Sam detesta a Sharon.
Sharon es la definición de realeza.
Todo se tuerce cuando él inicia una guerra de bromas con ella.
¿Quién ganará?
𝒐𝒉 𝑫𝒊𝒐𝒔, 𝒕𝒖́ 𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒎𝒊 𝑫𝒊𝒐𝒔; 𝒚𝒐 𝒕𝒆 𝒃𝒖𝒔𝒄𝒐 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒏𝒔𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆. 𝑴𝒊 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒕𝒊�...
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. Mateo 7:16-17
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Sharon Lunesporlatarde
Mi mano izquierda hace lo posible por sostenerse a una roca saliente. Él sujeta mi mano derecha.
Sus piernas se chocan contra las rocas e imagino el dolor que siente. Tiene la mitad del cuerpo fuera.
Está siendo impulsado hacia la oscuridad junto a mí. Mi corazón late desbocado y apenas logro respirar. Mi cuerpo es impulsado al vacío. Si no me suelta, ambos caeremos. Y eso no pienso permitirlo.
Siento la presión de la gravedad en mis dedos.
— ¡Suéltame!— exijo. Mis brazos arden. Están chocandose contra la roca y rasgándose. Mi mano izquierda se suelta al no poder agarrarse a la roca. Quedo sostenida solo por su mano. Imagino la sensación de caer hacia el vacío y el terror me invade. Él no puede caer conmigo.
—¡No lo haré!
Su brazo se presiona contra las rocas en un intento por sostenerme.Sangra. Cierro los ojos de pura angustia.
—Samuel sueltame o caerás tu también
—No voy a soltarte
— por favor—suplico. No existen más opciones. Le miro a los ojos. Sus dedos van cediendo ante la gravedad.
—No
— perdoname — murmuro y suelto mi mano. La sensación de mis dedos separándose permanece. Extiendo la mano en vano.
—¡No! Sharoooon
Cierro los ojos con angustia y grito con todas mis fuerzas del terror. Mi garganta arde.
El vertigo en mi estómago es infinito. Caigo hacia el vacío y la sensación es horrorosa. Mi pecho duele.
Siento la colchoneta bajo mi cuerpo. Mi corazón late acelerado y mis manos tocan el colchón con mi pecho a punto de salirse del terror. Odio el riesgo,la adrenalina y todo lo que no implique un entorno seguro. Intento respirar pero no entra aire.
Escucho una voz pero no la distingo. Una mano se posa en mi brazo. La señora me mira con una sonrisa amplia. Lleva el cabello canoso recogido en una coleta y se ríe triunfante. Me brinda la mano para salir y se la doy, temblando.
Mi mente no es capaz de pensar de la angustia que la asedia. Soy consciente de que esta broma ha ido demasiado lejos.
—¿Estás bien? —me pregunta.
La adrenalina recorre mi cuerpo y el cortisol aumenta a niveles que no creía posibles. Deseo que todo esto finalice.
La caída era peligrosa y podía haber aterrizado fuera del colchón sin embargo no ocurrió.