XXII - Propuesta

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Isabelle no pudo dormir en toda la noche; solo logró conciliar el sueño cuando los primeros rayos de sol empezaron a colarse por su tienda. Ahora, se despertaba estresada, adolorida, resintiendo aún la deshidratación que había sufrido los días anteriores. La falta de sueño lo hacía todavía peor.

Pero no era momento de pensar en ello, debía de mostrarse en el mejor estado posible. A pesar de dolerle los músculos, se apresuró a arreglarse lo más rápido posible. Insegura, salió al mundo exterior; todos se estaban moviendo, parecía como si no hubieran parado durante toda la noche. Obviamente, así debía ser; recordó que estaban en un puesto avanzado, los monstruos podían atacar en cualquier momento. La idea era aterradora. No obstante, eso no la preocupaba. A pesar de que había la posibilidad de que tuvieran que tomar las armas de nuevo, otra cosa ocupaba su mente.

Firme, caminó. Sabía a dónde iba, pero no podía evitar sentirse fuera de lugar. Todos los que la veían se detenían a saludarla con respeto, otros incluso agachaban la cabeza. Ella solo seguía caminando. Nada fuera de lo normal, se supone que eso debía ser lo más normal del mundo para ella.

Miró a su derecha y, a lo lejos, pudo ver que Cole, Soren, Glenn y algunos de sus soldados conversaban. Se veían muy animados. Se dispuso a acercarse a ellos para saludar, pero se detuvo antes de dar el primer paso. Aún no la habían visto, tampoco parecía que fueran a notar su presencia a lo lejos. Apartó la mirada y continuó su camino. De todos modos, antes de no poder hacerlo, volteó una última vez a verlos: seguían ensimismados en lo que fuera que estuvieran hablando.

De repente, empezó a haber movimiento en el campamento. Isabelle pensó por un momento que podían estar siendo atacados; ese pensamiento se esfumó cuando notó que sólo los soldados de Esmirna corrían de acá para allá. Estaba segurísima: su padre había llegado. Pensando en ello, no vio llegar al soldado que casi le saltó encima.

—¡Mi princesa!

La sorpresa no le dejó responder. Quien le hablaba era un soldado, aunque su cara no le sonaba. Este se la quedó viendo unos segundos con gran asombro antes de continuar.

—Escuché que estaba con vida, pero no podía creerlo sin verla antes.

Aun sin procesar lo que estaba sucediendo, Isabelle tartamudeó:

—Estoy bien.

El soldado parecía que comenzaría a llorar en cualquier momento.

—Yo solo... No sabía que sería de mí... De toda Esmirna, si usted ya no estuviera con nosotros.

Isabelle quedó un momento contemplando la mirada suplicante del soldado. Antes de darse cuenta, ella misma tenía los ojos llorosos. Él pareció notar que estaba traspasando ciertos límites, por lo que inclinó rápidamente la cabeza y se fue.

Isabelle tardó un momento en reaccionar. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué se sentía así? Más importante aún, ¿cómo se sentía? No lograba entender las emociones que la embargaban en ese momento. Había estado tan cerca de la muerte y había sobrevivido de milagro. Debía sentirse afortunada, agradecida, no vacía.

Contuvo las lágrimas como pudo. Llegó por fin a la tienda donde ya debía estar su padre. Los soldados que custodiaban la entrada le hicieron reverencia. En silencio, entró. Su padre, que estaba de espaldas a ella, dejaba unos papeles en una mesa.

—¿Padre?

El hombre levantó la cabeza. Isabelle contenía la respiración mientras dudaba del estado de ánimo de su padre. Este se volteó lentamente.

Sus ojos se encontraron. Isabelle había pensado en mil cosas que tenía que decirle, pero ahora le escapaban las palabras.

Robert tenía la expresión grave que solía acompañarle. Isabelle estuvo a punto de pedirle perdón cuando este se acercó y la abrazó con fuerza. Isabelle dejó de razonar y comenzó a llorar.

Entre el Caos y el OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora