Canis lupus.

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Un fuerte golpe sobre una superficie de madera provocó un silencio tenso en aquel bar de Texas, Estados Unidos, dentro de aquel local de mala muerte se encontraban hombres y mujeres, los cuales se miraban entre ellos con desconfianza y enojo, se notaba claramente el ambiente denso, parecía que en cualquier momento aquellas personas podrían matarse entre sí, en sus ojos se veían reflejados sus espíritus salvajes y sin control, aquel estruendo había sido provocado por un hombre de unos veintiséis años, tenía un aspecto intimidante, una figura musculosa aunque no perdía su complexión delgada, piel morena, ojos marrones intensos muy similares a la madera de un wengué, cabello castaño oscuro, una barba cuidadosamente perfilada en su mentón y a lo largo de su mandíbula, una nariz fina pero algo prominente y cejas pobladas aunque bien cuidadas que potenciaban su mirada amenazante. Su voz grave inundó el lugar, llamando la atención de todos los presentes.


—Nadie aquí dará ningún tipo de orden o hará lo que quiera, saben muy bien quien es la alfa de ésta manada, si pasan sobre la voluntad de mi hermana yo mismo me encargaré de despedazarlos uno por uno.


Aquel llamado de atención no había hecho más que alborotar el ambiente, la molestia entre los presentes era cada vez mayor, hasta que un hombre que allí se encontraba intentó revelarse contra la autoridad de su superior, la insolencia tomó posesión de las palabras de aquel señor, quién aparentaba fácilmente unos cuarenta y tantos.


—Nunca creí que un macho como tú podría ser tan dominado por una hembra Owen, tu hermana está lejos de ser nuestra alfa, es solamente una ¡perrita callejera!


Owen, el tercero en la jerarquía de los hermanos Blackwood, uno de los mayores y parte de lo que algún día fue la familia más poderosa de América del Norte, ante tales blasfemias el joven no se pudo contener, cuando de lobos se trata hay que mantenerlos a raya rápidamente o pueden olvidarse de quien es su líder y tratar en un acto desesperado de revelarse, si perdonaba las palabras insolentes de aquel hombre, el resto de la manada los vería como débiles, y por mucho que tuviera diferencias con su hermana no estaba dispuesto a perder el control que tanto les había costado establecer, aquellos ojos antes marrones ahora habían obtenido un color amarillo intenso, sus caninos crecieron y sus uñas se volvieron garras, ese era el estado intermedio entre ser un licántropo y ser un humano, cuando ambas partes se encontraban en total armonía, algo como el ocaso, cuando el día y la noche son uno.


—Estás jugando con fuego Michael, mejor cierra el puto hocico ahora o voy a arrancarte el corazón para dárselo de comer a los cerdos.

—¡Vete a la mierda Owen! Tú y la puta de tu her-


El joven lobo no dejó terminar la frase del viejo que ya había cargado en su contra, tomándolo del cuello y dándolo con fuerza contra la pared de aquel bar, todos los demás presentes observaban con respeto y más calmados, parecía que aquel acto de violencia les había recordado porqué aquel licántropo y su hermana eran quienes comandaban a la manada, las garras del moreno penetraban la piel del cuello de aquel hombre, mientras que su mano libre con rapidez fue clavada en la cavidad torácica del contrario, penetrando poco a poco las entrañas hasta llegar al palpitante corazón, una pizca de maldad y goce se vio reflejada en su rostro, mientras que el que estaba a punto de perecer por hablar demasiado, reflejaba en sus ojos terror, el menor separó sus dedos buscando hacer lugar entre las costillas y así poder tomar su centro de vida, para finalmente de un tirón brusco arrancarlo.

Los 7 de BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora