Día 1. Los príncipes Cole, Anette y Soren habían partido junto con una pequeña compañía a Tiatira; esto con el fin de encontrar a escoltar a un lugar seguro a su familia real. No eran más de sesenta hombres. Era una misión suicida, claramente. Pero no hubo forma de detenerlos. Tampoco es que se habían esforzado mucho: Cole había tomado su decisión. Ya vería hasta dónde llegaría, aunque dudaba que lejos.
Mientras tanto, a Arthur y a sus soldados les tocaba defender la frontera de Galacia. O, en otras palabras, esperar. Observaba a los príncipes y a sus pocos soldados alejarse a la distancia. Pobres jóvenes. Ojalá el destino tuviera clemencia de ellos.
Día 4. Los hombres de Laodicea seguían montando guardia con diligencia. Unos cuantos monstruos de madera se habían mostrado a lo lejos, pero no se habían ni acercado, los soldados actuaron igual y mantuvieron su distancia; no querían atraer a una horda. A pesar de ser una unidad de tamaño considerable, la multitud de monstruos había acabado con todo el ejército de Tiatira y lo lógico era pensar que podía hacer lo mismo con ellos.
Las cosas se complicaban cada vez que aparecía un ser humano en el horizonte. Aunque fuera uno solo, los soldados de Laodicea montaban una operación especial para traerlo de vuelta a la seguridad. Cuatro soldados llenos de valentía se acercaban a toda velocidad —y con cautela— para traer a los refugiados de vuelta a la seguridad, al tiempo que se aseguraban de no atraer la atención de los monstruos de madera.
Cada vida que lograban salvar era un gran éxito para la compañía. Los hombres de Arthur arriesgaban su vida por los desvalidos y él no podía estar más orgulloso.
Día 7. Refuerzos llegarían pronto. Y era indispensable que lo hicieran. Habiendo caído Tiatira, no podían permitirse perder Esmirna, no solo por el hecho de ceder terreno a sus enemigos, sino también por el impacto moral que provocaría perder la ciudad sagrada. Aún así, no podían dejar a la deriva la frontera con Galacia, siendo que los refugiados llegaban hacía allí y atraían a los monstruos.
Además, las circunstancias habían cambiado: el día anterior había llegado una carta al ejército de Galacia confirmando que la princesa Isabelle se encontraba en Tiatira y que ahora estaba desaparecida. Una razón más para avanzar a Esmirna cuanto antes. ¿Los príncipes la habrían encontrado? Lo dudaba.
Día 9. La unidad comandada por Arthur comenzó su marcha hacia Esmirna. Una parte de esta quedó a cargo de Callum junto con los refuerzos para seguir resguardando a Galacia. Curioso, pensó Arthur: el ejército de Laodicea se encontraba defendiendo —o se disponía a— defender tres provincias de Askenaz. Cumplía con su deber al fin, aunque demasiado tarde tal vez.
Día 12. El viaje había sido tranquilo, aburrido incluso. El ejército no se había ni acercado a Tiatira. La prioridad era llegar a Esmirna, y esperaban que con su paso apresurado fuera al día siguiente.
Lo confuso fue cuando llegaron a los pueblos de Esmirna: fiestas, cantos. ¿No sabían que su princesa estaba desaparecida? Resolvieron ignorarlo hasta el atardecer, momento en que decidieron prepararse para la noche y los festejos en el pueblo se volvieron demasiado fuertes para dejarlos pasar. Unos cuantos soldados que no aguantaban la curiosidad se acercaron a preguntar.
«La princesa Isabelle ha vuelto sana y salva» dijeron los soldados.
«¿Cómo lo logró?» preguntó Arthur.
La respuesta los sorprendió a todos.
Día 13. Finalmente, Esmirna. Como lo esperaba: a pesar de lo ocurrido los días anteriores, la ciudad se encontraba como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, había ido allí con la finalidad de colaborar con la logística militar.
No le tomó mucho tiempo. Después de atender los asuntos correspondientes, Arthur se dirigió al palacio de Esmirna. Nada más acercarse, divisó a Cole a la distancia.
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Entre el Caos y el Orden
Fantasía¿Qué hacer cuando la locura misma se apodera de todo? ¿Cuándo el Caos está a punto de devorar todo lo que amas? La lanza y la espada es lo único que el ejército tiene para defenderse contra los monstruos y horrores. A la humanidad solo le queda luc...