La familia que se separó.

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España, más precisamente en el municipio de Alarcón, vivía un joven que aparentaba unos veintidós años, tenía allí su humilde morada, una casa promedio con dos habitaciones, dos baños aunque uno de ellos se encontraba dentro del cuarto principal, una sala decorada con plantas por doquier, un comedor con una mesa alargada que contaba con ocho sillas, una cocina con hiervas secas colgando de sus paredes rústicas y repleta de especias sobre la mesada central, detrás de ésta bella y antigua casa se encontraba el lugar favorito de aquel muchacho, un enorme jardín repleto de flores, hortalizas, un par de árboles frutales y en macetas que se ubicaban desplegadas a lo largo de la carca de madera que marcaba el final de sus tierras, se podían apreciar las mismas hiervas que estaban disecadas dentro.

Aquel pueblo era bastante tranquilo y silencioso por lo que aquella vivienda se encontraba sumida en casi total silencio, a excepción del canto de algunas aves regionales como el petirrojo y el mirlo, era un lugar pacífico y repleto de armonía por lo que se pudo escuchar con claridad el sonido de las llaves abriendo la puerta principal y seguido de eso los pasos del chico que allí vivía, entró a su hogar con una sonrisa y las manos cargadas de bolsas llenas de comestibles, emitió un silbido de su boca alertando al animal que lo esperaba con ansias, en pocos segundos tenía a un gran doberman de pelaje marrón y negro saltando sobre él, apoyando las patas en su pecho e intentando lamer su rostro con desesperación, tras emitir una leve risa, dejó con la mayor delicadeza posible las bolsas en el suelo para comenzar a acariciar a su compañero.

-Yo también te extrañé Milo pero déjame llevar éstas cosas a la cocina.

Le dio un sonoro beso al canino sobre su hocico y lo apartó a un lado para poder retomar su trayecto hasta la heladera, donde comenzó a guardar las compras, seguido se dirigió a los estantes de madera que se encontraban en una de las paredes para colocar aún mas condimentos y especias, una vez terminada la ordenanza abrió la puerta que tenía salida a su jardín, apenas dio un paso fuera una voz masculina llamó su atención.

-Robin! Justo estaba por llamarte para avisar que había terminado de trasplantar las hortalizas de tomate a la tierra, parece que siempre sabes cuando te estoy buscando.

Los ojos marrones de Robin, el dueño de la casa, se dirigieron a aquel hombre de cabellos dorados y ojos azules que se encontraba tranquilamente en su patio trasero. Ese joven de veinticinco años era Leonel Marquéz, uno de sus vecinos quien también era su jardinero, a la vista el rubio era bastante apuesto, tenía un cuerpo definido y algo musculoso, se notaba que trabajaba constantemente en su físico, tenía una altura un tanto impresionante ya que medía un metro y noventa centímetros, superaba incluso al castaño que estaba parado a unos pocos metros de él, sacándole cinco centímetros de diferencia, Leo tenía una sonrisa encantadora y un amor inmenso por las plantas, parecía ser un experto cuando se ponía a hablar de cada una de ellas y los cuidados que debían tener.

-Muchas gracias Leo, no sé que sería de mi jardín sin ti, creo que nadie podría cuidarlo tan bien. Y no es que siempre sepa cuando me buscas, creo que es solo buena suerte.

Ambos sonreían de manera simpática, en eso sus personalidades se parecían mucho, los dos eran chicos agradables y amables casi todo el tiempo, el mas bajo se acercó para saludarlo estrechando sus manos como era habitual, con rapidez el de ojos azules se quitó los guantes de trabajo para llevar a cabo el saludo y con agilidad su mirada analizó al contrario. Robin era un chico también bastante apuesto, con una complexión delgada, piel algo blancuzca adornada con lunares bastante evidentes en sus brazos y tatuajes que llamaban un tanto la atención, ojos color avellana, labios medianos, nariz fina y delicada, cabello castaño, rapado a los lados y con un degradé bastante evidente. El joven Blackwood rápidamente se volteó e hizo una señal con la mano para que el mayor le siguiera dentro de la casa, sin decir una sola palabra hizo lo ordenado, caminaron hasta la sala donde el dueño de la casa tomó dinero de uno de los cajones de sus armarios para entregárselo a su jardinero.

-Bueno, aquí está lo acordado por el trabajo de ésta semana.

