue obligado a ser partícipe...