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95 días antes del juicio

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95 días antes del juicio.

7 de noviembre de 2011


Manuel vio al carcelero parase frente a los hombres del cartel que sabía eran leales a él y que, por lo tanto, designó como su equipo de seguridad; si alguien quería pasar a su celda primero tenían que atravesar la barrera de esos ocho sicarios que, como perros fieles, resguardaban la entrada. Aun así, Manuel de inmediato se puso alerta y llevó su mano diestra hacia la navaja que llevaba oculta entre su ropa interior.

—Tengo una llamada para Manuel, la han pagado desde afuera —dijo el guardia y mostró el celular en alto.

La primera persona que pasó por la mente de Manuel fue Andrea Ramos, la ex primera dama, su amante y aliada más cercana; desde que lo refundieron en la cárcel no había tenido noticias sobre ella, ¿pero acaso Andrea se arriesgaría a que se le relacionara con él ahora que las campañas por ganar la presidencia estaban por comenzar? «Definitivamente no», se respondió Manuel a sí mismo, «a menos que las cosas afuera estén tan de la fregada que no tenga más opción». La curiosidad terminó por ganarle y se puso de pie, miró al guardia con displicencia, luego le hizo una señal al pelón para que se quitara del medio.

—Revísenlo —ordenó Manuel—, si viene limpio déjenlo pasar.

Dos de los sicarios cachearon al guardia de arriba abajo, cuando comprobaron que no llevaba ningún arma, lo dejaron pasar. El hombre no se intimidó ante la arrogancia de Manuel, le sostuvo la mirada, dio un par de pasos hacia él y cuando lo tuvo a unos centímetros le tendió el celular. El líder del cartel del norte tomó el aparato, lo analizó un par de segundos y después se lo llevó al oído.

—Sí, ¿quién es la persona que requiere escuchar mi linda voz? —inquirió burlesco sin dejar de mirar al guardia frente a él.

—¿Manuel Arriaga? —dijo una voz masculina al otro lado del teléfono.

Manuel no reconoció la voz, tampoco entendió si el sujeto preguntaba o afirmaba su nombre, se tomó algunos segundos en silencio.

—Sí, él habla —confirmó después de un tiempo.

—Tengo un mensaje de tu verdugo —le dijo el hombre con voz fuerte y clara—, es bastante sencillo: Mata a Sebastián Meléndez y gana tu libertad. —El pitido que escuchó luego de esas palabras le confirmó que el sujeto al otro lado del teléfono ya había terminado con la llamada, a pesar de ello, Manuel permaneció con el aparato al oído mientras reflexionaba en silencio la clara consigna que se le había dado.

«Mata a Sebastián Meléndez y gana tu libertad».

Después de algunos segundos en silencio, Manuel se quitó el celular del oído y se lo tendió al guardia. El hombre tomó el aparato y se dio la media vuelta para irse, sin embargo, antes de que diera siquiera un paso, Manuel lo detuvo del brazo.

Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos RedimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora