No había sido un animal del bosque. Un lobo cualquiera no desfiguraba el rostro de su presa y luego la dejaba abandonada. Pero la otra posibilidad era...
—Monstruos —tartamudeó.
—¿Dentro de Esmirna? —chilló Anette. Algazel comenzó a gritar tirado aún en el suelo.
Soren miró de nuevo el cuerpo de su guardia, su expresión era de espanto. Lo que le hizo eso debía seguir cerca.
—Toma su lanza —ordenó a Algazel señalando el cadáver—. ¡Rápido! —El aludido se arrastró para recoger el arma y luego se levantó tambaleándose.
«Vamos» ordenó en un tono más bajo. Le preocupaba la atención que pudieran atraer sus gritos. Corrieron con torpeza de vuelta a su pequeño campamento.
La respiración de Soren empezó a acelerar, el pecho le pesaba. La noche era silenciosa, pero en su mente había una gran cacofonía. Miraba en todas direcciones tratando de pensar con claridad. ¡La claridad!
—Saca las antorchas.
Anette tardó un segundo en reaccionar; empezó a rebuscar entre los bolsos. Las encontró, aunque seguidamente se le cayeron casi todas. Soren recogió dos.
—Necesitamos ponerlas alrededor para poder ver.
Se apresuró a encender una de las antorchas con el fuego principal y se alejó unos seis metros. Anette entendió y se apresuró a hacer lo mismo en la dirección opuesta.
Soren hubiera clavado la antorcha en tierra en menos de un minuto pero su mano defectuosa hacía todo demasiado complicado. Después de que hubo quedado firme, volvió al centro a encender la otra, momento en el que vio a Algazel aún acurrucado entre las pocas provisiones del campamento. «¡Muévete!» le gritó y, sin esperar su reacción, fue en otra dirección a repetir el proceso de la antorcha.
Con más experiencia esta vez, estuvo a punto de terminar el trabajo cuando oyó la respiración de un animal.
Arrodillado como estaba, solo pudo poner las manos frente a la cara antes de recibir los colmillos. Su grito desgarró las estrellas mientras el dolor punzante ardía en su mano derecha. Perdió la noción de sus alrededores mientras el animal sacudía la cabeza con sus dientes aún clavados en él.
La mandíbula del animal perdió fuerzas, por lo que Soren logró sacar la mano de sus fauces; se arrastró desesperado por alejarse, pero chocó con alguien tras de sí. Asustado, volteó para encontrarse con Anette con una lanza en las manos: la había clavado en la panza del animal.
—¿¡Qué haces allí!? —vociferó desde el suelo a Algazel que seguía acurrucado entre las provisiones.
Se levantó tambaleando y con la mano aún ardiendo; Anette sostenía temblorosa la lanza con una expresión que trataba de ocultar su miedo.
—Sigue vivo —sentenció él.
Acto seguido, terminó de empujar la lanza para rematarlo. La cara de Anette se tornó en grima. Soren pisó el cuerpo del animal, recuperó el arma y se la entregó a Anette. Aunque vacilante, la tomó con firmeza. Soren la guió de vuelta al centro del pequeño campamento ahora bien iluminado.
«Levántate» le ordenó a Algazel al momento que le daba una leve patada en el costado.
—Toma la lanza. No esperarás que te defienda la princesa. ¿O sí?
—No puedo —tartamudeó el otro. —No puedo hacer...
Una patada fuerte en las costillas lo derribó; soltó un gemido.
Soren observó a ese ser humano acobardado en el suelo, patético, inútil, miserable. Le causaba asco. ¿Se hacía llamar hombre?
—¿Aún están vivos?
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Entre el Caos y el Orden
Fantasy¿Qué hacer cuando la locura misma se apodera de todo? ¿Cuándo el Caos está a punto de devorar todo lo que amas? La lanza y la espada es lo único que el ejército tiene para defenderse contra los monstruos y horrores. A la humanidad solo le queda luc...