-Vamos Robin, ambos sabemos que aquí hay más de lo que habíamos dicho, siempre haces lo mismo.

Dijo el rubio antes de distraerse por un gran cuadro colgado sobre la chimenea revestida de madera que se encontraba frente a un sillón individual, allí se podía ver al castaño junto a seis personas más las cuales eran completamente desconocidas para Leonel, quien con una expresión de evidente intriga volvió a ver a su contratista para preguntar.

-Lamento mucho la indiscreción pero ¿Quiénes son ellos? Jamás he visto a nadie en ésta casa que no seas tú, nunca recibes visitas y ahí se ven bastante cercanos.

El rostro del menor cambió, reflejando algo de tristeza y melancolía, un suspiro salió de entre sus labios rojizos y se volteó para ver el cuadro, no hablaba nunca de esas personas que lo acompañaban en la foto, aunque sí era verdad que eran extremadamente cercanos, aquella época era con seguridad una de las más felices de su vida, cuando él y sus hermanos estaban juntos, en la actualidad ya no se hablaban, hacía décadas que Robin no veía a sus personas favoritas, las diferencias con el paso de los años se habían hecho tan grandes que no tuvieron mas opción que alejarse el uno del otro, solo cuatro de ellos seguían juntos en pares por lo que sabía.

-Tranquilo, no hay problema. Verás Leo, ellos son mis seis hermanos, Amelia, Catalina, Noah, Leonor, Nora y Owen, hace tiempo que no los veo, se podría decir que no estamos en los mejores términos últimamente.

El castaño se volteó para volver a ver directamente a su empleado, quien también era un gran amigo, se notaba a leguas que su sonrisa no era del todo sincera como solía serlo, era obvio que hablar de su familia le había afectado, eran su punto mas débil y tener que separarse de ellos lo torturaba hasta el presente, ya habían pasado setenta y tres años desde su último encuentro con uno de ellos, y éste había sido con Leonor, la mayor de los siete, ella era la cabecilla de la familia y quien siempre había dictado las reglas para hacer mas fácil la supervivencia de aquellos seres tan misteriosos, muy pocos sabían la verdad sobre quienes o que eran aquellos jóvenes.

-No sabía que tenías tantos hermanos, es una pena que no se lleven bien, se nota que los quieres mucho.

Sabía que las palabras del mayor buscaban tratar de hacerlo sentir mejor, por lo que trató de mostrarse mas animado, no quería seguir tocando el tema aunque no pudo evitar que de su boca salieran unas palabras sinceras, que solo con oír el tono de su voz delatarían la gran melancolía que llenaba su interior.

-No te haces una idea de cuanto... Bueno, eso ya no importa, quería hacerte una invitación ¿Qué dices de venir a cenar conmigo mañana por la noche? Prepararé un risotto de puerro exquisito.

-Claro, me encantaría ¿Cuándo he rechazado yo comida preparada por el chef Robin Blackwood?

Las palabras de Leonel habían producido una risilla en el angustiado rostro del menor, quien luego de esa pequeña charla acompañó a su jardinero hasta la puerta principal, para finalmente despedirse con un beso en la mejilla de aquella tan grata visita. Cuando el rubio ya se había ido, cerró la puerta y caminó hasta la cocina, tomando de uno de sus varios armarios, una botella de vino, un abridor y una copa, volvió a la sala donde aquel retrato se encontraba colgado y se sentó en su sofá individual, apoyó las cosas que había traído sobre la masita que se encontraba a su derecha, la cual en el centro tenía un cenicero de cristal que a través de el dejaba ver un grabado que decía ¨Te amo¨, destapó la botella y se sirvió una copa, sacó de su bolsillo delantero derecho una cajilla de cigarros para tomar uno y colocarlo entre sus labios, depositó la cajetilla a un lado y tomó su mechero zippo de color azul para así encenderlo. Su mirada ahora era fría, parecía casi ser otra persona, tras darle una pitada a su cigarrillo, se lo quitó de la boca con la mano derecha y mientras soltaba el humo de sus fauces, clavó sus ojos amarronados en la leña de la chimenea y con un leve movimiento de su mano izquierda, la madera se encendió, comenzando a liberar calor en la habitación, ahora con el fuego encendido tomó con el agarre libre la copa de vino para beber un sorbo mientras su mirada subía y se fijaban en el cuadro con su familia.

-Presiento que pronto volveremos a vernos hermanos.

Los 7 de BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora